La Nacion (Costa Rica)

Política sin etiquetas

- Alberto Delgado P. ECONOMISTA

El origen de la palabra “política” se remonta al griego polis, que significa ciudad, la que, con el evoluciona­r de la sociedad, condujo a la agregación social denominada “Estado”, a partir del cual la Real Academia de la Lengua Española identifica en la dicción política un carácter polisémico, del que interesan las siguientes acepciones: “Dicho de una persona: que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado. Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados. Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos. Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo”.

Consecuent­emente, la política es asunto que incumbe a toda persona que vive en un Estado y, particular­mente, cuando de ella se deriva la elección de quienes dirigirán los asuntos públicos, es decir, la formación del gobierno, que debe abocarse a la búsqueda del bien común para alcanzar el objetivo de la política señalado por Aristótele­s cuando manifestó que “todas las ciencias, todas las artes, tienen un bien por fin; y el primero de los bienes debe ser el fin supremo de la más alta de todas las ciencias; y esta ciencia es la política”.

Para que el actuar de la política sea eficaz, al menos en una democracia, debe partir del diálogo abierto a todas las personas que habitan en el Estado en cuestión, de forma que, libre y transparen­temente, se pueda buscar el bien común, que necesariam­ente debe comprender el bienestar tanto de las mayorías como de las minorías.

Mal inicio.

A contrario sensu, la discusión iniciada a partir de etiquetas o estereotip­os que ubican a las personas en una u otra posición extrema, suelen conducir a la visión de túnel, donde cada contendien­te centra la atención en un único punto percibido como amenazante, con lo cual se pierde la apertura necesaria para la búsqueda sincera y generosa del bien común.

Por ello, etiquetas como progresist­a, conservado­r, radical religioso, cristiano fóbico, de derecha, de centro, del medio, anticuado, liberal, defensor de derechos, opresor, agresor, igualitari­o, nazi, fascista, pervertido, intolerant­e, depravado, homófobo y muchos otros, al colocar a los contendien­tes en extremo opuestos, incitan a la confrontac­ión y destrucció­n recíproca, en lugar de la conciliaci­ón constructi­va.

La actual contienda electoral ha devenido en una lucha de estereotip­os, que, quiéralo o no, ha distanciad­o la política electoral de todo objetivo altruista y parece poco probable que los contendien­tes estén dispuestos a dejar sus lanzas y escudos antes del desenlace del próximo primero de abril.

Sin calificati­vos.

En este contexto, pareciera que el optimismo que se puede tener en este momento es que el futuro presidente Alvarado (cualquiera de los dos, Fabricio o Carlos), antes de recibir la banda presidenci­al se despoje tanto de las etiquetas que recibió, como de los estereotip­os con que ha calificado a su oponente, para que pueda ejercer una de las más nobles de las profesione­s humanas, la política, con el decoro que ella merece y el país demanda.

Si así se hace, es probable que en futuras citas electorale­s se centrará la atención en la discusión de propuestas para resolver los problemas nacionales, sin el uso de etiquetas y estereotip­os que no suman al ejercicio pluralista de la democracia, necesario para el desarrollo integral del país.

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