Y llegó mayo de 1968
En Francia todo estaba en orden y, a pesar de las apariencias, algo extraño se estaba gestando. La nación tenía a la cabeza a De Gaulle, una figura central, un héroe de guerra, político notable y fuerte. A veces, se le atribuía cierto aire autoritario. Pero ¿no beneficiaba esto la estabilidad del país?
Sus partidarios lo creían así y aseguraban, con razón, que el general era un demócrata, siempre dispuesto a dirimir los conflictos en las urnas. Sin duda, existía la pobreza. Los franceses, sin embargo, habían alcanzado grandes niveles de desarrollo. La economía mostraba un crecimiento sólido y las arcas del Estado estaban a reventar de reservas en oro, pues la preeminencia del dólar, al general le resultaba inadmisible.
Pero, además, era una figura internacional de gran peso: europeísta, defensor de la “nación de naciones”, constructor, con Adenauer, de la alianza franco-alemana, opuesto, eso sí, al ingreso de Inglaterra a la Comunidad Europea, pues creía que terminaría por boicotearla. Su política exterior se abría hacia el este, aunque internamente se inclinara hacia la derecha. Y, de pronto, comenzó lo inesperado: una grieta en el tejido social por aquí, otra por allá, un conflicto en alguna parte, otro donde no se esperaba.
Algunos amigos pensaban que estábamos frente a un fenómeno superficial, de corta duración. Sin embargo, continuábamos viendo cómo, cada día, la situación empeoraba. Lo que nunca imaginé es que poco tiempo después vería a Julien Freund, mi director de tesis, profesor en Estrasburgo y Berlín, pasearse sobre el largo escritorio instalado en el aula, asediado por decenas de estudiantes, hasta hacía poco respetuosos, gritándole frases que bordeaban las consignas.
Él, en respuesta, les tiraba a la cara citas textuales en alemán del joven Marx para rebatir sus argumentos. Algo de enormes proporciones estaba ocurriendo.
Distintos objetivos.
Los grupos que fueron entrando en acción, en 1968, tenían objetivos y motivaciones distintas. Quienes ofrecen una explicación de lo ocurrido, ligada al extremismo de izquierda y a la lucha de clases, no aciertan. A pesar de los discursos de los líderes más destacados de la rebelión, el movimiento era mucho más complejo.
Los obreros de Francia, en el momento culminante, pactaron con los representantes del gobierno y de la patronal para obtener ventajas laborales, en los acuerdos de Grenelle. Al fin y al cabo, ya no luchaban por la comida, sino por el automóvil. La noción de proletariado no resultaba aplicable en un mundo moderno, industrializado, lo que resultó desconcertante para quienes creían fervientemente en la lucha de clases y consideraban la revuelta como una conjunción entre trabajadores, estudiantes, intelectuales y artistas, opuestos a la burguesía más poderosa.
Visto el conflicto, desde adentro, no se puede reducir a un asunto ideológico, a la lucha entre dos visiones opuestas, reducidas a las categorías de izquierda y derecha.
El movimiento del 68 fue pluriideológico porque los bandos intelectuales, en constante choque, en las universidades, eran muchos: existencialistas, católicos, freudianos ortodoxos, lacanianos, estructuralistas, marxistas en varias versiones, maoistas, trotskistas —los estalinistas ya no se dejaban ver— y anarquistas, entre otros. Y a pesar de esto, todos se unieron y alguna razón habría para que eso ocurriese.
Otra interpretación frecuente de este movimiento lo reduce a un epifenómeno, es decir, lo considera parte de la rebelión general de los jóvenes que se dio en las universidades estadounidenses contra la guerra de Vietnam.
Lo ocurrido en Francia tuvo un sentido propio, autóctono. La lucha en las calles de París no era en pro de la paz, como en los Estados Unidos, ni constituía un levantamiento contra una potencia extranjera opresora, como en Checoslovaquia, durante la Primavera de Praga, ni se asemeja a los hechos ocurrireverentes dos en la plaza de Tlatelolco, en México, en octubre siguiente, producto de la lucha contra el autoritarismo de Estado.
Motivos.
¿Qué animó, entonces, a tanta gente a liberarse de sus ataduras psicológicas y tomar los bulevares de París? Obviamente, cada época tiene sus indignados: a veces con más razón, a veces, con menos. Los jóvenes franceses no cesaban de hablar contra el sistema, contra la inequidad, casi siempre de una manera distante, abstracta. Sin embargo, el tono cambiaba cuando se referían a las pocas oportunidades laborales que se les abrían y al control de su vida ejercido, no por el Estado, sino por la sociedad. La frustración de los estudiantes, en este aspecto, era un torrente contenido por un dique que resultó más débil de lo pensado.
En enero de 1968, el ministro de Juventud y Deportes fue a la Universidad de Nanterre a presentar un informe sobre la situación de los estudiantes universitarios en Francia. Daniel Cohn-Bendit, quien se convertiría en el más visible de los líderes de la revuelta, tomó la palabra para protestar porque no se hubiera abordado, en ese informe, el tema de las relaciones sexuales entre los estudiantes.
Sin duda, ese acto irreverente –ni más ni menos, que contra un ministro–, muestra un punto de inflexión y nos da una clave, no solo por la actitud contestataria e irrespetuosa del estudiante, sino por la materia abordada. Los dos grandes asuntos que, en el fondo, movían a los jóvenes, quedan marcados simbólicamente por este acto: la ruptura con la autoridad de los mayores y la lucha por una sociedad permisiva, en lo referente al comportamiento sexual.
Cuando el rector le preguntó a Cohn-Bendit en qué empleaba su tiempo, su respuesta fue igual o peor de irreverente: “Hacía el amor, algo de lo que usted es incapaz”. Como se ve, el asunto de las restricciones en materia sexual era decisivo. La pilulle, la píldora anticonceptiva, por ejemplo, no fue autorizada en Francia sino hasta 1967, pocos meses antes de la revuelta y once años después de que en Alemania y solo se vendía bajo estricta prescripción médica.
La tardanza, en relación con otros países, sin duda, ayudó a poner en primer plano la libertad sexual. Por poner un ejemplo, una de las reivindicaciones de los estudiantes, en aquellos días, fue la liberalización de las visitas de personas de otro sexo a las residencias estudiantiles. Que las prohibiciones contra las que luchaban fueran pocas o muchas, en la realidad, poco importa: lo cierto es que la gente joven las sentía así.
Autoridad.
Por otra parte –se trata del otro aspecto relevante de la cuestión–, en aquellos días, primaba, notoriamente, la autoridad de los mayores. Esta tendencia se confirmaba en la universidad. Los estudiantes eran con los profesores; apenas si se atrevían a discrepar, tímidamente. El catedrático era rey en su clase y los alumnos súbditos, aunque casi siempre muy amablemente tratados. Algo parecido ocurría en otros países de Europa.
Recuerdo el asombro de Constantino Láscaris —lo tomaba como algo divertido— cuando llegó a la Universidad de Costa Rica y un alumno grande y fortachón le rodeó el cuello amablemente, con su brazo, mientras le hacía una consulta en el corredor.
Pero volvamos a los hechos ocurridos entonces. Los choques entre las fuerzas del orden y los rebeldes surgieron por todas partes. El barrio latino se llenó de barricadas. En un par de noches hubo más de mil heridos. Muchas calles se veían llenas de autos volcados sobre el pavimento destruido y por todas partes había obstáculos, como si se tratara de una guerra.
El movimiento se había extendido a otras partes del país. Llega a haber alrededor de diez millones de huelguistas. Ferrocarriles, taxis y las grandes fábricas se paralizan. Las más emblemáticas instituciones de la cultura son ocupadas por los sublevados. Las calles arden. El 13 de mayo una manifestación reúne un millón de personas que protestan.
El 29 de mayo se da el paroxismo del movimiento. 800.000 personas desfilan, convocadas por las fuerzas sindicales, y se anuncia la formación de un “gobierno popular”. Pierre Mendès France, el veterano político socialista, se declara listo para formar un “gobierno de gestión” y, como si no fuera suficiente, el general De Gaulle aborda un helicóptero y desaparece.
El pánico se extiende. Francia está sumida en el caos. Más tarde se sabrá que el presidente partió para Baden Baden, en Alemania, a entrevistarse con el general Massu, quien estaba a cargo de las fuerzas de ocupación francesas.
Y aquí viene la leyenda urbana. Se aseguraba, en aquellos días, que, cuando De Gaulle le pidió su apoyó, Massu, no solo se lo dio, sino que lo conminó a volver a París, de inmediato, a hacerle frente a la situación. Lo cierto es que en Estrasburgo, en la madrugada, como en tiempos de guerra, en algunas calles se sintió el ruido y la vibración de un largo convoy de tanques que venía de Alemania y, presumiblemente, siguió para París.
El 30 de mayo, De Gaulle convocó a los partidarios del orden que, al día siguiente, llenaron los Campos Elíseos en una manifestación multitudinaria. Cantaron La marsellesa y todo. Como si el general dispusiera de una varita mágica, volvió al orden. Luego convocó a elecciones y las ganó. La utopía se desvaneció en segundos, como si hubiese sido un sueño. Es posible que lo fuera.
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El premio entregado al nadador máster Jonathan Mauri es una muestra más de cómo funciona nuestro sistema político. Todo empieza con la aprobación de una ley, la cual obliga al gobierno a hacer una erogación de dinero con un fin específico. Pero, como suele suceder, las leyes no son perfectas. Ya sea por mala redacción o por no haber tomado en cuenta algún detalle, las leyes muchas veces dejan cierta discrecionalidad de interpretación a quien debe ejecutarla.
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Siempre queda algún portillo abierto por el cual algún “vivillo” intenta meterse. Algunos lo logran, capturando así los beneficios de la ley. Pero otros, disconformes con la interpretación hecha por el ejecutor de la ley, acuden al Poder Judicial a buscar una “correcta” interpretación.
Ahí es muy probable que los jueces dicten sentencia a favor del “perjudicado”, y obliguen al Estado a pagar el beneficio reclamado, más los daños y perjuicios causados por la “mala” interpretación de la ley por parte del Ejecutivo.
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Así, el gobierno termina siendo obligado a gastar dinero, sin importar si el destino de los fondos cumple con algún objetivo superior. Así es como el déficit fiscal va subiendo cada vez más hasta llegar a ser insostenible. Ante la situación, el gobierno sale a solicitar un aumento de impuestos, pues alega que no puede bajar el gasto porque las leyes, y las Cortes, son las que lo obligan a gastar.
Ahí es donde aparecemos todos, indignados porque nos tocan el bolsillo, sin estar recibiendo nada a cambio. Son unos pocos quienes se llevaron los beneficios.
■■■ ECONOMISTA
Fue un movimiento pluriideológico: católicos, existencialistas, freudianos ortodoxos...
En el caso del nadador Mauri, todo surge de una ley aprobada con la supuesta sana intención de promover el deporte de élite en el país. Así fue como se abrió un portillo tremendo que terminó favoreciendo a alguien que, claramente, no era a quien los legisladores originales pretendían premiar o promover. Mauri no es un nadador de élite. Es máster.
En este ejemplo, aun cuando se suponga que los diputados quienes aprobaron la ley original tenían buenas intenciones, están claras las consecuencias, pues a largo plazo terminó siendo nefasta. Claro, es muy fácil ser dadivoso y poco cuidadoso cuando quienes pagan son otros.
Ahora, imagine lo que sucede cuando los diputados aprueban leyes presionados por algún grupo buscando beneficios particulares.
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