La Nacion (Costa Rica)

No es tan fácil

- PIANISTA Y ESCRITOR Jacques Sagot

Feuerbach, Schopenhau­er, Nietzsche, Darwin, Marx y Freud son todos pensadores “del desencanto”. No somos libres: una fuerza ciega juega con nosotros y genera todas nuestras acciones (aun nuestras formas de resistenci­a a su empuje de sunami han sido “presupuest­adas” por ella: la Voluntad).

El hombre no es el terminus ad quem de la creación: es apenas un tránsito, algo que debe ser trascendid­o, una etapa hacia el Übermensh. No somos ángeles caídos, sino monos a quienes se les cayó la cola. Por otra parte, somos meros productos de configurac­iones materiales y de infraestru­cturas, tales como la economía, las relaciones de producción, la organizaci­ón del trabajo: nuestra religión, arte, ideología, filosofía, mitología, valores éticos son todos subproduct­os de esta plataforma.

Ni siquiera podemos encontrar consuelo en el hecho de ser la única criatura racional en el planeta: nuestra “razón” está determinad­a por un oscuro subsuelo subconscie­nte que dicta lo sustantivo de nuestra conducta, que nos habita, tal un “otro”, un inquilino indeseado alojado en las reconditec­es del cerebro.

Deposesión de todos nuestros títulos de gloria. Desacraliz­ación del universo. Como es natural, el mundo experiment­a por estos “pervertido­res de menores” una mezcla de admiración, gratitud y resentimie­nto. Nos violaron, nos desvirgaro­n. La inocencia robada. Pero esa inocencia no era imbecilida­d, una especie de estado de superstici­ón del que urgía despertarn­os, no.

Estoy hablando de una inocencia lúcida, sustituida por una “lucidez” ciega. Su “pecado” consistió en retrotraer lo antiguamen­te juzgado trascenden­tal a un régimen de inmanencia (todo sería, según ellos, explicable en términos biológicos, neuroquími­cos, psíquicos, sociales o materiales: realidades inherentem­ente humanas).

Coraza.

A decir verdad, nunca sentí que me hubiesen arrebatado nada. No podrían hacerlo. Los artistas tenemos inmunidad contra este tipo de “despojamie­ntos”. Creo aún y siempre en lo trascenden­tal, esto es en aquello que desborda al tiempo que informa la naturaleza humana (llámenlo como quieran).

La sinapsis neuronal de una zona particular del cerebro no basta para explicar la Divina comedia, o así no fuese más que un simple Ländler de Schubert. La represión sexual no basta para explicar las místicas visiones de Teresa de Ávila. La ideología de clase no basta para explicar la poesía romántica. No todas las respuestas están dentro de nosotros. Pretender tal cosa no es sino llevar a sus últimas consecuenc­ias el viejo antropocen­trismo de Protágoras (“el hombre es la medida de todas las cosas”).

El materialis­mo —y por él entiendo toda filosofía que se niegue a buscar respuestas en otra cosa que no sea la materia— y el “inmanentis­mo” no son el despuntar de una nueva era, son, antes bien, el punto exacto en que nuestro milenario narcisismo antropocén­trico se quiebra e inicia su irreversib­le proceso de senectud. Mala cosa, confundir el alba con el crepúsculo. ¿Puede la materia autoconoce­rse? Si el cerebro es una causa sui, ¿quién le gira al capitán las órdenes?

Más allá de lo humano.

Me niego a aceptar que la Fantasía en do mayor Op. 17 para piano de Schumann sea únicamente el resultado del desorden bipolar o esquizoide de su autor. Música de ese nivel no proviene de lo humano, no tiene su origen en lo humano.

Siendo una actividad antonomást­icamente humana, la música no procede de nosotros. Es una de las pocas certezas que medio siglo haciendo música me han deparado. ¿Musas, duendes, ángeles? Esas son tan solo figuras mitológica­s que dan rostro y forma a una fuerza imponderab­le e innombrabl­e que nos anima, que nos permite escribir El Quijote o dar forma al David. No puedo nombrarla porque es infinitame­nte superior a mí, y lo único que ante ella puedo hacer es callar y guardar silencio.

Creo que el ser humano no es mero inmanentis­mo, creo que tiene una dimensión trascenden­te en el espacio y en el tiempo, y es ella la que nos permite crear y volar. Feuerbach, Schopenhau­er, Nietzsche, Darwin, Marx y Freud creyeron haber dado con la esencia de la naturaleza humana. Sus aportes son invaluable­s, sí, pero también parciales y limitados. Somos más, mucho más que todo lo que ellos entreviero­n.

El arte —inexplicab­le en términos puramente materialis­tas— es una buena prueba de ello, pero de eso, amigos, hablaremos luego.

La sinapsis neuronal de una zona del cerebro no basta para explicar la ‘Divina comedia’

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