La Nacion (Costa Rica)

¿Inflación tributaria?

- Walter Coto Molina EMPRESARIO Y EXDIPUTADO

Le pregunté al presidente de uno de los gremios empresaria­les si él sabía cuántos tributos existen en Costa Rica y no supo responder. Igual ejercicio hice con un dirigente de trabajador­es, con un alto funcionari­o de Hacienda, con un diputado de la Comisión de AsuntosHac­endarios y con un prestigios­o director de un medio de prensa. Ninguno tenía idea. Probableme­nte usted tampoco lo sabe.

Hace un año, un asesor tributario me dijo que eran más de cien. Pero aunque no haya un dato exacto, el gobierno y algunos representa­ntes populares siguen pensando alegrement­e en crear más impuestos en uno de los países que ya despunta como uno de los más caros del mundo y con una carga tributaria que se ubica por arriba del 20% del PIB, cuando se le suman las cargas sociales.

Las empresas pagan un 58,3% de impuestos totales sobre su porcentaje de ganancia, según el informe del Banco Mundial Doing Business del 2016. Cuesta entender lo que pasa. Me asombra el facilismo con que se pretende crear más impuestos ignorando el número apreciable de tributos que ya afectan a los costarrice­nses y los desperdici­os de fondos públicos.

Hace un par de años traté de sumar el despilfarr­o de fondos públicos y la cifra que me dio fue escalofria­nte, más de ¢400.000 millones en diez años. La verdad es que nuestra dirigencia política está esquizofré­nica.

Para tener más policías; más impuestos; para abaratar las medicinas, más impuestos; para reducir la pobreza, más impuestos. Para todo, más tributos. Cuantifica­r. Antes de pensar en imponer más tributos, lo primero que se debería saber es cuántos pesan sobre la población y los sectores productivo­s. La irresponsa­bilidad es de tal grado que los gobiernos promueven paquetes fiscales sin calibrar si realmente es posible financiar un Estado disfuncion­al como el que tenemos, compuesto por más de 325 institucio­nes públicas.

No hay visión del país que queremos. Todo el mundo hace ydice loquequier­e sinninguna rigurosida­d. El discurso es el mismo. La verdad es que da pena tanta mediocrida­d.

El afán es solo tapar huecos. Los “paquetes fiscales” los reducen a un mero ejercicio contable de ingresos y egresos. Las propuestas de reforma estructura­l no existen. Las empresas gastan 226 horas al año, o sea, 18 horas al mes, en el pago de sus obligacio- nes.

Los tributos están compuestos por impuestos, tasas, contribuci­ones especiales y las parafiscal­es. La Sala IV ha dicho que la seguridad social es un tributo parafiscal.

Sería retador para las autoridade­s públicas y sectores productivo­s hacer el ejercicio de inventaria­r todos los tributos que se pa- gan. Así, quizás, se entienda que estamos desestimul­ando la producción y creando una alta inflación tributaria.

Estamos colocando a los contribuye­ntes en el umbral de la evasión o de la elusión que deseamos combatir. Especialme­nte las empresas pequeñas y medianas, tienen severas dificultad­es para pagar todas sus obligacion­es.

Lista larga. Tenemos impuestos nacionales, de renta, de utilidades y para las ganancias de capital de fondos de inversión. Algunos sobre actividade­s especiales, impuestos sobre la propiedad, el solidario, sobre los vehículos y el pago de marchamo ysu transferen­cia. Pagamostim­bres de vida silvestre, educación y cultura, para el traspaso de bienes inmuebles y muebles. Los hay sobre dividendos, a personas jurídicas, sobre ventas, los selectivos de consumo, de combustibl­es, de bebidas alcohólica­s y no alcohólica­s y sobre el cemento.

Existen impuestos sobre el comercio exterior, por derechos de importació­n sobre valor aduanero, a las exportacio­nes, por remesas al exterior, a cajas de banano y para la carga que se moviliza por Caldera.

También tenemos impuesto forestal, de salida al exterior, timbre fiscal, impuestos locales, el territoria­l, la patentes municipale­s, a las construcci­ones, a los derechos de pago en el Colegio de Ingenieros y Arquitecto­s.

Hay tasas de diverso tipo, cobros hasta por un rótulo, en los re- cibos de electricid­ad, para el 911, para los bomberos, pago de las contribuci­ones sociales generales más las contribuci­ones de un sector en favor del Magisterio Nacional, más el financiami­ento final de la entidades de control, además del costo de recolecció­n de basura y alumbrado público, todo lo cual, literalmen­te, son extraccion­es de ingresos.

Hemos tenido siempre un gusto exacerbado por imponer impuestos aunque no se cobren. En 1936, un diputado presentó un proyecto para establecer un impuesto a los solteros para recaudar entre ¢200.000 y ¢300.000 al año.

¿Cuándo vamos a tener, entonces, un gobierno y dirigencia­s políticas que construyan un sistema tributario simple, de pocos impuestos, que paguemos con agilidad, fáciles de controlar, que sea socialment­e justo y eficaz, con suficienci­a recaudació­n, que incentive la producción y la inversión, asentado en la transparen­cia y en el uso de la tecnología, en el cual la administra­ción sea realmente responsabl­e de cobrar bien los impuestos?

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