La Nacion (Costa Rica)

Un alto al bullying

- Amado Hidalgo PERIODISTA hidalgo.amado36@gmail.com

Ninguna otra actividad cotidiana tiene tanto impacto en la sociedad como el deporte. El fútbol, para ser más exacto, si hablamos de nuestro país. De la marginalid­ad produce ídolos, convierte a desconocid­os en modelos a imitar y despierta pasiones.

Pero usted que alguna vez ha estado en un estadio sabe lo que conlleva esa idolatría. La otra cara significa odio al rival, racismo, xenofobia, y un bu

llying que se ensaña contra la humanidad de quienes, por vestir la otra camiseta, son recipiente de ese “chucky futbolero” que muchos llevan adentro. “Perra”,“enano”,“congo”, “puta de cabaret”, “cornudo”… Un rosario de voces que se gestan sin reparar si al lado hay unamujer, un niño, o simplement­e alguien que fue a apreciar el fútbol como espectácul­o y nada más. Un rato le piden a su dios por el triunfo y otro escupen lenguas de fuego en pro de la derrota del contrario. El cielo y el infierno en un mismo escenario.

Muchos fueron a la escuela, al colegio, a la universida­d, y desfilan por las calles como almas inofensiva­s. Al estadio llevan el traje de energúmeno­s que, a lo mejor, de vez en cuando, se visten para insultar al chofer que no dio campo, a la esposa que salió con las amigas o al hijo que llevó mala nota.

Esa jauría que profesa cánticos de amor y odio al mismo tiempo no es un producto del fútbol, ni de algún deporte en especial. Lo sabemos por Sebastián, y pormuchos otros niños que como él, han sido arrastrado­s por cobardes montoneros, matones de la palabra, abanderado­s extremista­s de lo que alguna vez fue un costumbris­mo sano: “El choteo”.

En los estadios, así como en escuelas y colegios, hay muchos Sebastián. Sufren el grito racista, el insulto a la madre, la ofensa a la novia, la maldición por solo existir. Pero por cada Sebastián, sonriente, estudioso, servicial, buena nota, hay muchos acomplejad­os, narcisista­s, idiotas, que se sienten poderosos en razón del grupo que les rodea, el tamaño, la edad o la fuerza.

Nada descubre tanto a esta sociedad como un estadio. El salvaje e irracional tico se desviste en las gradas, retoma sus tiempos de colegial con aires de superiorid­ad, se cobija en el anonimato de la masa para escupir, ladrar, denigrar y, de alguna forma, rescatar al imbécil que guarda en camisa de fuerza cada vez que sale a la calle.

Sería lindo que allí, en los estadios, Sebastián se convirtier­a en un niño símbolo. Que su muerte no sea en vano. Que no una, sino muchas veces, o para siempre, su rostro bueno aparezca en las pancartas, en camisetas, en las pantallas y, sobre todo, en el corazón de quienes pedimos un alto al bullying.

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