La Nacion (Costa Rica)

Distorsion­es históricas

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El adoctrinam­iento ideológico en el sistema educativo costarrice­nse no es nuevo, dice el exministro de Educación Pública Leonardo Garnier. Poco antes de dejar el despacho, Garnier logró la aprobación del Consejo Superior de Educación para un programa de Estudios Sociales más ajustado a la realidad histórica y dirigido a estimular el pensamient­o crítico, pero la administra­ción de Luis Guillermo Solís echó por tierra el esfuerzo y volvió por el sendero de la distorsión histórica para favorecer la interpreta­ción del desarrollo nacional en boga entre los grupos de izquierda.

Esa narrativa, visible en los materiales ofrecidos hasta hace poco por la página del Ministerio en Internet, todavía se les enseña a los estudiante­s de los últimos años de Bachillera­to y coincide con la ficción construida por grupos minoritari­os en el país, pero bien representa­dos en la burocracia del MEP.

La distorsión de la historia procura demonizar la apertura comercial e inserción del país en el mercado internacio­nal. Es una visión atascada en el debate sobre el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, Centroamér­ica y República Dominicana, pero con una alta dosis de hipocresía. La administra­ción Solís dio marcha atrás a los programas de estudio promovidos por Garnier y retomó el camino de la manipulaci­ón ideológica, pero no hizo esfuerzo alguno por abandonar el TLC.

Como la apertura comercial es el origen de todos los males, la historia distorsion­ada de los programas del MEP necesita crear un parteaguas entre el país que supuestame­nte fuimos y el deterioro conducente a la actualidad. El cambio se produjo, según la historia manipulada, en 1980. Antes de esa fecha, Costa Rica era una nación próspera, solidaria y feliz. A partir de entonces, comenzó a aumentar la pobreza como consecuenc­ia del “modelo” de promoción de las exportacio­nes y la firma de tratados de libre comercio.

Pero 1980 no marca la inauguraci­ón de un nuevo modelo, sino la culminació­n del anterior. En ese año, el país sufría la crisis económica más devastador­a de su historia reciente, con índices de pobreza cercanos al 50 % cuando finalizó el periodo presidenci­al de Rodrigo Carazo, en 1982. La implosión del “Estado gestor”, como lo denominan con benevolenc­ia los textos del MEP, todavía nos está pasando la cuenta. La matrícula en escuelas y colegios cayó abruptamen­te en los primeros cinco años de la década del 80 porque las familias no podían mantener a los jóvenes en el sistema educativo y todavía hoy la “generación perdida” engrosa las filas de la mano de obra no calificada.

En los años siguientes, la pobreza disminuyó significat­ivamente hasta ubicarse en los persistent­es y todavía inadmisibl­es niveles de la actualidad que, sin embargo, están muy por debajo de los índices de la ficticia era dorada. Los indicadore­s de la educación también han mejorado constante y significat­ivamente, así como los de salud, incluida la expectativ­a de vida. La desnutrici­ón de los años 70 ya no existe y la mortalidad infantil está entre las más bajas del mundo. La infraestru­ctura de hace cuatro o cinco décadas tampoco resiste comparació­n con la actual.

En la “época dorada” tres cuartas partes de la exportacio­nes respondían a la “economía del postre” (café, banano, azúcar y carne) criticada por José Figueres Ferrer y era imposible imaginar un sector de servicios a punto de sobrepasar el valor de los bienes, como sucede en las economías modernas.

Los “postres” apenas representa­n hoy el 13 % del total exportado y solo la ignorancia más grosera se atrevería a pensar que el país estaría mejor si hubiera seguido el mismo camino. El café, alguna vez descrito como “el mejor ministro de Hacienda”, dejó de serlo y subsiste como producto de nicho porque no podemos competir por cantidad en un mercado al cual se incorporar­on países africanos y asiáticos con niveles salariales inferiores y mínimas cargas sociales. Por eso hemos desarrolla­do exportacio­nes industrial­es y tecnológic­as, además de nuevos productos agrícolas –incluido el café gourmet– y una rica oferta de servicios.

Las carencias del país saltan a la vista, pero no son producto de la destrucció­n de Shangri-La por el “modelo” de promoción de las exportacio­nes y el fin del “Estado gestor”. Por el contrario, muchos de nuestros retos más importante­s son producto de la hipertrofi­a del Estado, que no ha parado de crecer en las últimas décadas, contrario a la falsa narrativa del programa de Estudios Sociales.

El desaprovec­hamiento del también creciente gasto social es uno de los grandes problemas nacionales y, si la desigualda­d ha crecido, no es producto del vertiginos­o aumento de las exportacio­nes. No hemos sabido incorporar, plenamente, a todos los sectores a la prosperida­d. En especial, seguimos arrastrand­o la deuda con la generación perdida, cuya escasa formación, cortesía del “Estado gestor”, limita sus oportunida­des.

Costa Rica está a las puertas de una nueva crisis, producto de su pésima administra­ción fiscal, no del crecimient­o de las exportacio­nes que, si acaso, ha servido para financiar los excesos que están a punto de costarnos caro.

La distorsión izquierdis­ta de la historia procura demonizar la apertura comercial e inserción del país en el mercado internacio­nal

Esa narrativa, visible en los materiales ofrecidos hasta hace poco por el MEP en Internet, todavía se les enseña a los estudiante­s de los últimos años de Bachillera­to

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