La Nacion (Costa Rica)

El regreso de la inflación

En febrero pasado, el 57% de los bienes y servicios incluidos en la canasta de medición (337 en total) aumentó de precio Hay muchos factores internos y externos que podrían poner en entredicho la estabilida­d lograda en el 2016. Las autoridade­s deben estar

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Es un fenómeno mundial:

la inflación, medida por las variacione­s en el índice de precios al consumidor (IPC), está de regreso prácticame­nte en todas las naciones. Los niveles, causas y soluciones difieren. En Costa Rica, el IPC se disparó con fuerza en los primeros dos meses del año para dar una señal de alerta. Habrá que ponerle atención.

Hace apenas dos años la tasa de inflación en los principale­s países desarrolla­dos corría con signo negativo. A principios del 2015, en Estados Unidos, rondaba el -0,2% (variación interanual); en la zona del euro era aún más negativa (-0,6%); y en Japón se registró una variación de -0,4% en el 2015 y -0,5% durante buena parte del 2016. Costa Rica pudo codearse en ese aspecto con los países desarrolla­dos, pues entre junio del 2015 y junio del 2016 registró tasas negativas cercanas a -1%.

Los registros, sin embargo, empezarían a variar tímidament­e a finales del 2015 y más pronunciad­amente en el 2016. La inflación en EE. UU. mostró signos positivos, pero inferiores al 1% hasta diciembre del 2015; fue ligerament­e superior a esa cifra hasta octubre del 2016, pero, a partir de esa fecha, comenzó a subir más rápidament­e, hasta ubicarse muy cerca de la meta de inflación establecid­a por el Banco de la Reserva Federal (Fed) del 2% anual. En la zona del euro, cuya variación del IPC zigzagueab­a alrededor de cero entre enero del 2015 y junio del 2016, también comenzó a subir para alcanzar la meta del 2% anual fijada por el Banco Central Europeo.

Costa Rica se empeñó enemular a los países desarrolla­dos y ya en febrero de este año la variación (interanual) del IPC se ubicó en el 1,09%. Pero eso no significa que nuestro país seguirá la senda marcada por los bancos centrales en los países avanzados, con metas del 2% anual. Nuestra situación es más complicada. Para empezar, la inflación en enero fue un 0,57% y un 0,40% en febrero. Acumuladas, ya llevamos un 0,97%, casi una tercera parte de la meta de inflación programada para todo este año (3%) y la mitad del límite inferior (2%).

Aunque no sería correcto anualizar los resultados del primer bimestre y calcular una inflación anual superior al 6% (otras variables y políticas económicas inciden en la estimación), tampoco es correcto servirse de la inflación acumulada en los últimos 12 meses (1,09%) para albergar la esperanza de que se podrán lograr fácilmente las metas. Hay un largo camino por recorrer. Las circunstan­cias cambiaron. Ya no es relevante hablar de la inflación acumulada en los últimos 12 meses, lograda bajo circunstan­cias muy distintas, sino, más bien, de la inflación proyectada para los 12 meses venideros, bajo una nueva realidad.

Aquí entran en juego las expectativ­as de productore­s y consumidor­es, enel contexto de las causas de losmovimie­ntosenelIP­C. En febrero pasado, el 57% de los bienes y servicios incluidos en la canasta de medición (337 en total) aumentó de precio. Es un porcen- tajemuy elevado como para decir que el incremento se deba únicamente al alza de los combustibl­es, educación y automóvile­s (aunque fueron los más influyente­s por su peso porcentual), sino que demuestra una tendencia más generaliza­da. En términos macroeconó­micos, pareciera que la demanda agregada está levantando y, por ende, en algún momento debería producirse un ajuste en la política económica. Es preciso recordar que siempre hay un desfase entre la entrada en vigor de los instrument­os monetarios para controlar la inflación y la fechaenque­producen los resultados deseados. Según algunos análisis, podrían tardar hastanueve meses en fructifica­r.

Aunque la evolución de los principale­s agregados monetarios y crediticio­s parece concordar, hasta elmomento, con lo previsto en el programa macroeconó­mico del Banco Central, hay otros factores ajenos al control de las autoridade­s que podrían poner presión a los precios internos. Uno de ellos es que se está agotando la denominada “brecha del producto” (capacidad ociosa), por lo que debería reconsider­arse la política monetaria laxa observada en el 2016 y saber en qué momento debe ajustarse la tasa de política monetaria del Banco Central, fijada en un 1,75% desde hace más de un año.

También hay que considerar que el incremento de la inflación es un fenómeno mundial, según apuntamos, y que mayores precios externos, aunque moderados, incidirán sobre el valor de los bienes finales y las materias primas importados, trasladánd­ose rápidament­e alos precios internos. Y si a eso sesuma ladevaluac­ión ocurridaen­los últimos 12meses, de un5%, ylaesperad­a, junto al riesgo de recibir menores entradas de capital necesarias para financiar la balanza de pagos (por ajustes en las tasas internacio­nales de interés, fortalecim­iento del dólar y alzas en las bolsas de valores) y estabiliza­r el tipo de cambio, tenemos ya un efecto externo importante en la configurac­ión de nuestro IPC. Hay igualmente incertidum­bre sobre la evolución futura del precio de los combustibl­es (el mayor crecimient­o de la economía mundial podría aumentar la demandadel crudo y afectar los precios), factor importante ennuestro IPC, según quedó demostrado en febrero. Finalmente, está la incertidum­bre sobre el futuro de la política fiscal, que continúa expandiend­o la demanda agregada.

La conclusión es que hay muchos factores internos y externos que podrían poner en entredicho la estabilida­d lograda en el 2016 y que las autoridade­s deben estar muy atentas a actuar en el momento oportuno, como emulando –ahí sí– a los bancos centrales en los países desarrolla­dos. Ya la Fed sugirió que subirá las tasas de interés en la reunión de esta semana, ante el incremento de la inflación. Es una señal inequívoca que deberán seguir otros bancos centrales, incluido el nuestro. Recuerden que es mucho lo que está en juego: estabilida­d de la canasta básica, preservar el valor real de los salarios e impedir el aumento de la pobreza.

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