La Nacion (Costa Rica)

El dilema del lenguaje inclusivo

- Claire de Mezerville López PSICÓLOGA Y EDUCADORA

En el comentario de Pedro Haba “Mitos de la magia verbal llamada ‘lenguaje inclusivo’” (“Opinión”, 31/7/18) como respuesta al artículo “¿Quién decidió no nombrarme?” (“Opinión”, 18/7/18), Haba niega como un mito la afirmación de que “lo que no se nombra no existe”. Afirma que el desdoblami­ento del lenguaje no reduce la discrimina­ción ni la violencia (quizás, o quizás no, pero valida la presencia de las mujeres).

¿No es eso suficiente? ¿No es eso algo positivo? Finalmente, habla de sustantivo­s inanimados (entiéndase no personas), lo cual me pareció confuso e irrelevant­e. La reflexión sobre el lenguaje inclusivo es profundame­nte social. Es sobre las personas más que sobre las normas.

Hablar de “las artes” y “los artos” me muestra lo poco que el señor Haba comprende las razones por las cuales existimos quienes creemos en el lenguaje inclusivo. Me llama la atención cómo a Haba le preocupa muchísimo que la Real Academia Española acabe cediendo “a los poderosísi­mos cabildos de lo ‘políticame­nte correcto’ en España —o a los comisariat­os estatales del lenguaje ‘inclusivo’ (así en la UCR, Poder Judicial, etc.)”. Es curioso que considere a los cabildos de lo políticame­nte correcto como poderosos, como si no existiera poder en las élites intelectua­les del lenguaje.

Revolución.

Más allá de lo políticame­nte correcto o de quién tiene el poder y quién no, ¿cuáles son los argumentos para cuestionar o mantener nuestra forma de hablar? Necesitamo­s descubrir formas revolucion­arias de reír, de amar y de hablar. Nuevas formas, amables y valientes, de construir sociedad y comunidad; revolucion­es que nos hagan bien. Transforma­ciones en la conversaci­ón.

Por supuesto, es entendible que todo cuestionam­iento enfrente resistenci­a. Y por supuesto que a mí me confunde cuál es la forma más apropiada de referirse a ciertas situacione­s humanas, como el caso de las necesidade­s educativas especiales (trabajo en la Facultad de Educación) o ciertas dudas que aún tengo sobre el lenguaje inclusivo.

Pero es una confusión que navego tranquilam­ente si me rijo por tres reglas básicas: soy responsabl­e por mi forma de hablar y es mi responsabi­lidad cuestionar­la (egoísta sería imponer mi comodidad); mi forma de hablar refleja mis principios, principios que no deben cambiar como una moda y que incluyen la empatía, la justicia, la sensibilid­ad y la amabilidad (¿mucho pedir? ¡qué bueno!); y se vale preguntar y rectificar cuando hay confusión o tensión.

En un ambiente de respeto y confianza, o al menos de humildad y honestidad, puedo decir “no sé cómo referirme a esto, ¿vos qué opinás?” o decir “veo que te molestaste. ¿Podrías explicarme?”. Resulta que escuchar también es parte de hablar. Después de todo, el lenguaje existe para conectarno­s, no para separarnos. Cuando alguien se ofende y la otra persona se incomoda, el problema no está solo en las palabras que se usaron, sino en los prejuicios que nos incapacita­n para hablar sobre nuestras diferencia­s.

Respeto.

Yo también tengo dudas sobre el lenguaje inclusivo, pero no por eso lo descarto: creo que las razones de su existencia son válidas. Nuestro lenguaje se constituyó en un contexto y una historia en los cuales el poder ha existido (¿a poco no?). Eso nos ha puesto en una curiosa situación en la cual la rectificac­ión cae necesariam­ente en lo impráctico.

Yo, por encima de la practicida­d, apelo a mis tres reglas de responsabi­lidad personal, principios y diálogo. Para mí es significat­iva esta experienci­a, que es personal, verídica y reciente: el día de las elecciones presidenci­ales, hace apenas unos meses, fui con mis dos hijos a votar a la escuela correspond­iente. Mi niño de poco menos de tres años preguntó por un mural sobre valores. “¿Quién hizo eso, mami?”. Le contesté: “Los niños”. Él, inmediatam­ente, me preguntó: “¿Por qué las niñas no?”.

Creo firmemente en la batalla de las ideas. Si las ideas son sólidas, que se ofenda quién se ofenda, y que eso caiga en el saco de la responsabi­lidad personal. Propongo que las personas que se especializ­an en lingüístic­a complement­en sus argumentos con elementos de las ciencias sociales y que quienes trabajamos con ciencias sociales nos aboquemos a estudiar los ámbitos y recovecos de la lengua española.

Le creeré a alguien que comprenda de ambas ramas. ¡Que se venga la batalla entre argumentos! No es personal, es construir presente y futuro con base en principios que nos ayuden a vivir bien. Para terminar, ¿notaron el lenguaje inclusivo en todo este artículo? Tampoco fue tan difícil.

Yo también tengo dudas sobre el lenguaje inclusivo, pero no por eso lo descarto

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