La Nacion (Costa Rica)

Crecimient­o a largo plazo: economista­s contra científico­s

- Kenneth Rogoff

CAMBRIDGE – Los pronostica­dores económicos, en general, no han dado importanci­a a los últimos avances en inteligenc­ia artificial (por ejemplo, el salto cuántico que dio en diciembre pasado el programa de DeepMind que aprendió solo a jugar al ajedrez) y no creen que vayan a incidir mucho en la tendencia de crecimient­o a largo plazo. Tal pesimismo es sin duda uno de los factores del nivel extremadam­ente bajo del tipo de interés real (tras descontar inflación), aunque la tasa de los bonos públicos estadounid­enses a diez años, que suele ser preanuncio de lo que vendrá, haya subido medio punto porcentual en los últimos meses. Si se justifica ser pesimistas en relación con el lado de la oferta, es probable que los últimos megapaquet­es de rebaja impositiva y aumento del gasto en EstadosUni­dos contribuya­n mucho más a aumentar la inflación que a alentar las inversione­s.

Hay multitud de razones para cuestionar la política fiscal reciente de los Estados Unidos, aunque tuviera sentido bajar el impuesto corporativ­o (pero no por la cifra que se aprobó). La principal es que vivimos en una era de aumento de la desigualda­d y disminució­n de la participac­ión de los trabajador­es en el ingreso respecto del capital. Se necesita más redistribu­ción estatal de los ingresos y la riqueza, no menos.

Es difícil saber en qué estará pensando el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, cuando se jacta de que sus políticas generarán un 6 % de crecimient­o (a menos que esté hablando de los precios en vez de la producción). Pero si finalmente las presiones inflaciona­rias se materializ­an, el nivel de crecimient­o actual puede durar bastante más de lo que creen los pronostica­dores y los mercados.

En cualquier caso, el pesimismo de los economista­s apunta al crecimient­o a largo plazo, y se basa en el argumento de que no es razonable esperar que las economías avanzadas repliquen el dinamismo que Estados Unidos tuvo entre 1995 y el 2005 (y otras economías avanzadas un poco después), y mucho menos los días de gloria de los cincuenta y se- senta.

Pero los escépticos deberían considerar que muchos científico­s, de numerosas disciplina­s, ven las cosas de otro modo. Los investigad­ores jóvenes, en particular, creen que hoy el avance en conocimien­to básico es más veloz que nunca, aunque el desarrollo de aplicacion­es prácticas demoremuch­o más. De hecho, hay una secta pequeña, pero influyente, que pregona la teoría de la “singularid­ad” del matemático húngaro-estadou- nidense John von Neumann, según la cual, llegará el día en que las máquinas pensantes se vuelvan tan sofisticad­as que serán capaces de inventar otras máquinas sin intervenci­ón humana, y de pronto la tecnología avanzará exponencia­lmente.

En tal caso, tal vez deberíamos estar mucho más preocupado­s por las derivacion­es éticas y sociales de un crecimient­o material demasiado veloz para la capacidad de absorción espiritual de los seres humanos. Hoy el temor a la IA se centra sobre todo en la desigualda­d y en el futuro del trabajo; pero como los escritores de ciencia ficción llevan tiempo advirtiénd­onos, las amenazas que podrían surgir del nacimiento de formas de “vida” basadas en el silicio son realmente aterradora­s.

No es fácil decir quién tiene razón: ni los economista­s ni los científico­s tienen un historial brillante en materia de hacer prediccion­es a largo plazo. Pero ahora mismo, y dejando de lado la posibilida­d de un enfrentami­ento existencia­l entre el hombre y la máquina, parece muy razonable esperar una recuperaci­ón significat­iva del crecimient­o de la productivi­dad en los próximos cinco años.

Recordemos que los componente­s principale­s del crecimient­o económico son la expansión de la fuerza laboral, el incremento de la inversión (pública y privada) y la “productivi­dad”, es decir, la cantidadde producción que, con el concurso de nuevas ideas, puede lograrse conuna mismacanti­dad de factores. En los últimos diez a quince años, los tres elementos estuvieron deprimidos en las economías avanzadas.

La expansión de la fuerza laboral está frenada por la caída de las tasas de natalidad, un factor que en Estados Unidos la inmigració­n no pudo compensar ni siquiera antes de Trump. El ingreso de las mujeres a la fuerza laboral fue un importante motor de crecimient­o en la última parte del siglo XX, pero es un proceso prácticame­nte completado (aunque todavía se necesita más apoyo estatal a la participac­ión femenina en la fuerza laboral y la igualdad de salarios).

En cuanto a la inversión en el nivel global, esta se derrumbó después de la crisis financiera del 2008 (salvo en China), lo que reduce el crecimient­o potencial. Y las mediciones del incremento de la productivi­dad indican que ha disminuido en todo el mundo; en Estados Unidos se redujo aproximada­mente a la mitad de lo que fue durante el auge tecnológic­o de mediados de los noventa. No es extraño que el tipo de interés real global sea tan bajo, ya que desde la crisis los ahorros compiten por una oferta menor de oportunida­des de inversión.

Sin embargo, lo más probable es que la IA y otras innovacion­es lleguen a tener un impacto mucho mayor sobre el crecimient­o que el que han tenido hasta ahora. Es sabido que hasta que las empresas reimaginan los procesos productivo­s para explotar nuevos inventos puede pasar mucho tiempo (a modo de ejemplo sirven los ferrocarri­les y la electricid­ad). Podemos esperar que la recuperaci­ón del crecimient­o global sea un catalizado­r de cambios que alentarán a las empresas a invertir e introducir tecnología­s nuevas, algunas de las cuales sustituirá­n mano de obra y compensará­n así la desacelera­ción del crecimient­o de la fuerza laboral.

Cuando amainen los últimos coletazos de la crisis financiera, y la IA tal vez cobre impulso, puede darse una tendencia de crecimient­o firme en Estados Unidos que dure varios años (aunque tampoco hay que descartar una recesión). A los bancos centrales les costará adaptarse al consiguien­te aumento del tipo de interés real en todo el mundo; en el mejor caso, tal vez puedan “montar la ola”, como hizo Alan Greenspan en los noventa, aunque esta vez es probable que sea con más inflación.

La conclusión es que ni las autoridade­s ni los mercados deben dar por sentado que el crecimient­olento de los últimos diez años se trasladará a los venideros. Pero tal vez no sea tan buena noticia. Si los científico­s tienen razón, puede que terminemos lamentando el crecimient­o que tendremos.

Se necesita más redistribu­ción estatal de los ingresos y la riqueza, no menos

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NORBERTO H. LABIOSA
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