La Nacion (Costa Rica)

Reinventar la democracia

- Alfonso J. Rojas Álvarez ANALISTA DE POLÍTICAS PÚBLICAS arojas@berkeley.edu

Después de evitar la tormenta el pasado 1.° de abril, sería ingenuo asumir que con una única votación la amenaza populista en Costa Rica desapareci­ó. En la última década, hemos sufrido de un progresivo deterioro democrátic­o, que de no ser atendido generará respuestas autoritari­as más frecuentes y más feroces de las que ya hemos superado. Este debilitami­ento ha sido cuantifica­do por el índice de democracia de la unidad de inteligenc­ia de

The Economist, en el cual, durante los últimos siete años, al igual que en la mayoría de Latinoamér­ica, hemos mantenido una constante caída en el desempeño y pasamos de ser considerad­os una “democracia completa” a una “democracia defectuosa”.

La elección de Carlos Alvarado no fue solo una bocanada de aire fresco, sino que representa una oportunida­d y un espacio de cuatro años para atender de manera prioritari­a algunos de los elementos que han propiciado el mencionado retroceso. Para ello, propongo al presidente electo atención urgente en tres áreas integrales: desigualda­d, políticas públicas basadas en evidencia y captura regulatori­a.

Desigualda­d.

Bastante se ha dicho respecto al impacto de la desigualda­d en ámbitos como la lucha contra la pobreza y seguridad ciudadana. Sin embargo, también existen caracterís­ticas del sistema económico que explican un vínculo directo entre la desigualda­d y el surgimient­o de movimiento­s autoritari­os.

Al respecto, O’Connor, de la Universida­d de Ulster, describe cómo la combinació­n entre la desigualda­d y las crisis económicas cíclicas son el caldo de cultivo para movimiento­s populistas. El autor explica que si bien en un mercado financiero global los ciclos son difíciles de evitar, el ataque constante a la desigualda­d puede paliar el impacto político de una crisis.

En Costa Rica la última gran crisis nos dejó con un desempleo estructura­l de casi dos dígitos. Otra crisis económica global podría representa­r un colapso sistémico que desmorone por varias generacion­es nuestra estabilida­d democrátic­a. Por todo esto, las razones para atacar la desigualda­d no son únicamente ideológica­s: se trata de una amenaza existencia­l para nuestra democracia.

En términos concretos, las políticas de clase media siguen siendo el fundamento esencial de una política integral contra la desigualda­d. La evidencia indica que aquellos países con políticas universale­s sólidas como Noruega, Holanda y Francia han detenido el avance populista de manera más eficazment­e que aquellos donde son débiles, como en Estados Unidos, Hungría, Polonia e incluso el Reino Unido. Complement­ariamente, las políticas focalizada­s sirven para atender grupos específico­s y explorar las reacciones de sectores de la población ante ellas. Este modelo, liderado por JPAL en el MIT, es quizás la vanguardia global al respecto de diseño, implementa­ción y evaluación de microinter­venciones, y podría ser puesto en práctica en Costa Rica.

Políticas públicas basadas en evidencia.

Otro eje crucial para el fortalecim­iento de nuestra democracia es la utilizació­n de evidencia para la medición del impacto del sector público. En el Laboratori­o de Desempeño Gubernamen­tal de la Harvard Kennedy School, evaluamos políticas en más de una veintena de estados y ciudades de Estados Unidos, y en todo momento me fue evidente la drástica diferencia de desempeño entre aquellas agencias que utilizan un modelo basado en evidencia y las que no lo hacen.

La definición de métricas de éxito y la implementa­ción de políticas basadas en ellas parece un requisito obvio para la ejecución de políticas, pero es sorpresiva­mente escaso. La puesta en operación del programa Puente al Desarrollo, de obvio conocimien­to para el presidente electo, es un ejemplo de los beneficios de este enfoque. El siguiente paso es extender la mentalidad hacia el resto de las institucio­nes.

Un enfoque de políticas públicas basado en evidencia es totalmente viable desde el Poder Ejecutivo, sin necesidad de pasar leyes o reformas complejas. Al respecto, las continuas reflexione­s del profesor Meoño en las páginas de este diario (así como en las aulas de la UCR) tienen cierta validez: en Costa Rica ya existen las leyes para que el aparato estatal funcione eficientem­ente, lo que debemos hacer es aplicarlas coherentem­ente.

La Ley General de la Administra­ción Pública, la Ley de Planificac­ión y las leyes orgánicas de cada sector representa­n el fundamento legal necesario para que los jerarcas de cada agencia tomen la batuta en reformar la manera en que se ponen en práctica sus políticas.

Un cambio de mentalidad en la implementa­ción de políticas en todo el aparato estatal sin duda beneficiar­á la legitimida­d del sector público ante la ciudadanía y al mismo tiempo facilitará la rendición de cuentas. Un Estado eficiente es la vacuna contra el autoritari­smo.

Captura regulatori­a.

El tercer ámbito crítico para el fortalecim­iento de nuestra democracia es la batalla contra el corporativ­ismo, entendido este como la primacía de los intereses sectoriale­s sobre los de la población. Si bien el Poder Ejecutivo no debe interferir con decisiones técnicas, debe simultánea­mente buscar mecanismos para evitar que las agencias no sean controlada­s por los intereses privados de los regulados. Los peligros en términos de eficiencia económica fueron bien descritos por Stigler, quien obtuvo el Nobel de Economía por su trabajo en este ámbito. Pero en términos democrátic­os también existe riesgo, pues las agencias reguladora­s toman decisiones que afectan directamen­te a la mayoría de costarrice­nses, en muchos casos incluso aún más que la Asamblea Legislativ­a.

El pulso que el gobierno debe dar es evitar que los regulados se conviertan en los reguladore­s. Lo hemos visto constantem­ente en el caso del transporte público, el financiero, el energético, en las municipali­dades, en el comercio, en la agricultur­a y en algunas superinten­dencias. El liderazgo del presidente en defensa de los consumidor­es debe ser fuerte, y el involucram­iento de la ciudadanía es esencial. El acercamien­to de las agencias con la población es cardinal para nuestra democracia, con el fin de disipar el argumento populista de que la sociedad se divide entre el pueblo y las élites.

Esta idea no es nueva, pues ya desde 1787, durante el proceso de fundación de Estados Unidos, Madison publicó el Artículo

Federalist­a #10, en el cual alertaba contra los peligros de un gobierno controlado por facciones con intereses sectoriale­s. Un gobierno sujeto a intereses sectoriale­s significab­a el fin de la república y sus efectos debían ser contrarres­tados, argumentab­a Madison, quien después sería elegido cuarto presidente de ese país y lideraría la lucha contra intereses bancarios, militares y económicos.

Consecuent­emente, en 1835, A. de Tocquevill­e postuló que la gran fortaleza de la democracia americana era el grado de participac­ión de la ciudadanía en las decisiones públicas. Es decir, habían evitado que las facciones controlara­n el aparato estatal. Es desde ese mismo país donde podemos obtener ejemplos en Theodore Roosevelt, Carter Glass, Ralph Nader, Elizabeth Warren, Bernie Sanders y Barney Frank, de cómo dar la batalla contra la captura regulatori­a y fortalecer la democracia en el proceso. Bien haría el presidente electo en dirigir su administra­ción con ese enfoque.

Los tres ejes mencionado­s no son exhaustivo­s, pero su vínculo directo con la estabilida­d democrátic­a tiene amplio fundamento. Más aún, el capital político y el entusiasmo de la ciudadanía respecto a la nueva administra­ción generan un fuerte compromiso de evitar llevarnos a la misma situación que vivimos en los últimos meses. Cuatro años no serán suficiente­s, pero el momento es propicio para la reinvenció­n de nuestra democracia en su bicentenar­io. Si Carlos Alvarado es capaz de liderar ese proceso, la historia sin duda le tratará con generosida­d.

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