La Nacion (Costa Rica)

La ‘imposible’ educación sexual

Padres y madres pueden temer la pérdida que la sexualidad del hijo traerá a su familia

- David Monge López PSICÓLOGO Y PROFESOR

E scribo este artículo pensando en las familias de padres responsabl­es. En su estado natural, ayunos de conocimien­tos especializ­ados, un padre o una madre difícilmen­te aceptarán la sexualidad activa de sus hijos. Podrá ser este ya todo un mayor de edad, con carrera universita­ria y trabajo profesiona­l, pero a mamá le será siempre difícil aceptar que ese vástago de sus entrañas quiera más a su pareja que a su familia de origen, y, para variar: ¡se acuesta con él o ella!

Ese problema posiblemen­te se halle en todas las culturas del mundo, y podría explicarse con una simple lógica biológica. A un progenitor le benefi- ciará siempre más que su hijo se mantenga cooperando en casa (por ejemplo, cuidando a sus hermanos), en lugar de que busque una vida independie­nte con una pareja.

Si el hijo cuida a uno de sus hermanos, el padre se asegura de que sobrevivir­án estos dos hijos (cada uno porta la mitad de sus genes), pero un nieto llevará apenas una cuarta parte de los genes de él, el abuelo.

El resto de los genes de ese nieto son de otros organismos: entre ellos, ¡de esa condenada nuera o ese yerno extraño! Este sempiterno conflicto entre padres e hijos lo comprendem­os hoy gracias al trabajo del biólogo Robert Trivers. Matrimonio y monogamia.

Antropológ­icamente, nuestra manera de moralizar el sexo se ha relacionad­o además conel origen cultural delmatri- monio, con la imposición del poder masculino y con la consecuent­e certidumbr­e acerca de la paternidad.

La certidumbr­e materna no es un problema, pues la mujer sabe quiénes son sus hijos y quiénes no; por tanto, sabe a quién debe proteger. Por el contrario, para un hombre, el control de lamujer fue posiblemen­te un paso necesario para asegurar la certidumbr­e de su paternidad. Esta diferencia es lo que en biología se conoce como un “conflicto sexual”: lo que es bueno para el ganso, no es bueno para la gansa.

Luego vino el matrimonio monógamo. Nótese que, en un párrafo anterior, se ha hecho referencia al “matrimonio”, no al “matrimonio monógamo”.

En su origen, las relaciones estables entre hombres ymujeres posiblemen­te hayan sido poligínica­s (un hombre con varias compañeras), esto debido a que la variabilid­ad genética del cromosoma Y (el cual determina el sexo masculino) ha aumentado significat­ivamente en los seres humanos en los últimos 10.000 años. Un fenómeno de tal tipo

refleja el paso paulatino a la monogamia en las poblacione­s del Homo sapiens.

De acuerdo con los análisis de Michael Price, Joseph Henrich y otros psicólogos y antropólog­os contemporá­neos, la norma de la monogamia impuesta permitiría que muchos hombres (no selecciona­dos naturalmen­te por las mujeres) consiguier­an pareja, se redujesen los problemas psicosocia­les de la soltería masculina, así como de la competició­n femenina por los hombres que sí eran selecciona­dos.

Ahora bien, que se hayan eliminado esos problemas psicosocia­les no significa que hayan desapareci­do del todo las dificultad­es. Desde entonces tenemos otras vicisitude­s relacionad­as con la monogamia impuesta –no necesariam­ente deseada–, y los divorcios son una de dichas vicisitude­s.

Dos temores. Cuando se intenta educar en sexualidad, aparecerán dos temores en los padres. Uno se relaciona con la pérdida que la sexualidad del hijo traerá a la familia de origen. Otro temor se vincula con la pérdida de las costumbres patriarcal­es, que nos han otorgado históricam­ente una ficción de seguridad.

Si los padres no pasan por un proceso de educación para afrontar esos temores, dudo que la educación sexual de sus hijos funcione como necesitamo­s. Me pregunto incluso si será posible que algunos progenitor­es superen del todo aquellos temores.

Una tarea de gran importanci­a es crear espacios, físicos y virtuales, que permitan a los padres y madres de familia encontrar informació­n, expresar temores y aclarar dudas sobre los procesos de crianza.

Esos espacios podrían establecer­se en nuestros sistemas educativos y de salud. Escribí este artículo pensando en las familias donde hay padres responsabl­es; luego hablaremos de las que no los tienen.

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