Mi casa china
¡ Quién iba a decir que mi casa de infancia y juventud, tibaseña, clasemediera, abrigada por densos cafetales que se extendían, como inmenso velo verde, hacia Llorente, iba a terminar con el paso de los años convertida en un restaurante chino!
Cuando voy de visita aCosta Rica y me quedo en casa de alguna de mis hermanas que siguen por esos rumbos, y paso en autobús por la calle principal de Tibás, ahí la veo, prácticamente irreconocible, arrinconada entre comercios de todo tipo, sin jardín, sin patio trasero, sin cafetal, sin árboles de cas o mango o limón, sin rosas ni pascuitas ni reinas de la noche, transformada en un bodrio que expende comida china aticada, “casados chinos”, ¿podrán creer?
He entrado en ella, en lo que queda, en su parte pública, hasta he comido ahí, y no la reconozco. En los meandros del chop suey está perdida mi ca- sa, hundida en lo más oscuro de la salsa de soya. Apenassubsisten la imaginación, el recuerdo y la nostalgia, por el barrio en quecrecí y por ella, cuatrocientos metros antes de la iglesia, sobre la calle principal. Todo cambia, lo sé, pero esto no significa que, de pronto, ante el escándalo del presente, lamemoria se ponga sensiblera y eche alguna lagrimilla por lo que ya no está, y que sin duda era más bonito y habitable que lo que hoy existe. Porque todavía si el cambio hubiera sido para bien, pues uno haría de tripas corazón y lo pondría en un rincón oscuro del olvido, pero cuando lo nuevo resulta algo peor, caótico, invivible, pues tiene uno derecho a anhelar lo ido. No es que todo lo pasado fuera mejor, para nada, pueshay cosas que mejoran, pero Tibás no; ha sufrido el mismo proceso decadente del resto de San José, como San Pedro, como Escazú, como… Microislas.
Por ahí quedan microislas de lo que hubo, como el barrio González Truque, aunque averiado; alguna calle marginal que el tráfico y el comercio han olvidado. Tomo alguna foto para resguardar esos remanentes del pasado, esa casa de madera o de adobe habita- da por viejitos y fantasmas, con ciertotemor, pues yani fotos se pueden sacar, pues la gente reclama recelosa, no vaya a ser que uno sea ladrón, secuestrador o agente inmobiliario.
Recuerdo el primer restaurante chino de Tibás, en una esquina a un lado de la iglesia. Como éramos siete en la familia, cuando íbamos, pedíamos chop suey o arroz cantonés: era rico, abundante y más o menos barato. El restaurante estaba al lado del cine Cid, por lo que, a la salida de la función, si papá tenía dinero, podíamos entrar. Luego, esos restaurantes comenzaron a proliferar en la calle central. Había uno muy cerca de mi casa cuya sopa más famosa era la de carraco, ¡“sopa Chaves”! Seguro que era un augurio de lo que pasaría después, un hexagrama gastronómico de un
ridículo y siniestro. Recuerdo esa casa en particular porque ahí mamá me mandaba llevar el ambulante altarcito del Corazón de Jesús que recorría el barrio cada mes, para su rosario y limosna. Era de madera, amplia, con jardín y patio, como mi propia casa, y fue de las primeras en achinarse.
Otra hermosa casa, esquinera, de gran corredor, una cuadra antes de la iglesia, donde se ponía un portal con grandes figuras en Navidad y muchas luces (todo un espectáculo para niños y grandes), también sufrió tal destino de achinamien- ching I to restaurantil, hasta quedar irreconocible de su anterior grandeza. Y así por el estilo. Hechizo
Finalmente, el hechizo asiático llegó a mi vieja casa tras la muerte de mis padres y su posterior venta. Para entonces, ya estaba muy cambiada, sin espacios verdes, con el centro comercial en vez del cafetal. Antes, desde la gran ventana del cuarto trasero de arriba se contemplaban el cafetal, los altos árboles de sombra, las montañas y se oían los pája- asiático. ros; luego, comenzaron a verse techos oxidados, el estacionamiento de la Feria del Norte, el Más porMenos, el edificio de La Nación y también el estadio Saprissa.
Así que hoy, donde antes jugaba con mis hermanas y primos, a la sombra del árbol de cas, entre pastoras y otros arbustos de nombres olvidados, hoy se come comida china de medio pelo, pues ni siquiera sopa de carraco ni sopa Chaves hay. Mi casa sigue ahí, disfrazada de oriental, arquetípica, escondida en un pliegue del pasado tibaseño, intacta en una es- ■
¡Quién iba a decir que mi casa de infancia y juventud se convertiría en un restaurante chino!
quina de mi memoria, igual que el resto de Tibás, de Llorente, de Colima, de Santo Domingo, unidos por una red de cafetales que eran mi laberinto doméstico, donde me perdía de la mano demis amigas laSegua y la Llorona, acompañado en mis juegos por el saltarín Cadejos, seguido por siete murciélagos lugareños, que no me asustaban y solo acompañaban a aquel niño imaginativo y explorador.
Hoy, esos y otros espectros están exiliados, quién sabe adónde los arrinconaron los negocios de la modernidad, en qué cueva del Virilla han sido encerrados. No están muertos, no, en mí viven, yo los libero cada vez que puedo en un rincón de mi alma, en mis sueños, retomamos nuestros rumbos de antaño y estoy seguro de que, cuando vaya a dejar este mundo, ellos vendrán por mí como ángeles estrafalarios para conducirme a un cielo tan grande, tan verde y tan aromático como aquellos cafetales de antaño y, de paso, visitaremos la casa paterna, recién pintada como lo hacía mi papá cada inicio de diciembre con la plata del aguinaldo, y donde mamá tendrá listo budín con pasas (hecho con el pan viejo de la semana) y café recién chorreado. No habrá comida china, sino un tamal humeante y una taza de ponche junto al portal de Navidad.