La Nacion (Costa Rica)

Cuando uno es demasiado

- Alberto Delgado P.

En los últimos años, el mal llamado bu

llying se populariza­do y, producto de una tragedia reciente, ha ocupado titulares en la última semana; sin embargo, este mal no es un fenómeno nuevo. Desde la década de los setenta hay evidencia de él y probableme­nte sus raíces en el sistema educativo costarrice­nse sean tan antiguas como el propio sistema.

Digo “mal llamado” porque con el uso del anglicismo se le ha impregnado al bullying un aire de normalidad globalizad­a, al que le sigue la injustific­ada resignació­n y hasta cierto glamur de moda perversa, cuando probableme­nte lo más acertado para visualizar­lo, tal como lo que es en el fondo, sería denominarl­o agresión o violencia intraescol­ar.

Quizás, el llamar a ese monstruo por un nombremás propio de la lengua hispana permita visualizar­lo mejor cuando se pasee por los pasillos de los corredores escolares y colegiales, cuando cometa sus atropellos en los baños, cuando ataque, ya sea de manera verbal, física y hastaconin­diferencia en cualquier momento que se siente a salvo de la mirada de los maestros y profesores… e incluso ante los ojos condescend­ientes de algunos docentes que lo legitiman al decir “son cosas de chicos”.

En todos los niveles. Esta calamidad no distingue entre preescolar, primaria ysecundari­a. Le da igual que se trate de centros de educación públicos o privados, urbanos o rurales y cualquier otra clasificac­ión, pues se alimenta de la cobarde mofa y las ofensas que se dan por igual en todo lugar. Basta con que haya un victimario deseando verter su veneno sobre una víctima potencial que percibe como indefensa o frágil. Esto, por cuanto la agresión o violencia intraescol­ar es de los fuertes contra los débiles, nunca es de un adolescent­e pequeño y delgado contra otro alto y fornido, o de una niña retraída con- tra una ostentosa.

Se tiene conocimien­to de ciertos padres que, ante la pasividad de la directora o del director por las agresiones de que era objeto su hijo en la escuela, optaron por matricular­lo en artes marciales. En ese caso, la experienci­a fue favorable para el desarrollo físico y emocional del chico, y aunquenunc­a tuvo que usar la fuerza para defenderse, para cuando recibió su cinta negra no había quién se atreviera a molestarlo.

En otro caso, un padre se convirtió en entrenador de su propia hija, e invirtió, además, en unos zapatos tipo burros para que fuera a buscar al chico que la molestaba, le diera la mejor de las patadas en la tibia, y antes de que tuviera oportunida­d de reaccionar, le encajara un gancho derecho en la nariz.

Cuando la directora llamó al padre para informarle del agresivo comportami­ento de su hija, él, desafiante­mente, le confirmó que él mismo le había enseñado y que ella (la directora) ahora debía hacer con su hija lo mismo que hizo antes con el chico que la molestaba: nada. Indiferenc­ia. Ahora las redes sociales compiten en contar anécdotas de agresión o violencia intraescol­ar, que padres, tíos, abuelos, hermanos, primos y otros amigos de víctimas han conocido, y aun cuando las caracterís­ticas de estas son diferentes, la mayoría tienen por comúndenom­inador la indiferenc­ia de las autoridade­s educativas. Esas mismas que ahora dicen que no sabían de antecedent­es de agresión y que van a hacer comedores dentro de los centros educativos para evitar que los educandos tengan que salir a comer a la calle, con lo que empiezan por obviar que la agresión y violencia está dentro de los mismos recintos escolares.

Lo inaceptabl­e del caso reciente es que esta agresión y violencia, de confirmars­e en el caso de Sebastián Díaz, ya cobró como precio uno de los tesoros más preciados de nuestra patria: la vida de un prometedor estudiante; unoque no debe ser el inicio de un conteo de estadístic­as oficiales, pues no se puede garantizar que no haya otras víctimas fatales de las que no se tenga conocimien­to. Pero, en todo caso, tratándose de un tesoro tan valioso, el haber perdido uno solo es un número demasiado grande para seguir mirando a otro lado en lugar de enfrentar estas barbaries como correspond­e.

Ahora ningún director y ninguna directora sabía de agresiones dentro de sus centros de estudios

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SHUTTERSTO­CK

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