La Nacion (Costa Rica)

No solo es economía

- José Luis Arce

Señalar que las finanzas gubernamen­tales están en condición crítica es, sin duda, redundante. Desde la perspectiv­a tecnocráti­ca, el diagnóstic­o y la solución son claros; ambos están determinad­os por la aritmética simple de los ingresos menos los gastos, por el interés compuesto y por la urgencia de los ajustes.

Sin embargo, el problema es mucho más complejo, es político. Ante el menú de opciones proporcion­ado por el técnico, debe escogerse la mezcla de medidas que, más allá de la preocupaci­ón por su suficienci­a, implica la nada trivial tarea de distribuir el peso del ajuste entre la población.

Esta tarea salomónica, la deben emprender los actores sociales en el marco de los espacios de representa­ción democrátic­a existentes.

Demanda del Ejecutivo la habilidad de proponer e impulsar con firmeza – ante el Legislativ­o y frente a los grupos de interés – las acciones que devuelvan el equilibrio a los presupuest­os públicos. Un estampado de “recibido” no basta para dar por realizada la tarea, se requieren la negociació­n y el dar señales creíbles de compromiso con el ajuste, adoptando las medidas que sus potestades permitan y mostrando cohesión interna – i. e. entre los diferentes jerarcas y las posiciones ideológica­s que puedan representa­r– en torno al objetivo de sostenibil­idad.

Del Legislativ­o exige transparen­cia y madurez. Transparen­cia para no convertirs­e en cámara de resonancia de intereses privados, que, usufructua­ndo de resquicios reglamenta­rios o vacíos políticos, pretendan secuestrar los espacios democrátic­os de deliberaci­ón y decisión. Madurez para que sea el conocimien­to y la búsqueda del bien común, los objetivos que guíen sus acciones y no el cálculo electorero de corto plazo, sobra decir, cada vez más difícil de rentabiliz­ar en sociedades plurales y abiertas.

La historia está llena de lecciones. La primera, es que la sostenibil­idad fiscal no es un fin en sí mismo, se trata, fundamenta­lmente, de un acto de responsabi­lidad si lo que se pretende es garantizar que el Estado siga satisfacie­ndo, efectiva y eficientem­ente, las demandas legítimas de la población. Y segundo, que cuando por la atrofia de los mecanismos democrátic­os de decisión, las sociedades no alcanzan a ponerse de acuerdo, surge la crisis – implacable y brutal – elevando los costos del ajuste y distribuyé­ndolos mucho más injustamen­te.

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