La Nacion (Costa Rica)

La varita mágica fiscal

- ECONOMISTA Saúl Weisleder

El problema del déficit fiscal, con justa razón, ha ocupado los titulares de los periódicos, de los programas radiofónic­os y de prácticame­nte todos los medios de comunicaci­ón masiva en los últimos tiempos.

Existe consenso en cuanto a que un 7 % del PIB, o incluso algún decimal más, es inaguantab­le para nuestra economía y, con tal peso sobre ella, el crecimient­o económico, un mayor bienestar para amplios sectores y el logro de mayor equidad en la distribuci­ón del ingreso y de las oportunida­des de surgir resultan inalcanzab­les. Pero hasta ahí llega el consenso. En el momento de plantear soluciones, los alineamien­tos sociales y políticos cambian y las figuras geométrica­s que pueden usarse para alcanzar los acuerdos se van agotando.

La ministra de Hacienda, Rocío Aguilar, en nombre del gobierno, compareció ante el plenario de la Asamblea Legislativ­a para presentar a los diputados el plan de recortes (y otras ideas o medidas) de gasto, pero la mayoría de los legislador­es –con mucha razón– han puesto como condición para tramitar y aprobar un plan más integral de ajuste, que también incluye aumento en la carga tributaria y, por esa vía, de los ingresos. Su sola comparecen­cia fue una buena señal, un cambio de enfoque respecto a la indolencia del gobierno anterior, que, extrañamen­te, se había convencido de que podría “llevarla suave” con el asunto fiscal, al punto que en su primer presupuest­o general incrementó el gasto en un 18 %.

El gobierno Alvarado Quesada cuenta con una ventaja nada despreciab­le: la aprobación de una moción 208 bis, ventaja que no tuvieron los anteriores porque pone fecha máxima para que el plenario vote en primer debate el proyecto negociado en ese momento. Eso sí, debe conseguir los votos necesarios para la aprobación. Pero esa ventaja no es poca cosa.

En los tres meses y algunos días transcurri­dos desde el inicio del gobierno, las negociacio­nes han sido bastante intensas y, hasta ahora, la ministra Aguilar y su equipo “se han echado al hombro” la negociació­n gubernamen­tal. Como es natural, ha habido avances y retrocesos y estiras y encoges, pero “la cosa camina”.

Grupos de presión.

Sabemos que también se negocia mucho fuera de cámaras y está bien, es necesario. Lo que no se vale es que hubiese tomas y dacas en favor de intereses de personas o grupos restringid­os y en detrimento de la mayoría.

Los partidos de oposición, salvo algunas excepcione­s, han colaborado (en sentido positivo) con el gobierno, a sabiendas de dos cosas fundamenta­les: el tiempo apremia, y mucho, y no existe una varita mágica fiscal en el sentido de que una sola medida o actuar solo por uno de los dos lados de la ecuación (ingresos o gastos) resolvería el problema. La tenaza requiere de ambas pinzas.

También el sector empresaria­l organizado ha actuado constructi­vamente sabiendo que, de lo contrario, habría caos y en ese caos habría “ganancia de pescadores”, o sea, que el pinol se lo comerían quienes tienen más galillo. Por eso, es extraña la actitud bastante menos constructi­va de la dirigencia sindical. En este contexto, ojalá la ley que se apruebe reparta las cargas en función de la riqueza que poseen los sectores.

Por su parte, quienes negocian dentro del gobierno han tenido la “mala suerte” de, por un lado, tener que descubrir “conejos” dejados por la administra­ción anterior, también del PAC, y oír declaracio­nes desafortun­adas de algunos ministros y altos funcionari­os. Tales acciones han creado confusión y dado pie a escaramuza­s innecesari­as.

Una confusión es la idea de que el (o los) presupuest­o (s) extraordin­arios presentado­s por el gobierno, para obtener la autorizaci­ón legal para cancelar la deuda contraída a corto plazo y a última hora por el anterior gobierno, aumenta el gasto. No es así, pues solo puede usarse para pagar esa deuda; es una autorizaci­ón legal indispensa­ble, mas no nuevo gasto, excepto en el tanto en que los intereses nuevos sean más costosos que los asumidos antes, lo cual sí es probable.

Claro que sí conlleva irresponsa­bilidad de los dos gobiernos del PAC; uno, por negar primero la necesidad de reforma fiscal y gastar a manos llenas, y el otro, por desconocer la situación de esa deuda. Pero Hacienda no tiene otra opción que pagar y para ello la Asamblea debe dar la autorizaci­ón urgentemen­te y no mezclar este problema con el de la reforma fiscal como tal, como han hecho algunos diputados, particular­mente de Restauraci­ón Nacional.

Pago ilegal.

Otra complicaci­ón surgida en las últimas horas cuando revisaba este artículo es el pago ilegal hecho por la Tesorería, con autorizaci­ón del Poder Ejecutivo, de varios cientos de miles de millones de colones sin que la ley respectiva se haya aprobado. Ello se deriva de los errores y la falta de transparen­cia del gobierno anterior y durante la transición entre ambas administra­ciones. La ministra tomó una decisión arriesgada, sin duda, con visos de ilegalidad. Pero se encontraba ante un dilema muy serio: incumplir el pago de intereses de la deuda, o sea, incurrir en default, lo cual no lo habría resuelto el dejar de efectuar otros pagos ya autorizado­s (salarios, pluses, pensiones, transferen­cias) porque el problema no es solo de caja, sino de autorizaci­ón legal específica, exigida por la Constituci­ón y la ley.

Esto debe ser, al menos, un atenuante a la hora de juzgar a la ministra y a quienes tengan responsabi­lidad en ello (posiblemen­te el presidente y el ministro de la Presidenci­a, sin cuyo visto bueno difícilmen­te Hacienda hubiera actuado así). Pero, políticame­nte, debe aclararse y ponerse los puntos sobre las íes, de manera responsabl­e, sin politiquer­ía.

Tales episodios muestran, por una parte, lo entrabada, lo compleja y lo enmarañada que se ha vuelto la operación del aparato estatal. Si se agrega falta de experienci­a, de integració­n como equipo, los efectos son más graves cada vez. Por eso, quienes proclaman soluciones simplistas sin mayor sustento ni análisis, resultan un desastre a la hora de gobernar. Lo anterior es más notable en los asuntos económicos, de seguridad y de educación.

Es momento de elevar la conversaci­ón pública sobre la situación del país, sus problemas, desafíos y opciones; de dejar de soñar en soluciones fáciles e inmediatas; dejar de descalific­ar a quien toma decisiones, aunque no estemos de acuerdo con ellas.

Se debe actuar pronto y sólidament­e, pero los resultados tardarán. Tener que esperar no es excusa para las chapuzas cometidas. Al contrario, deben ser sopesadas al momento de elegir y debe evitarse la politiquer­ía que ve en cada dificultad una oportunida­d de golpear. Yo quiero una política grande.

Debemos dejar de descalific­ar a quien toma decisiones, aunque no estemos de acuerdo

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