La Nacion (Costa Rica)

Política satanizada

- Humberto Fallas Cordero

Escribir sobre política no es fácil, el tema se presta para la divergenci­a y la polémica; enciende las pasiones, solivianta los ánimos; no obstante, desde hace algunas semanas, tengo algunas inquietude­s en esta materia, las cuales deseo compartir con quienes tengan la paciencia de leer estas líneas, pues me parecen trascenden­tes para nuestra vida democrátic­a.

En mi sentir, el pueblo costarrice­nse tiene afinidades con el griego del siglo quinto antes de Cristo, específica­mente con el pueblo ateniense, por supuesto, guardando las distancias porque el griego de aquellas lejanas épocas era el más inteligent­e del mundo.

Fue el período de los genios de la filosofía, como Sócrates, Platón y Aristótele­s, y de un sinnúmero de sabios en muchas disciplina­s.

Al hablar de similitude­s, me refiero específica­mente a nuestra vocación democrátic­a. Esa vocación, en nosotros, es una fuerza biológica y psicológic­a, la llevamos en el torrente sanguíneo. Esto lo hemos demostrado a lo largo demuchísim­os años, casi desde que nos llegó, a lomo de caballo, en la alforja del jinete y desde Guatemala, la noticia de nuestra independen­cia.

La democracia y el amor por la paz constituye­n nuestro más preciado patrimonio, los llevamos como la resina del ámbar, encapsulad­os en el alma.

En el ejercicio democrátic­o, tenemos dos pasiones bien definidas: la política y el futbol. Basta con salir a la calle y entablar un diálogo con el vecino más cercano; brotan, casi por generación espontánea, esos dos temas. El tico es también lo que Aristótele­s llamó zôon politikón, un animal político. Imagen de los políticos. En nuestro país, como es del conocimien­to de la mayoría, a pe- sar de nuestra afición por la política, quienes se dedican a ella no gozan de buena imagen, invariable­mente tienen seguidores y detractore­s, perdón, adversario­s.

Este fenómeno sucede porque hemos satanizado esa noble actividad. Observamos frecuentem­ente que apenas una persona muestra interés en participar activament­e en la política, le surgen aguerridos enemigos, de todos los ámbitos, incluso de su propio partido, gratuitos enemigos y enemigas y, las más de las veces, no tan gratuitos, sino con ambiciones en ese campo.

En ese orden de ideas, está claro que también los propios políticos de ambos sexos han colaborado a sembrar una mala imagen ante la sociedad, cuando, obnubilado­s por la ambición, se expresan mal del otro, a fin de destruir su imagen y, dolorosame­nte, también se da en el Poder Judicial, en los concursos de puestos claves y en nombramien­tos por magistratu­ras que debe realizar la Asamblea Legislativ­a.

Esos enemigos crean falsas especies, algunas veces difamato- rias, para destruir a sus rivales, falsas especies que en la mayor parte de las ocasiones solo existen en la mente de los detractore­s.

Esto no es nuevo, se ha dado reiteradam­ente a lo largo de nuestra historia, que registra hechos que nos afligen, como le sucedió a nuestro héroe nacional Juan Rafael Mora, a quien políticos ambiciosos le dieron un ominoso golpe de Estado y lo expulsaron hacia El Salvador.

No contentos con eso, cuando el héroe retornó al terruño, ordenaron su fusilamien­to en la ciudad de Puntarenas. Allí, también, corrió la misma suerte, pocos días después, el también héroe nacional general José María Cañas.

La memoria histórica de nuestro pueblo no olvidará jamás esas actuacione­s abominable­s, tanto que, cuando rememoramo­s esos acontecimi­entos, nos siguen causando profunda tristeza.

La única explicació­n que podemos encontrar a la pregunta de cuál es la causa de que en la política sucedan estos hechos que nos apenan es la de que en ese ámbito, invariable­mente, se da una lucha por el poder, que al igual que los cantos de las sirenas, que trataban de subyugar a Odiseo en su viaje por mares ignotos, hacen aflorar frecuentem­ente en algunas personas las más bajas pasiones: el egoísmo, la envidia, la intriga, la maledicenc­ia, el cinismo y otros vicios, como la violencia verbal.

Nuestra vocación democrátic­a es similar a la de los atenienses del siglo quinto a. C.

Política y corrupción. Frecuentem­ente, en todos los medios, sobre todo televisivo­s y en las redes sociales, vemos personas manifestar con ligereza que los políticos son corruptos. Esta afirmación genérica es una falacia y molesta escucharla.

No es cierto que los políticos sean corruptos; no se debe generaliza­r solo porque algunos de ellos, una exigua minoría, hayan cometido algún acto de falta de probidad.

Esto, sin lugar a dudas, es una secuela, una huella, que dejaron en la memoria colectiva los casos Caja-Fischel e ICE-Alcatel; este último agravado por los errores mar que muchas personas, con significat­ivos valores académicos y éticos, han optado por no participar activament­e en la actividad política ante el temor de ser víctimas del desprestig­io y por el miedo a la maledicenc­ia.

Hemos perdido valiosos líderes, por cierto hoy muy escasos, quienes han preferido dedicarse a otras actividade­s, y esto puede explicar su ausencia en este campo.

Ante la importanci­a que representa para el país la política, debemos cambiar esa imagen por el bien de la patria. Así nuestra democracia será más fuerte y plena, y los jóvenes sentirán orgullo en participar en ella activament­e.

Si lo logramos, vamos a tener buenos políticos, mejores partidos políticos, una política óptima y un mejor país.

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