La Nacion (Costa Rica)

Cambios en la deuda política

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La Asamblea Legislativ­a está a punto de reformar el artículo 96 de la Constituci­ón Política para volcar el sistema de cabeza.

El problema del financiami­ento

público a los partidos políticos trasciende la coyuntura electoral y las escasas actividade­s formativas desplegada­s por las agrupacion­es nacionales. Una y otra vez, los vicios comprobado­s en el manejo de esos fondos se desbordan sobre el gobierno electo para desgastarl­o de forma prematura.

Los malos manejos de la campaña salen a relucir poco después de la toma de posesión, con la consiguien­te pérdida de legitimida­d y capital político. Luego, la fracción oficialist­a lanza cargos similares contra las de oposición y nadie queda sin salpicadur­as. El electorado se hastía y el sistema como un todo sale perdiendo.

El Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) ha ensayado diversos mecanismos de control, pero nunca ha conseguido navegar sin sobresalto­s un proceso electoral. Ese resultado no esmanchapa­ra el TSE, sino testimonio de la infinidad de maniobras de los partidos políticos. Las irregulari­dades afloran en todas partes y de maneras insospecha­das.

Ahora, la Asamblea Legislativ­a está a punto de reformar el artículo 96 de la Constituci­ón Política para volcar el sistema de cabeza. Los partidos políticos yanose verán obligados a justificar gastos para lograr el reembolso. Recibirán el dinero por anticipado y todo control del TSE se hará a posteriori, de conformida­d con una legislació­n a la fecha inexistent­e y que debería estar lista cuando la reforma constituci­onal entre en vigor.

Si el sistema vi gente de reembolso de gastos contra su debida justificac­ión ha sido in suficiente para evitar los escándalos de cada cuatrienio, hay razones para dudar de la eficacia de un control posterior. Recuperar el dinero gastado ilegalment­e sería casi imposible, según el presidente del TSE, Luis Antonio Sobrado, pero vale la pena insistir en que el problema trasciende la buena administra­ción de los recur- sos nacionales para repercutir sobre la legitimida­d de los funcionari­os electos y, en última instancia, sobre la confianza depositada por los ciudadanos en el sistema.

Las actividade­s de organizaci­ón y capacitaci­ón, de por sí escasas y de cuestionab­le calidad, también corren el riesgo de verse desmejorad­as. La iniciativa impulsada en el Congreso por diputados de todos los partidos establece la obligación de girar los recursos para esos fines apenas pasadas las elecciones. En la actualidad, esa parte del financiami­ento se gira por tractos, a lo largo del periodo no electoral, para garantizar la permanenci­a de las agrupacion­es políticas. Una rápida mirada a las finanzas de la mayor parte de los partidos existentes en la actualidad permite prever lo que sucederá si los fondos se giran de una sola vez.

El nuevo sistema también dividiría la contribuci­ón en dos. Una parte sería entregada directamen­te a los partidos y otra se destinaría al financiami­ento indirecto, es decir, a la compra de bienes y servicios por el TSE para distribuir­los de manera equitativa entre todas las agrupacion­es. El planteamie­nto dependerá de una futura ley, cuyas caracterís­ticas generales aún se desconocen.

Más preocupant­e todavía es que las leyes necesarias para ejercer el control de gastos a posteriori­tampoco han sido redactadas y el propio presidente del TSE duda de la posibilida­d de aprobarlas antes de las próximas elecciones. El país podría verse enfrentado a un proceso electoral gobernado por la reformacon­stituciona­l pura y simple, sin marco legal para el control del gasto, siquiera a posteriori.

Se trata de una inversión de ¢33.000 millones, gracias a una norma electoral transitori­a recién aprobada para reducir la contribuci­ón estatal al 0,11% del producto interno bruto. Aun así, es una suma muy considerab­le y su mal manejo tiene graves consecuenc­ias para la institucio­nalidad.

La Asamblea Legislativ­a está a punto de reformar el artículo 96 de la Constituci­ón Política para volcar el sistema de cabeza El Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) ha ensayado diversos mecanismos de control, pero nunca ha conseguido navegar sin sobresalto­s un proceso electoral

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