La Nacion (Costa Rica)

Bob Dylan y el viento idiota literario

- BernardHen­ri Lévy BERNARD-HENRI LÉVYes uno de los fundadores del movimiento Nouveaux Philosophe­s y autor de libros como “Left in Dark Times: A Stand Against the New Barbarism”, “American Vertigo: un viaje por Estados Unidos tras los pasos de Tocquevill­e”

PARÍS – ¡Ah, la rabia de los vejestorio­s cuando se anunció el Nobel de Bob Dylan! ¡Qué escándalo hizo la academia; no la sueca, claro, sino la iglesia mundial de la literaturo­logía!

El pánico de la burocracia literaria, atada a sus certezas, inmersa en cálculos mezquinos, en pronóstico­s errados, en astutos cambios de opinión, fue palpable. ¿Elección política o apolítica? ¿Por qué un estadounid­ense? ¿Por qué no una mujer o representa­nte de alguna minoría visible, la que sea? ¿Qué tal este, que lleva veinte años esperando? ¿O aquel, que ya perdió la esperanza?

La verdad, por más que moleste a los carcamales, es que dar el Premio Nobel de Literatura a un autor que solo escribió un libro no es más extraño que dárselo a Darío Fo o Winston Churchill.

Y hay otra verdad aún más grande: conferir el premio a uno de nuestros últimos poetas populares, pariente lejano de Rutebeuf, Villon y de todos los juglares y cantores de la soledad y el abandono; consagrar a un trovador, a un bardo de la hermandad de los solitarios y las almas perdidas; coronar al autor de baladas que han sido (tomando prestada la frase de André Suarès sobre Rimbaud) “un momento de la vida” de tanta gente en los siglos XX y XXI tiene mucho más sentido que sacarse de la galera al oscuro Rudolf Christoph Eucken o elegir al pobre Sully Prudhomme en vez de a Tolstói.

No deberíamos responder con citas pedantes a críticos pedantes. Pero ante losqueanda­n por ahí clamando “¡Eso no es literatura! ¡No lo es!”, es difícil no pensar en FrancisPon­ge, quien (citando a Lautréamon­t) define al poeta (o como diría él, “proeta”) como un bardo o trovador que al expresar la “voz de las cosas” se vuelve “el ciudadano más útil de su tribu”. ¿Y a quién le cuadra mejor esa definición que al autor de Chimes of Free

dom o Long and Wasted Years, que ponen vida y música a lo que el crítico Greil Marcus denominó la “república invisible” de la cultura estadounid­ense?

O pensar en Mallarmé, quien nos exhorta, en más o menos los mismos términos, a “dar sentido más puro a las palabras de la tribu”. Unavez más, ¿quiénmejor que este artista del collage, este camaleón de la cita y la intertextu­alidad, este lacónico letrista, este alquimista verbal que se pasó la vida reinventan­do las palabras ajenas y las propias, descubrien­do los tizones ardientes de la era bajo las ceni- zas de las derrotas del día y transmutan­do en oro el plomo que antes oyera en la radio?

Pensemos, si no, en la distinción familiar entre el “escriba”, para quien el idioma es solo un instrument­o, y el “escritor”, para quien es un fin en sí mismo. ¿No hablaba de algo parecido Dylan cuando, tras años de luchar por los derechos civiles, la resistenci­a a la guerra de Vietnam y el apoyo a la revolución feminista, tituló I’m Not There una de sus canciones más hermosas, como diciendo, “ya no estoy allí, ya no soy vuestro sirviente, todo eso se acabó, adiós y hasta nunca”?

Pero la cuestión real es otra. El ejercicio más concluyent­e sería comparar manzanas con manzanas, y al autor de Blonde on Blon-

de con los que fueron y siguen siendo sus contemporá­neos fundamenta­les.

Dylan es un Kerouac que canta. Es un Burroughs que musicalizó el gran desfile de la generación beat, con sus fiestas salvajes y sus almuerzos desnudos. Es lo que dijo Allen Ginsberg cuando describió la conmoción que sintió en 1963 al escuchar por vez primera A Hard Rain’s A-Gonna Fa

ll, una canciónenl­a que los acentos y el ritmo, los súbitos cambios de énfasis, el viaje al corazón mismo de las palabras y la imaginació­n son eco de la mejor literatura de la época... ¡y encima con música!

¿Por qué echar en cara a Dylan que sea músico, acusarlo del crimen de superponer el ritmo del blues, el soul y el country a los de la Biblia, William Blake y Walt Whitman? ¿Por qué negar al artista trashumant­e del Never Ending Tour (¡más de dos mil presentaci­ones!) la honra que acordamos sin la menor vacilación al autor de En el camino?

Fue Louis Aragon, si no me equivoco, el que dijo quemusical­izar un poema es como pasar del blanco y negro al color. Aragon, el poeta al que cantaron Léo Ferré y otros, creía queunpoema que no se canta está medio muerto.

Pues bien, tal parece que Dylan fue el único de su era que supo encarnar a fondo lamusicali­dad inherente a la gran poesía, esa segunda voz que persigue a todo poeta, y que este en general delega a quien lo recite o lea; el poder de la canción que es su verdad, definitiva y secreta, por la que algunos se volvieron locos (literal y trágicamen­te locos) tratando de sacarla de la jaula y llevarla al canto.

Bardo y rapsoda a la vez. Una revolución poético-musical en un solo hombre y en una sola obra. Quiero pensar que fue este tour de

force, este prolongado rapto de genio eternament­e joven, lo que el Comité del Nobel supo reconocer con su elección.

Dylan fue el único de su era que supo encarnar a fondo la musicalida­d inherente a la poesía

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