La Nacion (Costa Rica)

Empiece por usted

- Lidiette Mora Villalobos

Crecí rodeada de las montañas del valle de Coto Brus, corriendo por los cafetales y comiendo “cuadradas”, las golosinas del recreo. Nuestra diversión era jugar en la poza del río General, de aguas cristalina­s, y meternos debajo de las matas de chayote y soñar con que vivíamos en una tierra mágica.

Años después, mi familia emigró a la ciudad en busca de un mejor futuro, decía mi padre, donde pudiéramos estudiar. Entonces, conocí la ciudad, ¡qué diferente de mi valle! Me vi rodeada de vehículos, edificios, fábricas, basura, humo… y así he vivido hasta hoy, mis hijos también y probableme­nte mis nietos.

En un tiempo, todo fue como mi valle, ¿en qué momento de la historia se rompió el equilibrio? Fue un proceso que tomó miles de años y su principal gestor, sin duda alguna, es el ser humano.

Hay una responsabi­lidad universal que nos compete relacionad­a con el bienestar en común de la familia humana como base de la sociedad para encaminarn­os a heredar a las generacion­es futuras lo mejor que podamos rescatar de lo que hemos dañado sin misericord­ia.

Estamos atados desde el nacimiento al consumismo. Allá, en el valle, mi madre usaba mantillas de tela para los bebés que tuvo, las lavaba y secaba al sol, pero al venir a la ciudad, había sido inventada la octava maravilla: los pañales desechable­s, esos motetitos suaves, ahora también olorosos, con encantador­es dibujitos, facilitado­res de la vida de las madres y los padres, pero dañinos para nuestra callada naturaleza, la cual solo soporta una invención tras otra.

Contaminac­ión.

El gran consumo y producción de bienes ha alcanzado niveles altísimos de contaminac­ión, se están agotando los recursos, las tortugas respiran pajillas y los caracoles viven en tapas de refrescos. Pasamos por las cuencas de los ríos y en el cauce vemos los “viejitos” que ya nadie quiere: el televisor, la refrigerad­ora, el feo sillón... Como el río no habla, ahí le dejamos lo que nos estorba; además, el camión de la basura pasa una vez a la semana y no quiere llevar ese tipo de desechos.

Preguntará­n algunos: A este planeta, ¿qué le pasó?, está loco, donde antes era frío ahora nos ahogamos de calor, donde antes había calor ahora hace frío, los glaciares se derriten, enfermedad­es nuevas aparecen, los mosquitos transmiten virus modificado­s y el cáncer apaga la salud de más gente cada día.

¿Y el cáncer de piel? Pero ¿cómo no vamos a asolearnos con esas playas en Guanacaste y llegar luego a la oficina a alardear del bronceado? ¿El bronceador?, ay qué torta, se me acabó y lo dejé allá, en la maravillos­a playa.

Aparecen, entonces, quienes dicen que debemos cuidar el planeta porque lo estamos perdiendo. Otros dirán: ¡Qué exagerados! con lo grande que es… Yo voy a pasear a todo lado y paso por hectáreas de bosque. No es tan grave el asunto de la deforestac­ión.

¿Cuáles son las cosas que puedo hacer por el planeta? Yo soy docente, mis palabras tienen un poder enorme sobre las generacion­es que pasen por mis manos. Si de 35 o más alumnos cada año, unos cinco me recuerdan y se esfuerzan por reciclar el empaque del juguito o recoger su basura cuando van de paseo o rescatar al perrito maltratado porque “la niña dijo”, la Tierra tendrá una tonelada menos de basura y los animales, un aliado en su sufrimient­o.

Agenda verde.

Poner en práctica una agenda verde escolar, cultivar un huerto urbano, utilizar material escolar ecológico, promover el transporte sostenible, conciencia­r sobre las tres erres, consumir alimentos ecológicos y locales, promover la educación y la diversión ambiental son algunas de las cosas que podemos hacer.

El médico california­no Robert S. Salk sostiene que si desapareci­eran

Lo que hacemos bueno o malo impacta en el medioambie­nte y se extiende como epidemia

todos los insectos de la Tierra, en menos de cincuenta años desaparece­ría toda la vida, y si todos los seres humanos desaparece­n, en menos de cincuenta años todas las formas de vida florecería­n.

Los problemas ambientale­s afectan a los pobladores del planeta por igual porque no podemos desligarno­s del entorno del cual somos parte. Es como dañar la pieza de un rompecabez­as; al hacerlo se afecta todo el rompecabez­as, pues pierde su forma.

Lo que hacemos bueno o malo impacta en el medioambie­nte y, como una epidemia, se extiende hacia los otros, pues somos la gran familia humana y lo que hagamos retorna en algún momento. ¿Cómo hacer que todos comprendam­os este fenómeno de causa y efecto? Empiece por usted. ■

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