Endorfinas y estándares
Enero de apatía. Febrero de susto. Marzo de crispación. Abril de optimismo. Mayo tendrá que ser de acción. Junio de resultados, pequeños, simbólicos, que sigan alimentando el optimismo.
Aprovechemos las endorfinas comunitarias. La forma de que no se gasten como simple euforia es utilizarlas para elevar estándares. El estándar elevado, eleva nuestro desempeño. Exijámonos más.
El mejoramiento permanente requiere que se vayan elevando los estándares.
En una vía pública, los baches parecen invisibles, hasta que llegan a un cierto tamaño. En una vía concesionada, el concesionario la inspecciona permanentemente. Tiene líneas telefónicas para que los usuarios envíen sus reportes.
El Gobierno tiene que “invertir en quejas”, que así se llama la obtención de información del usuario, sobre las dificultades que afronta a la hora de utilizar un servicio. Adquieran las autoridades la disciplina del concesionario: no arriesguen la concesión que les hemos otorgado.
En las empresas, deberíamos elevar la mirada desde los simples resultados, a la calidad. No es lo mismo ganar 100 con una línea de productos altamente competida, que no sabemos si sobrevivirá, que ganar los mismos 100 de manera sostenible, con productos que muestren claras ventajas competitivas y más futuro que pasado.
En los hogares no solamente deberíamos prepararnos para el alza en los desembolsos que se ven venir, sino que la factura del supermercado debería evaluarse también por su contribución a la salud. Los estudiantes abandonarían la nota de los exámenes como único estándar y se las agenciarían para medir, además, si están adquiriendo destrezas de aprendizaje y si se sienten más cómodos con las asignaturas de ciencia, tecnología y matemáticas.
Deberíamos preguntarnos si nos estamos esforzando “cada uno para su saco”, o si estamos contribuyendo deliberadamente al bien común, estándar que permitiría estimar cuán sostenibles somos como sociedad y cuán probable sería ser felices en ella.