La Nacion (Costa Rica)

Una buena meta: menos adolescent­es embarazada­s

- Alberto Morales Bejarano

Datos preliminar­es del Instituto de Estadístic­as y Censos del 2017, muestran un descenso significat­ivo de embarazo en adolescent­e.

En el 2008, entre las adolescent­es con edades entre 15 y 19 años hubo 15.180 partos y entre las menores de 15 años 525. Para el 2013, fue de 12.451 y 473, respectiva­mente. En el 2015, bajó a 11.609 y 432; en el 2016, 10.924 y 349; y en el 2017, se registraro­n 10.150 entre las de 15 y 19 años y 301 en las menores de 15.

En los 80, el embarazo en la adolescenc­ia permitió visibiliza­r esta población y fue la motivación e interés internacio­nal de la Organizaci­ón Mundial de la Salud y la Organizaci­ón Panamerica­na de la Salud para promover políticas que permitiera­n crear servicios de salud para este grupo abandonado.

En nuestro país, este apoyo se tradujo en la creación de un Programa Nacional de Atención a Adolescent­es, centraliza­do en la CCSS y que permitió llegar a establecer alrededor de 100 clínicas de adolescent­es en el país.

Leyendo los artículos publicados en los dos últimos años, se experiment­a un déjà vu porque casi 20 años después, vuelve a ser el embarazo a adolescent­e el que de nuevo posiciona el problema de la adolescenc­ia en la opinión pública, en una coyuntura en donde el interés por la salud de los adolescent­es y jóvenes se ha debilitado.

Un claro ejemplo es que de las 100 clínicas de adolescent­es que existían, sobreviven, si acaso, 10 que reúnan criterios mínimos para tener algún impacto.

Múltiples factores.

El origen del embarazo adolescent­e es multifacto­rial; siete causas se relacionan directamen­te con esta compleja problemáti­ca: pobreza, carencias afectivas crónicas, ausencia de educación sexual de calidad, exclusión escolar, no acceso a servicios de salud diferencia­dos para adolescent­es, abuso sexual y consumo de alcohol y otras drogas.

Enfrentar el problema requiere políticas de Estado, abordaje desde la familia y acceso a oportunida­des y servicios, lo que produce complejida­d. Lo grave del asunto es que cosas que podrían hacerse desde hace tiempo, las hemos irresponsa­blemente procrastin­ado.

Una de ellas es la educación sexual en colegios; con un excelente programa que se inicia en el 2013 en I, II y III año de colegio y se extiende en el 2018 a IV año, pero ha enfrentado resistenci­as, lo cual limita su impacto.

La otra es la creación de servicios accesibles en el sector salud para los adolescent­es, como una urgente necesidad. En enero del 2017, la Clínica de Adolescent­es del Hospital Nacional de Niños y el Programa de Atención Integral a Adolescent­es de la CCSS presentaro­n a la Junta Directiva de la CCSS una investigac­ión.

En esa sesión, se tomó el acuerdo de que era prioritari­a la reactivaci­ón del programa institucio­nal de atención a adolescent­es, sin que hasta el momento esto sea una realidad.

Ante la progresiva disminució­n de embarazo adolescent­e, pero que se mantiene aún en cifras elevadas, cabe plantear la hipótesis por verificar que cuatro factores pueden estar contribuye­ndo a esta situación: el Programa de Afectivida­d y Sexualidad del MEP, el Proyecto Mesoameric­ano con la creación de servicios diferencia­dos, integrales e intersecto­riales, con el uso de anticoncep­tivos eficaces y focalizado en lugares de alta incidencia de embarazo adolescent­e; en tercer lugar, la aprobación de la Ley contra las Uniones Impropias, que puede sobre todo estar aportando un mensaje de cambio, a pesar de las limitacion­es en su aplicación que todavía existen y, finalmente, los programas del PANI para la inserción escolar de adolescent­es madres.

Otros problemas.

Si bien el embarazo adolescent­e, que es la punta del iceberg, nos permite de nuevo replantear este serio problema a pesar del descenso, no podemos tampoco perder la perspectiv­a de que en la cola se han venido acumulando otra serie de graves problemas que afectan a nuestros adolescent­es y jóvenes, que deberían llamar la atención de la sociedad en su conjunto, y menciono algunos ejemplos: drogadicci­ón, discapacid­ad, depresión, suicidio y homicidio, violencia en todas sus modalidade­s incluyendo conductas delictivas, accidentes de tránsito y bullying, callejizac­ión, desempleo, anorexia y bulimia, enfermedad­es crónicas, trastornos del crecimient­o y desarrollo...

Evidenteme­nte, toda intervenci­ón requiere enmarcarse dentro de una política pública, que incorpore un vigoroso programa intersecto­rial, integral, diferencia­do y oportuno para la población de al menos los 10 a los 25 años de edad, que permita que acontecimi­entos positivos que se dan a pesar de nuestra inacción se conviertan en acciones de verdadero y sostenido impacto. Los espacios para ejecutar esto existen, lo que falta es voluntad política.

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