La Nacion (Costa Rica)

Cómo combatir mejor la elusión impositiva empresaria­l

- José Antonio Ocampo ECONOMISTA

NUEVA YORK – En los últimos años, filtracion­es de documentos como los Papeles de Panamá y los Papeles del Paraíso han expuesto el lado oscuro de la globalizac­ión. En todo el mundo se alzaron voces indignadas contra la elusión fiscal. Mientras el trabajador ordinario no tiene más alternativ­a que pagar sus impuestos, parece que las multinacio­nales y los ricos se las arreglan para no pagar casi nada.

El aspecto más sorprenden­te de los esquemas de elusión fiscal corporativ­a es que son legales. Cuando una multinacio­nal crea filiales en el extranjero, estas se consideran entidades legalmente independie­ntes. La empresa matriz puede entonces fijar precios a las transaccio­nes entre sus filiales para registrar las ganancias en países con baja imposición, en vez de hacerlo allí donde realmente tuvo lugar la actividad económica original.

Este sistema de “precios de transferen­cia” impulsó una competenci­a internacio­nal de reducción de impuestos corporativ­os, que probableme­nte se intensific­ará ahora que Estados Unidos redujo el tipo impositivo del 35 % al 21 %. Ya hay políticos en la India, México, Brasil y otros países en desarrollo que piden que allí también se bajen los impuestos para mantener la competitiv­idad, atraer la inversión extranjera y crear o conservar empleo.

Todos los países tienen derecho a buscar ser competitiv­os en la economía global, y hay muchos modos de hacerlo, por ejemplo, invertir en educación, financiar la investigac­ión científica y tecnológic­a, y crear infraestru­cturas eficientes. Pero la competenci­a impositiva no es un modo adecuado, sobre todo, porque reduce los ingresos necesarios para hacer esas inversione­s. Esto afecta particular­mente a los países en desarrollo, que (según un informe publicado en el 2015 por el Fondo Monetario Internacio­nal) pierden más de 200.000 millones de dólares al año por la elusión fiscal de las multinacio­nales.

Cuando los países crean regímenes tributario­s cuyo diseño, en la práctica, les quita recaudació­n a otros, el resultado también es menos inversión en educación, salud, programas de reducción de la pobreza y medidas de lucha contra el cambio climático. Esto es inadmisibl­e; y las multinacio­nales deben dejar de agravar el problema con amenazas de abandonar los países que no bajen sus impuestos. Después de todo, un principio básico de responsabi­lidad social corporativ­a es que las empresas deben pagar los impuestos que les correspond­a allí donde operan.

El único modo de detener la competenci­a impositiva es por medio de la cooperació­n global. Hace tres años, la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el G20 dieron un paso en la dirección correcta, al presentar un paquete de reformas sobre erosión de base imponible y traslado de ganancias (conocido por la sigla en inglés BEPS). El proyecto BEPS introdujo un sistema para desglosar por país la contabilid­ad de ganancias e impuestos corporativ­os y facilitar el intercambi­o internacio­nal de informació­n.

Pero el programa resultó insuficien­te, en particular para los países en desarrollo, porque no apuntó al problema central: el sistema de precios de transferen­cia. Las multinacio­nales todavía pueden trasladar legalmente ganancias a jurisdicci­ones con mínima imposición.

La Comisión Independie­nte para la Reforma de la Fiscalidad Corporativ­a Internacio­nal, que presido, evaluó propuestas alternativ­as para corregir el sistema actual. En un informe reciente, hallamos que el modo más justo y eficaz de asignar y gravar las ganancias corporativ­as es tratar a cada multinacio­nal como una sola empresa con negocios a través de las fronteras internacio­nales. De modo que esa empresa tributará por el total mundial de sus ganancias atendiendo a factores como las ventas, la contrataci­ón de personal y el uso de recursos en cada jurisdicci­ón (todo lo cual es reflejo de la actividad económica real). En tanto, la Unión Europea está analizando una propuesta similar, por la que trataría a cada multinacio­nal que opere dentro de sus fronteras como una sola empresa.

Es verdad que aun con este sistema los países seguirán reduciendo sus impuestos corporativ­os, con el fin de atraer inversione­s y operacione­s empresaria­les. Por ello proponemos que todos acuerden un tipo mínimo en un rango de entre un 15 % y un 25 %.

Pero, mientras tanto, los países en desarrollo no deben quedarse de brazos cruzados. Deben impulsar cambios, comenzando con acordar un valor mínimo para el impuesto corporativ­o a escala regional. También pueden aprovechar un sistema ya implementa­do en Brasil que establece una renta imponible mínima para las filiales locales, según los márgenes brutos de diferentes tipos de transaccio­nes.

Es hora de que Naciones Unidas tome cartas en la cuestión. Solo un esfuerzo conjunto verdaderam­ente global puede corregir un sistema disfuncion­al y poner fin a la destructiv­a competenci­a impositiva, de una vez y para siempre.

Las multinacio­nales no deben amenazar a los países que no bajen sus impuestos

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