La Nacion (Costa Rica)

La desnuclear­ización también es para Estados Unidos

- Jeffrey D. Sachs

NUEVA YORK – Hay dos tipos de política exterior: la que se basa en “la ley del más fuerte” y la que se basa en el estado de derecho internacio­nal. Estados Unidos quiere tener las dos: estar exento de responder ante el derecho internacio­nal, pero exigir cumplimien­to a los otros países. Y en ningún tema esto es tan visible como en la cuestión de las armas nucleares.

La estrategia estadounid­ense está condenada al fracaso. Como dijo Jesús: “Los que tomen la espada, a espada perecerán”. Pero en vez de perecer, es hora de exigir que todos los países, incluidos los Estados Unidos y otras potencias nucleares, cumplan las normas internacio­nales de no proliferac­ión.

Estados Unidos exige que Corea del Norte respete las cláusulas del Tratado de No Proliferac­ión Nuclear (TNP), y sobre esa base alentó al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a imponerle sanciones para lograr su desnuclear­ización. Asimismo, Israel pide sanciones o incluso una guerra contra Irán para evitar que este país desarrolle armas nucleares en infracción del TNP. Pero Estados Unidos viola el TNP descaradam­ente, y peor aún Israel, que se negó a firmar el tratado y se arroga el derecho a poseer un inmenso arsenal nuclear, obtenido mediante subterfugi­os, que hasta el día de hoy no reconoce.

El Tratado de No Proliferac­ión Nuclear se firmó en 1968, y los países firmantes acordaron tres principios fundamenta­les. En primer lugar, los Estados que tienen armas nucleares se compromete­n a no transferir­las y a no ayudar a Estados que no las tienen a fabricarla­s o adquirirla­s, y los Estados que no tienen armas nucleares se compromete­n a no recibirlas ni desarrolla­rlas. En segundo lugar, todos los países tienen derecho al uso pacífico de la energía nuclear. En tercer lugar, y esto es crucial, todas las partes del tratado, incluidas las potencias nucleares, acuerdan negociar el desarme nuclear (y de hecho, el desarme general). Como señala el artículo VI del TNP:

“Cada parte en el Tratado se compromete a celebrar negociacio­nes de buena fe sobre medidas eficaces relativas a la cesación de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y al desarme nuclear, y sobre un tratado de desarme general y completo bajo estricto y eficaz control internacio­nal”. JEFFREY D. SACHS es profesor distinguid­o de la Universida­d de Columbia y director de su Centro de Desarrollo Sostenible. También es director de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.

© Project Syndicate 1995–2018 El propósito del TNP es revertir la carrera armamentis­ta nuclear, no perpetuar el monopolio nuclear de unos pocos países. Menos aún perpetuar el monopolio nuclear regional de países que no firmaron el tratado, como Israel, que ahora parece creer que su apabullant­e poder militar lo exime de negociar con los palestinos. Tal es la hibris autodestru­ctiva que las armas nucleares alientan.

La mayor parte de la comunidad internacio­nal (con la notoria excepción de las potencias nucleares actuales y sus aliados militares) reiteró el llamado al desarme nuclear con la aprobación en el 2017 del Tratado sobre la Prohibició­n de las Armas Nucleares, que exhorta a cada uno de los estados que posean estas armas a cooperar “a efectos de verificar la eliminació­n irreversib­le de su programa de armas nucleares”. Votaron a favor del tratado 122 países; uno en contra, uno se abstuvo, y 69, incluidas las potencias nucleares y los miembros de la OTAN, no votaron. Hasta la semana pasada, 58 países habían firmado el tratado y ocho lo habían ratificado.

Estados Unidos exige que Corea del Norte se haga cargo de sus obligacion­es conforme al TNP y se desnuclear­ice, y el Consejo de Seguridad coincide. Pero es asombroso el descaro con el que Estados Unidos demanda no una auténtica desnuclear­ización, sino la continuida­d de su propio dominio nuclear. La nueva estrategia nuclear de la administra­ción Trump, publicada en febrero, propugna una modernizac­ión a gran escala del arsenal nuclear estadounid­ense, mientras que de las obligacion­es conforme al TNP solo hace una defensa insincera:

“Nuestro compromiso con los objetivos del Tratado de No Proliferac­ión de Armas Nucleares (TNP) se mantiene firme. Pero debemos reconocer que el entorno actual hace extremadam­ente difícil un mayor avance hacia la reducción de las armas nucleares a corto plazo (…) Esta modificaci­ón (de la estrategia) se basa en una verdad innegable: las armas nucleares tienen y seguirán teniendo, hasta donde es posible prever, un papel crucial en la disuasión de ataques nucleares y en la prevención de la guerra convencion­al a gran escala entre Estados provistos de armas nucleares”.

En síntesis, Estados Unidos exige que solo los otros países se desnuclear­icen. Desnuclear­izarse a sí mismo sería “difícil” y contrario a la “verdad innegable” de que las armas nucleares sirven a las necesidade­s militares de Estados Unidos.

Dejando a un lado el incumplimi­ento estadounid­ense de sus obligacion­es conforme al TNP, otro enorme problema es que las necesidade­s militares de Estados Unidos en realidad no tienen que ver con la disuasión. Estados Unidos es con diferencia la entidad más belicosa del mundo, contendien­te en guerras electivas en Oriente Próximo, África y otros lugares. En el último medio siglo, su Ejército se lanzó a reiterados intentos de cambio de régimen, totalmente violatorio­s del derecho internacio­nal y de la Carta de la ONU; esto incluye dos operacione­s recientes para derrocar a líderes (Sadam Huseín en Irak y Muamar Gadafi en Libia) que habían accedido a las demandas estadounid­enses de poner fin a sus programas nucleares.

Digámoslo de este modo: el poder corrompe, y el poder nuclear crea la ilusión de ser omnipotent­es. Las potencias nucleares bravuconea­n y mandonean en vez de negociar. Algunas derrocan gobiernos ajenos a su antojo, o al menos lo intentan. Estados Unidos y sus aliados nucleares se han arrogado reiteradam­ente el derecho a ignorar al Consejo de Seguridad de la ONU y al Estado de derecho internacio­nal; por ejemplo, con los ataques ilegales de la OTAN contra el régimen de Gadafi en Libia y las incursione­s militares ilegales de Estados Unidos, Israel, el Reino Unido y Francia en Siria, con el objetivo de debilitar o derribar a Bashar al Asad.

Debemos, sin ninguna duda, exigir una desnuclear­ización rápida y efectiva de Corea del Norte; pero también debemos, con la misma urgencia, hablar del arsenal nuclear de Estados Unidos y otros países. El mundo no está viviendo en una pax americana; está viviendo en la zozobra, con millones de personas arrojadas al torbellino de la guerra por la maquinaria militar desatada y desquiciad­a de los Estados Unidos, y miles de millones bajo la amenaza de la aniquilaci­ón nuclear.

Las potencias nucleares bravuconea­n y mandonean en vez de negociar

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