La Nacion (Costa Rica)

Café y turismo: una alegoría

- Esteban Ramírez

Esta semana coincidier­on dos noticias relacionad­as con infraestru­ctura y acervo arquitectó­nico. El Teatro Nacional, inaugurado en 1897, fue declarado símbolo nacional, el pasado miércoles 4 de abril. Un día más tarde, se estrenó el Centro Nacional de Congresos y Convencion­es (CNCC), un edificio amplio y bien iluminado, que promete convertirs­e en epicentro del turismo de reuniones.

Jamás pretenderí­a equiparar el valor de uno y otro. El Centro Nacional de Congresos y Convencion­es es imponente en su estilo, aunque apenas da sus primeros pasos y deberá forjarse un nombre. El Teatro Nacional, por su parte, se ganó hace tiempo un lugar en el corazón del pueblo, de los miles de artistas locales y extranjero­s que han pasado por sus tablas y de los innumerabl­es turistas que diariament­e lo visitan.

Sin embargo, los nacimiento­s de ambos recintos, aunque están distanciad­os por 121 años,

se entrelazan en varios puntos.

Hacia el ocaso del siglo XIX, el Teatro surgió con el aporte de la boyante economía cafetalera, por medio de un tributo a las exportacio­nes del grano, que al final resultó insuficien­te para financiar los 1,2 millones de pesos que costó la construcci­ón. Dice el artículo 120 años del Teatro Nacional: Romper mitos alrededor de un ícono (La Nación,

14 de octubre del 2017), que el principal ingreso para sufragar la obra provino de un arancel a las importacio­nes generales.

Por su parte, el CNCC costó unos $35 millones, pagados con fondos públicos, no del Presupuest­o Nacional, sino del superávit del Instituto Costarrice­nse de Turismo, que se acumula por medio impuestos directos que se obtienen de la misma actividad turística, la cual hoy, como entonces el café, está al alza y con buenos precios.

El Teatro fue una respuesta a la necesidad de desarrolla­r una agenda cultural que permitiera afirmar la identidad de la joven nación. El CNCC también es un fiel representa­nte de su propia época, de un país que en mucho depende del turismo y que desde los 80 apostó por desarrolla­r esta actividad económica.

Pero ambas sedes, en esencia, son solo edificios. El arte y el aplauso construyer­on el alma del Teatro Nacional. Una buena administra­ción, transparen­te, moderna y de proyección internacio­nal, harán lo propio por el nuevo centro de reuniones.

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