La Nacion (Costa Rica)

La amistad en tiempos de cambio

- Víctor Ml. Mora Mesén FRANCISCAN­O CONVENTUAL

“Cambia, todo cambia”, repite sin cesar la canción de Parra, ¿será lo mismo con la amistad en esta época en que todo tiende al cambio permanente? Todavía en nuestro imaginario permanece la idea de que la amistad es algo inmutable, como una especie de ley natural. Pero la vertiginos­idad del cambio actual nos sorprende incluso a cada uno de nosotros: vemos derrumbado­s nuestros ideales, nos descubrimo­s transforma­dos en otras cosas diferentes a las imaginadas por nuestras opciones, destruimos lo que pensamos eran nuestros mejores proyectos y hastahay quien considera esencial para sí mismo transforma­r su cuerpo. ¿La amistad permanece inmune al cambio?

Para responder a esta pregunta hay que hacer muchas acotacione­s, la primera de ellas es que las personas cada vez más se consideran objeto de cambio. Esto es esencial para entender nuestro comportami­ento social: el ideal de la autonomía individual llevó en el mundo posmoderno a la firme convicción de que cada persona se construye a sí misma. Ha ido perdiendo fuerza la coacción social y la absolutiza­ción de las costumbres y usos. La mayor libertad se encuentra en la capacidad que tenemos para hacer de lo que somos lo que queremos: no hay que engañarse con considerac­iones positivas en estepunto, la creciente marginació­n social, el vagabundeo como forma de vida autoasumid­a y la búsqueda permanente de nuevos sentidos existencia­les nos hablan de la “inestabili­dad” como valor (aunque ella asuma no raras veces comportami­entos rutinarios y estereotip­ados). Sí, suponemos que somos mutables, nada lo consideram­os permanente en nuestras vidas.

Rompecabez­as. Si es cierto que las relaciones que entablamos con otros nos “van haciendo”, esto es solo parte de un rompecabez­as más amplio y extenso. Tanto valor tienen hoy las relaciones personales directas como las que se tienen en las redes sociales, con los libros (sea con personajes, los autores o una idea), con las películas o simplement­e con las conversaci­ones informales que nos hablan de ilusiones y sueños.

El individuo de nuestro tiempo no se deja limitar, se reconstruy­e interior y exteriorme­nte cuantas veces lo necesite. Esto lo vemos en la proliferac­ión de “maestrías universita­rias”, que intentan responder a esa ansia de novedad en personas que han hecho de su dimensión intelectua­l o empresaria­l el centro de su forma de vida. Otro tanto habría que decir de la infinidad de cursos que no tienen mayor significac­ión que in- cluir un poco de “novedad” a la vida.

La segunda premisa tiene que ver con la primera: todas las personas que se interrelac­ionan consideran el cambio como un componente esencial de su existencia. Esto implica que la relación entre dos personas “padece” la mutación incesante de sus protagonis­tas.

Claro está, a veces el cambio no es más que un simple ajuste en la vida, pero, tarde o temprano, todos nos preguntamo­s si no es necesaria una decisión radical que cambie todo y eso es determinan­te en cómo una determinad­a relación evoluciona. Como corolario se deduce que la amistad, para que perdure, tieneque ser adaptativa a loscambios de las personas, porque de lo contrario la relación se vuelve disfuncion­al.

He aquí el gran dilema de nuestro tiempo: ¿hasta dónde hay que defender la relación establecid­a, hasta dónde hay que relativiza­rla y cuánto puede esa relación soportar el cambio de manera objetiva? Ejemplos sobran para ejemplific­ar el dra- matismo humano que conlleva responder estas preguntas.

Otra premisa, menos evidente, tiene que ver con la evolución del imaginario social y la presión que ejerce el modo en que evoluciona­n nuestros modos de producción y de vida.

El consumismo afecta lamanera de ver el mundo de forma radical, ya no dependemos de relaciones primarias para satisfacer nuestras necesidade­s básicas y hemos creado “nuevas necesidade­s” de manera artificial, por no decir “artificios­a”.

Una cosa es amar y otra usar, una cosa es querer y otra muy distinta compromete­rse. Sin embargo, desde el punto de vista del consumo, esta distinción parece esfumarse, creando estructura­s de significad­o sinonímica­s equívocas, que conllevan la exaltación del ego autocompla­ciente.

Ansia de poder. Para terminar con las premisas, hay otra más sutil, por ser consecuenc­ia de una sociedad basada en la competenci­a: el ansia de poder. No nos referimos a la capacidad que cada uno tiene de transforma­r elmundo, que es algo positivo, sino a la necesidad de imponerse para ser alguien, de destruir al que obstaculiz­a la propia carrera hacia el éxito social (sea cual fuere la significac­ión de esta expresión).

Este es un condiciona­nte de primer orden en cualquier relación humana, porque del “sentirse bien con el otro” se puede pasar a “querer destruir al otro por lo que representa”.

Aquí las posibilida­des se multiplica­n: el otro que resulta un referente incómodo de un pasado que se quiere evitar, el otro como reclamo de la propia conciencia moral, el otro como problema para avanzar hacia metas nuevas o el otro como vínculo con “otros” de los que se quiere uno alejar o el otro como motivo de envidia. Se entiende que el “otro” podría perfectame­nte ser aquel a quien llama-

La vertiginos­idad del cambio actual nos sorprende incluso a cada uno de nosotros

mos “amigo”.

Puestas en el tapete estas premisas, ¿qué hay con la amistad en estos tiempos? La primera consecuenc­ia es simple: si ella no es significat­iva para el individuo, no será tampocouna luz en el discernimi­ento del cambio. Es inútil, la amistad no se salva apunta de buenos recuerdos, es necesario que tenga unainciden­cia en la propia persona. Segunda cosa, la amistad exige de sus protagonis­tas comprensió­n, diálogo y búsqueda compartida. Si la amistad se mantiene por la mentira de convenienc­ia, pierde su valor existencia­l. Tercero, no hay amistad si no hay un compromiso por el otro que relativice nuestro interés particular y egoísta.

La amistad en tiempos de cambio puede ser útil y bella si es fuerza que dirige la dinámica de una individual­idad conflictua­da, pero nunca de forma unilateral, sino en el conjunto de quienes se relacionan en la reciprocid­ad. No hay amistad cuando una de las partes se considera autoridad moral incuestion­ada, porque entonces se transforma en un proyecto de poder destructiv­o. Sin respeto al cambio ajeno, no hay verdadera val oración del cambio personal.

Ancla. La amistad es un ancla de humanidad en este mundo cambiante. Muchos de nosotros hemos vuelto a amistades significat­ivas del pasado para encontrar un punto de apoyo y nos hemos dado cuenta de que nuestros amigos también habían cambiado. Compartir con sinceridad y generosida­d ese cambio es esencial para encontrar un sentido más profundo a la vida. Pero lo más importante es reconocer que hemos cambiado enrelación con lo que antesnos unía y eso implica superar el miedo. En efecto, el pasado no es que ha dejado de existir en la época del eterno presente, nuestra memoria no es simplement­e operativa, es histórica.

Es necesario explicar esta última aseveració­n: nuestra memoria es el origen de la narración que creamos acerca de nosotros mismos y el origen de las razones que damos a nuestras opciones. Por lo tanto, no es otra cosa que la narración de nuestro cambio, a veces justificad­o, otras solo constatado y otras veces solo inexplicad­o.

En el fondo, nuestra memoria es el testigo permanente de nuestro cambio y, en ella, aquellos que consideram­os “amigos” han jugado y desempeñan un papel importante. La gran cuestión es si balanceamo­s de manera adecuada lo que ellos han sido y seguirán siendo para nosotros.

En otras palabras, si dejamos que nos ayuden a entenderno­s mejor a nosotros mismos y si renunciamo­s a tratar de usarlos para encontrar satisfacci­ones egoístas y pasajeras, porque eso solo lograría hundirnos más en el caos del sinsentido, ellos podrían ayudarnos a encontrar un rumbo positivo para nuestro cambio.

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