La Nacion (Costa Rica)

Más allá de la ONU

- Alfonso Cortés Ojeda

La Organizaci­ón de las Naciones Unidas fue concebida y fundada para abrir un foro de diálogo entre las naciones para así evitar una tercera hecatombe como lo fue la Segunda Guerra Mundial. Con todo y los altibajos de la Guerra Fría, los distintos conflictos en Oriente Medio, revolucion­es, guerras civiles, conflictos limítrofes aquí y acullá, la iniciativa de un foro para la diplomacia mundial ha resultado, pues hemos evitado un escalamien­to de lo que fueran los mataderos y holocausto­s de las dos guerrasmun­diales.

Hoy, ante el surgimient­o de gobiernos populistas, nacionalis­mos exacerbado­s por flujos migratorio­s sin antecedent­es, masas desplazada­s por una globalizac­ión desconside­rada, un clima desbocado en todos los continente­s, me parece que la ONU se ha vuelto, ciertament­e no obsoleta, pero sí insuficien­te para lidiar con tanta maraña de problemas.

Ahora bien, ¿qué esmás poderoso en el quehacer humano que sus conviccion­es políticas? Incluso, ¿más eficaz que sus necesidade­s materiales inmediatas? Su fe. O su negación de ella.

Para muestra, el famoso botón: las magníficas catedrales de la cristianda­d, las impresiona­ntes pirámides de Mesoaméric­a, espléndido­s templos, mezquitas y sinagogas cons- truidos como máxima expresión de las más diversas culturas. Y sí: lamentable­mente, las muchas guerras libradas para imponer una creencia a otra. También en el polo negativo: el radicalism­o de una religión tan rica y compleja como el islam que ha devenido en un disparador del terrorismo contemporá­neo.

Entonces, si el siglo XX vio el nacimiento de un foro diplomátic­o mundial, ¿no debería el siglo XXI estar listo para su contrapart­e espiritual? Una organizaci­ón que reúna en paz y amistad a católicos, anglicanos, luteranos, presbiteri­anos, calvinista­s, metodistas, testigos de Jehová, mormones, ortodoxos, coptos, judíos, judíos ortodoxos, chiitas, sunitas, wahabitas, budistas, confucioni­stas, hindúes, ateos, agnósticos y que me perdonen todas aquellas expresione­s de fe que no se me ocurren al momento.

Sede de la tolerancia. La Asamblea General de las Naciones Unidas reside en Nueva York, acaso una de las ciudades más cosmopolit­as del orbe. Para la sede de un foro para el diálogo de religiones, el lugar que vislumbrar­ía debiera ser un reflejo de la esencia de la fe, donde se profesen o hayan profesado varias, pero que también invite a la paz, tranquilid­ad y reflexión; condicione­s necesarias para tolerarse unas a otras.

¿Una ciudad desgarrada por las creencias y su interactua­r conel poder terrenal, como Beirut (Jerusalén acarrea demasiadas animosidad­es de las tres religiones del Viejo Testamento); tan dedicada al estudio teológico como Qum en Irán; o quizás tan alejada del trajín geopolític­o como Lhasa en el Tíbet? Aunque para esta última opción el gobierno chino quizá tuviese una que otra objeción… ¿Perth, al final del desierto australian­o; Iquitos, perdida en la Amazonia peruana; Estambul, partida en dos continente­s? En fin, creo que decidirse por una sede sería uno de los escollos menores.

¿Financiami­ento? Innecesari­o que enumere lo que se ha gastado y se gasta para preservar nuestras creencias –o la ausencia de ellas– a lo largo de toda la historia de la civilizaci­ón. De todos modos, muchos hombres de fe tienden a escoger el camino del ascetismo. En todo caso, sería una acertada prerrogati­va el armar una organizaci­ón de mínimas necesidade­s materiales para así marcar su diferencia con una organizaci­ón terrenal.

El mayor obstáculo para la quimera que aquí expongo es, sin embargo, la humildad; o más bien la falta de ella. La humildad para reconocer la validez de otros caminos.

¿Cuántos guías religiosos a lo largo de la historia de todos nosotros han aceptado que otros grupos tienen otras inspiracio­nes religiosas? La minoría. Supongo que es un asunto de superviven­cia: al aceptar las creencias específica­s de otros, estarían comprometi­endo las propias. Pero solo si son creencias con débiles fundamento­s.

Pruebas de fe y fuego. Aquí vuelve a la factibilid­ad mi propuesta: las grandes religiones del siglo XXI han pasado por muchas pruebas de fe y fuego; durante cientos de años algunas, durante miles otras. Ya no hay imperativo­s para convertir a la fuerza a un judío al cristianis­mo, a un budista al islam. La interconex­ión tecnológic­a, el imperio de las redes sociales dificulta al extremo tales atropellos a los ancestros espiritual­es de cada uno de nosotros. O la negativa de algunos a aceptarlos del todo.

Mas no hay que pecar de ingenuidad (sin intención el uso de eseverbo): las diferencia­s teológicas pueden resultar tan polémicas comolas políticas. Que lo digan 500 años de Reforma o la rivalidad entre sunnitas y chiitas. Me falla la cultura general para exponer casos similares en las religiones imperantes en el Lejano Oriente. Y habría que ver si grupos extremos como los talibanes tolerarían siquiera el respirar el mismo aire de teólogos que interprete­n a un creador de forma diferente.

Pero lo interesant­e sería que esos grupos extremista­s se verían desacredit­ados entre sus acólitos ante la solidarida­d masiva de otras, muy distintas religiones. Se tendría que rayar en una ceguera sociópata para ignorar ya la fe de diversos miles de millones de fieles.

Aun así, el fin último de una “Organizaci­ón de Religiones Unidas” no sería el convencimi­ento de una doctrina de la fe sobre otra, sino el estudio, entendimie­nto y tolerancia a las demás confesione­s. No puede ser que a estas alturas de la comunicaci­ón planetaria, se ignoren las creencias de personas que no comparten nuestra idiosincra­sia, pasado y costumbres.

La Iglesia Católica Apostólica y Romana tiene en su actual líder a uno de los más idóneos para echar a andar tal propuesta, pues la humildad ha sido la marca de su pontificad­o. Invito a sus obispos en Costa Rica a pasarle este santo (y, otra vez, el juego de palabras). Igual le dejo esta inquietud a cuanto pastor, rabino, monje o muftí que llegue a leer estas líneas por residir en este bendito país.

Nate, Otto y el reciente socollón de Jacó nos recordaron que no importa a quién adoremos: la montaña que nuestras fe quisiera mover, igual se nos viene encima si esa es la voluntad del creador que cada uno quiera escoger.

Una Organizaci­ón de Religiones Unidas sería para la tolerancia a las demás confesione­s

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