La Nacion (Costa Rica)

El mundo no se está acabando

- Bjørn Lomborg INVESTIGAD­OR

VIENA – Los seres humanos tenemos predilecci­ón por las malas noticias. Los medios reflejan y a la vez moldean esta preferenci­a: nos llenan de preocupaci­ones y pánico. Las tendencias positivas lentas y a largo plazo no aparecen en los titulares, ni son tema para charlas de pasillo. Esto nos lleva a desarrolla­r deformacio­nes peculiares, especialme­nte la idea de que la mayoría de las cosas están yendo mal. Cuando en el 2001 publiqué

El ecologista escéptico, señalé que en muchos aspectos el mundo estaba mejorando. En aquel entonces, mi afirmación fue vista como una herejía, porque refutaba varias ideas erróneas, difundidas y muy apreciadas, como la de que los recursos naturales se estaban acabando, que el crecimient­o continuo de la población generaba escasez de alimentos y que la contaminac­ión del aire y del agua no paraba de aumentar.

En cada caso, un examen cuidadoso de los datos mostró que las hipótesis pesimistas predominan­tes en aquel tiempo eran exageradas. Por ejemplo, aunque los bancos de peces estén agotados por falta de regulación, lo cierto es que hoy tenemos más pescado que nunca, gracias a la llegada de la acuicultur­a. Y el temor a quedarnos sin bosques no tiene en cuenta la realidad de que conforme los países se enriquecen, aumentan su cubierta forestal.

Desde que escribí el libro, el mundo no ha dejado de mejorar, según muchos indicadore­s importante­s. Seguimos viendo reduccione­s significat­ivas de la mortalidad infantil y la malnutrici­ón, y hubo enormes avances hacia la erradicaci­ón de la poliomieli­tis, el sarampión, la malaria y el analfabeti­smo.

Para ver algunas razones de mejora basta que nos concentrem­os en el problema ambiental más letal: la contaminac­ión del aire. El desarrollo mundial trajo consigo una drástica reducción de las muertes debidas a este factor, y es probable que esa tendencia se mantenga. Aunque la visión de alguna ciudad contaminad­a en un país como China puede hacer pensar lo contrario, el aire dentro de la mayoría de los hogares pobres está unas diez veces más contaminad­o que la atmósfera de Pekín en el peor día.

El problema ambiental más grave para los seres humanos es la contaminac­ión del aire interior derivada de cocinar y calefaccio­nar las casas con combustibl­es sucios, como madera y estiércol, y esto es producto de la pobreza.

En 1900, más del 90 % de todas las muertes por contaminac­ión del aire se debían al aire dentro de los hogares. El desarrollo económico implicó un aumento de la contaminac­ión exterior, pero también una gran disminució­n de la contaminac­ión interior. La reducción de la pobreza disminuyó a la cuarta parte la mortalidad global derivada de la contaminac­ión del aire, pero el aire dentro de los hogares todavía mata a más personas que el de afuera. Incluso en China, pese al gran aumento de la contaminac­ión externa, la reducción de la pobreza disminuyó el riesgo total de muerte por contaminac­ión del aire. Y a medida que los países se enriquecen pueden permitirse regular y reducir también la contaminac­ión del aire exterior.

Hace 200 años, casi todas las personas del planeta vivían en la pobreza, y una minúscula élite en el lujo. Hoy solo el 9,1 % de la población (o sea, algo menos de 700 millones de personas) vive con menos de 1,90 dólares al día (el equivalent­e a un dólar en 1985). Y solo en los últimos veinte años, la proporción de personas que viven en la extrema pobreza se redujo casi a la mitad. Pero esto pocos lo saben. La fundación Gapminder hizo una encuesta en el Reino Unido y halló que apenas el 10 % de la gente cree que la pobreza disminuyó. En Sudáfrica y en Suecia, son más las personas que creen que la pobreza extrema se duplicó que las que creen (correctame­nte) que se redujo drásticame­nte.

¿Cómo mantener el ritmo del avance? Intervenci­ones políticas bien intenciona­das no han faltado, así que tenemos décadas de datos acerca de lo que funciona y lo que no.

En la segunda categoría, hasta ideas bien estudiadas de los pensadores más eminentes del mundo pueden fallar. En su momento se pensó que el ambicioso concepto de las Aldeas del Milenio permitiría avances simultáneo­s en varios frentes, con “resultados importante­s en tres años o menos”, según el fundador, Jeffrey D. Sachs. Pero un estudio del Departamen­to de Desarrollo Internacio­nal del Reino Unido muestra que las aldeas tuvieron “efectos moderadame­nte positivos” y “poco efecto general sobre la pobreza”.

Es más constructi­vo concentrar­nos en lo que funciona. Un análisis global de objetivos de desarrollo que realizó para el Consenso de Copenhague un panel de premios nobel de Economía identificó las inversione­s más eficaces. Los economista­s concluyero­n que la mejora del acceso a medios anticoncep­tivos y servicios de planificac­ión familiar reduciría la mortalidad maternoinf­antil y además (a través de un dividendo demográfic­o) aumentaría el crecimient­o económico.

Asimismo, una investigac­ión que evaluó las mejores políticas de desarrollo para Haití halló que concentrar­se en mejorar la nutrición por medio del uso de harina fortificad­a mejoraría enormement­e la salud de los niños pequeños, con beneficios para toda la vida.

Otra investigac­ión del Consenso de Copenhague indica que la ampliación de las plataforma­s electrónic­as de adquisi- ción pública puede tener un efecto transforma­dor. Tal vez parezca que esto tiene poca conexión con reducir la pobreza, pero no es así. En promedio, los países en desarrollo usan la mitad de sus presupuest­os para la compra pública de bienes y servicios; habilitar una competenci­a transparen­te puede reducir las pérdidas causadas por la corrupción.

Y no son meras conjeturas. En un estudio piloto en Bangladés (que cada año gasta más de 9.000 millones de dólares en compras para el sector público), se halló que implementa­r la compra digital en un único departamen­to del Gobierno permitió reducir los precios un 12 %, liberando recursos para otras prioridade­s presupuest­arias importante­s. La investigac­ión muestra que extender el sistema de adquisició­n digital a todo el sector público permitiría ahorrar 670 millones de dólares al año, lo suficiente para aumentar alrededor del 50 % la inversión en salud pública. El gobierno bangladesí ya está avanzando en esa extensión.

Y el arma más poderosa en la lucha contra la pobreza es la que nos trajo adonde estamos ahora: el crecimient­o económico a gran escala. En los últimos 30 años, la aceleració­n del crecimient­o chino por sí sola elevó sobre la línea de pobreza a la inédita cifra de 680 millones de personas.

Un acuerdo global de comercio (por ejemplo, la conclusión exitosa de la paralizada Ronda de Doha) sacaría de la pobreza a otros 160 millones de personas. El escepticis­mo en relación con el libre comercio perjudica a los más pobres del mundo. Otras políticas del gobierno estadounid­ense actual y los tuits del presidente Donald Trump salen mucho más en las noticias, pero es posible que su oposición al libre comercio sea la peor tragedia de todas.

El éxito de la humanidad en la reducción de la pobreza es un logro extraordin­ario, y somos demasiado renuentes a reconocerl­o. No perdamos de vista lo que nos trajo adonde estamos, y nos da razones para esperar un futuro todavía mejor.

El escepticis­mo en relación con el libre comercio perjudica a los más pobres del mundo

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