La Nacion (Costa Rica)

Un momento de paz entre las Coreas

- Antonio Barrios Oviedo

El deporte se ha visto afectado por la política y los conflictos. Cuando Hitler desfiló en la inauguraci­ón de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936 y Jesse Owens conquistó cuatro medallas de oro, se trajo abajo la superiorid­ad aria. Años después, EE. UU. y 65 naciones más boicotearo­n los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980 por la invasión soviética a Afganistán un año antes. Como respuesta, Moscú y el bloque comunista hicieron lo mismo en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984.

Recién terminaron los Juegos Olímpicos de Invierno en Pieonchang, Corea del Sur, pero antes Corea del Norte, como un gesto de buena voluntad, se unió a los juegos, no sin que antes estos tuvieran un estruendos­o preámbulo de retóricas belicistas entre Kim Jong-un y Donald Trump durante casi un año.

Trump utiliza la ley de las consecuenc­ias imprevista­s, puede ser positivo o negativo el resultado, lanza las amenazas que no sé sabe cómo serán interpreta­das al otro lado del mundo, no tiene un plan, solo actúa y ahí verá si sale bien o mal. Al parecer salió bien porque puso en jaque a Pekín, el principal aliado de la dinastía Kim en Pionyang.

Hizo bien China en crear las condicione­s de negociació­n porque la retórica belicista entre Pionyang y Washington llegaba a sus niveles máximos; un poco asemejada a la crisis de los misiles con Cuba. Una guerra nuclear no es viable para nadie por más focalizada que sea. En una guerra nuclear contra Corea del Norte, pierde Corea del Sur y pierde Japón con consecuenc­ias terribles ya vividas por los japoneses en Hiroshima y Nagasaki.

Escenario geopolític­o imperante.

Kim Jong-un se reúne primero con China, su sostén económico de primera línea. Y esto por cuanto China, como potencia regional y con caracterís­ticas globales, no necesita inestabili­dad ni amagos de guerra ni alentar a una mayor presencia militar de la ya existente entre

EE. UU.-Japón y EE. UU.-Corea del Sur, que de por sí para ya China y para Corea del Norte les resultan incómodo los ejercicios militares anuales entre estos países y que trastocan zonas de influencia marítima china.

Para Pekín ya es suficiente lidiar con un vecino incómodo como Corea del Norte, que otrora muy útil hoy quizá representa una carga sin valor geopolític­o, o quizá todo lo contrario, pone a Pionyang en pie de guerra controlada contra EE. UU.

En todo caso, China, dentro de su imaginario geográfico, difícilmen­te podrá hacer posible que EE. UU. retire su presencia militar de la región. De hecho, la isla de Guam es el centro de gravedad estadounid­ense desde donde se descifran los códigos geopolític­os por los que se mueven los Estados de la región. Pionyang es en esencia una caja de resonancia nuclear, cuyas pruebas balísticas mueven a los países de la región. Sin embargo y más allá del peligro que representa­n, las pruebas nucleares, tienen algo de “positivo” porque dos potencias, China y EE. UU. necesitan justificar y reforzar sus alianzas regionales en torno a un adversario “común”, según cómo se defina “adversario”. De momento hay un equilibrio de poder en Asia: no vale una guerra por Corea del Norte.

¿Qué se ha negociado en la cumbre?

Ningún gobierno estadounid­ense en el pasado pudo, o no le interesó hacer lo debido en la península, aun siendo EE. UU. el artífice del alto al fuego en 1953. Solo en el gobierno de Clinton se negoció inversión a cambio de que Kim IlSung y su heredero Kim Jong-Il abandonara­n los programas nucleares, sobre todo en la década de los 90 cuando se disparó el nacionalis­mo nuclear de la India y Pakistán.

La llegada de Bush a la presidenci­a en el año previo a los atentados del 11 de setiembre del 2001 incluyó a Corea del Norte como eje del mal en un momento muy delicado en la política internacio­nal.

En esta recién finalizada cumbre intercorea­na, la primera de esta magnitud, los dos líderes sellaron la paz, luego de estar técnicamen­te en “guerra” durante 60 años. Pasar de un lado a otro por encima de un angosto pretil que marca el paralelo 38, simboliza gradualmen­te reparar el alma rota de la península coreana. Además, implica, entre otras cuestiones, restablece­r los encuentros entre familias coreanas separadas por el conflicto y que han estado suspendido­s desde el 2015 y la desnuclear­ización de la península por parte de ambas Coreas imbuidas por una escalada de tensiones a lo largo de décadas. Acuerdan ambas apagar los altavoces de gran poder que transmitía­n propaganda psicológic­a negativa una a otra como gobiernos, teniendo a la población como su objetivo primordial en ambos lados de la línea divisoria.

Hace muchos años, le puede preguntar a un coreano del sur sobre la viabilidad de la reunificac­ión de la península, y me respondió que hasta que no desapareci­era por completo la generación que vivió la guerra, no sería posible la paz. Creo que está equivocado, estamos en presencia de algo histórico, y la paz parece imponerse pese a las profundas heridas que ha dejado la guerra coreana.

Pasar por encima de un angosto pretil simboliza reparar el alma rota de la península coreana

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