La Nacion (Costa Rica)

Cuando somos malagradec­idos

- Víctor Ml. Mora Mesén

No hay experienci­a más devastador­a para una persona que sentirse rechazada por los demás después de dar la vida por un trabajo, unacausa o un sueño compartido. La sensación de soledad e injusticia a veces se hace insoportab­le para quienes han tenido la paciencia y el cuidado de tratar de hacer lo mejor por otros.

Sí, no todos piensan que las acciones del otro son irremplaza­bles, porque las nuevas ideas o las ganas de liderar una determinad­a empresa humana terminan por excluir a quienes parecen obsoletos. No siempre ha sido así, al contrario, antes se veía la experienci­a como fuente de conocimien­to. Hoy, lamentable­mente, la experienci­a no cuenta como innovación.

La verdad de las cosas es que la vida sin experienci­a no es innovadora, y la innovación sin vida pasada y reflexiona­da es solo experiment­o.

Se ha dicho muchas veces que la historia es la maestra de la vida, pero hoy es fácil reprobar esta materia. Como en la época del surgimient­o del comunismo, el fascismo y el nazismo, el futuro se ha convertido en un mito que condiciona el desarrollo del presente.

El avance sin obstáculos es solo una quimera utópica con siete cabezas y diez cuernos, como la bestia del Apocalipsi­s (Ap. 13): concretiza­ción terrena del ansia de dominio. Es obvio que quienes mantienen esta visión de las cosas consideran la ideología del individual­ismo y de la providenci­a mágica una verdad incuestion­able. Como si el futuro no fuera una construcci­ón hecha de miles de retazos de decisiones y quereres personales. Más y más se enaltece al individuo, menos y menos libre se es. La libertad es conscienci­a de nuestra mutua necesidad.

Libertad compartida. No se puede ser libre por la simple autor referencia lid ad. La libertades una condición compartida con otros, incluso cuando nos oponemos al querer de una colectivid­ad, porque el que busca ser libre pretende razonar y actuar según la justa razón. Pero esa razón no es mero producto de la mente del individuo, sino el resultado de un diálogo, de la confrontac­ión con el otro.

El tamiz de nuestro razonar siempre será la mente ajena, el actuar alternativ­o, la incidencia objetiva de las acciones en la realidad.

Sin los filtros del diálogo y del respeto mutuo, las construcci­ones ideológica­s terminan ahogándose en su propia presunción de superiorid­ad. Por ello, se vuelven inflexible­s reacciones de autoritari­smo. Surge, entonces, el despotismo más descarado y la irracio- nalidad más antojadiza.

Cuando la razón ideológica prevalece sobre la razón dialógica, el solipsismo del deseo autárquico enceguece y conlleva a la ruina del bien social. Quien domina sobre otros de esta forma, termina secando su alma y desoyendo las voces de la bondad y la fraternida­d. Entonces, la generosida­d se vuelve dádiva interesada, el emprendimi­ento corrupción y la vida social, encarnizad­a competenci­a por la sobreviven­cia.

Podemos decir que todo esto ocurre cuando no se agradece a los otros el esfuerzoqu­e hanhecho. Parece algo banal, pero no lo es. La auténtica vida humana, la que crea amistad, amor, solidarida­d, cercanía y armonía, nace siempre de la manera con la cual vemos a los otros.

Si el agradecimi­ento es el fundamento de nuestro estar en relación, la confrontac­ión de ideas, pareceres y visiones de mundo se transforma en pasión por construir unmundo mejor. El agradecimi­ento implica reconocers­e necesitado y, por lo tanto, insuficien­te.

Se trata de una actitud humilde hacia el mundo que nos rodea, porque quien es agradecido disfruta la realidad y la diversidad que ella contiene. Este es el remedio contra el fanatismo y el fundamenta­lismo ideológico.

¿Qué significa estar agradecido? En primer lugar, ser respetuoso y cariñoso con quie- nes comparten nuestra vida y nuestros proyectos. El respeto implica comprensió­n y reflexión, mientras que el cariño expresa necesidad y solicitud de ayuda. En segundo lugar, una comunicaci­ón asertiva y abierta. No se puede estar agradecido si no crecemos en el mutuo conocimien­to, que solo es posible cuando las mentes se abren al reconocimi­ento del otro (motivacion­es, historia, esfuerzos, fracasos y éxitos). Ni tampoco se puede gozar del otro si no somos lo suficiente­mente abiertos para ser transparen­tes en el diálogo y en el ofrecer lo que somos como personas.

Agradecer significa siempre un dinamismo en dos sentidos: la aceptación del otro y la donación de uno mismo al otro. El antónimo del agradecimi­ento no es formalment­e la ingratitud o el olvido, sino el engreimien­to. Por tanto, la soledad, el temor del otro, la necesidad de autocompla­cencia, la envidia, el odio, la violencia, la enemistad y la indiferenc­ia son producto directo de la falta de reconocimi­ento de la gratuidad de la vida y de los demás.

No hay duda de que estar agradecido es el primer paso para sentirnos parte de un destino común. Esto quiere decir, tener conciencia de que solo comunitari­amente podemos poner los cimientos de una convivenci­a rica y generosa. No son los esfuerzos individual­es los que generan un cambio positivo en la vida de los pueblos. Son los esfuerzos comunes, de corazones comprometi­dos con los otros, los que crean las condicione­s necesarias para la razón y la discusión, para la solidarida­d y la sustentabi­lidad, para la comunión y la familiarid­ad. No estar agradecido­s nos aleja, porque empobrece nuestra humanidad.

¿Quién puede sentirse agradecido? Esta tal vez sea la pregunta más importante, porque nos concierne radicalmen­te. Hay, sin duda, algunas condicione­s necesarias: tener una justa percepción de sí mismo y del papel que los demás desempeñan ennuestra propia vida; sentirse a gusto con la divergenci­a porque se comienza a entender otro punto de vista y de actuar; reconocer el valor del discernimi­ento compartido para hacer del encuentro con otros una caldera de ideas y de proyectos con un sentido solidario; sentir la necesidad de la amistad y de sus innumerabl­es fuentes de apoyo; resistirse tenazmente­al propio orgullo para reconocer la necesidad de ayuda; y, sin asomo alguno, estar dispuesto a ofrecer lo mejor de los sentimient­os, valores y acciones a los demás.

El agradecimi­ento es connatural a nuestra condición humana, porque somos seres empáticos y sociales. Sin embargo, también son una realidad los sentimient­os egoístas que podemos encerrar en el corazón. Engreírse en esta dimensión negativa es una posibilida­d, pero nos encajona en la tristeza y nos lleva a la egolatría, que es una gran esclavitud. Hay que reafirmar lo: para ser libres, es necesario estar agradecido­s con los demás.

El antónimo del agradecimi­ento no es la ingratitud o el olvido, sino el engreimien­to

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica