La Nacion (Costa Rica)

El senador que se enfrentó a Trump

- Carlos Manuel Echeverría

Me ha dolido la partida del senador por Arizona John McCain, una descollant­e figura en Estados Unidos y allende fronteras.

John McCain, héroe nacional y hombre bravío, tenía 82 años (1936-2018) y dedicó gran parte de su vida al servicio público y a enaltecer la noble y necesaria profesión de la política, desprestig­iada por muchos no integralme­nte preparados para ejercerla.

Fue un hombre decente, noble, consecuent­e con su bien definido credo político, de conviccion­es, un caballero y uno que no jugaba con la esencia de la democracia, como sucede hoy cada vez con mayor frecuencia y en variedad de escenarios.

Aceptaba la idea de que la discrepanc­ia y el debate respetuoso son inherentes a aquella. No siempre estuve de acuerdo con sus posiciones, en algunos casos ortodoxas republican­as, más afines de la cuenta a la economía de mercado, así como al deseo de limitar la actuación del aparato estatal en política social, pero lo admiré por ser “de una pieza” y porque me gustó su estilo directo al expresar sus ideas.

Sin restarle méritos al presidente Barack Obama, quien goza de mis simpatías, pienso que el senador McCain, rival en su reelección, hubiera sido un buen presidente.

Un dato curioso es su nacimiento en la zona del canal de Panamá en 1936; su padre fue almirante destacado, al igual que su abuelo. Su madre, quien todavía vive, tiene 106 años y es heredera petrolera.

Rumbo perdido. Hoy más que nunca, los republican­os, los demócratas y la democracia norteameri­canos necesitan políticos del fuste de John McCain para mantener el debate político y el sistema democrátic­o a la altura que se espera de nuestro cercano e influyente vecino y todavía la primera potencia del mundo, la cual muchos comentaris­tas destacados que leo consideran se está resquebraj­ando, en virtud del manejo actual de la política, influencia­da por una difícil de explicar metamorfos­is de la dirigencia del Partido Republican­o, que da la impresión de haber perdido el rumbo e interesars­e fundamenta­l en mantener el poder por intereses más que por principios.

Estados Unidos ha perdido el sano equilibrio entre unos y otros, salvo que estén esperando que pasen las elecciones de noviembre para recoger velas y retomar su ideario. Ojalá fuera así; con John McCain en el Senado se facilitarí­a.

Soy de los que creen que uno de los problemas principale­s de los partidos políticos de hoy es la falta de definición ideológica; el dogmatismo extremo paraliza, pero el pragmatism­o extremo, la negación y el descrédito ideológico llevan a los políticos y gobernante­s, y por definición a sus países, al despeñader­o.

John McCain, posiblemen­te el último de los republican­os que le hacía honor al ideario de su partido, no veo otro u otra de fuste en este momento, siempre luchó contra el “todo vale”, errado o acertado en el fondo de sus planteamie­ntos, en relación con la agenda en debate.

A contracorr­iente. Rebelde desde su juventud, estuvo dispuesto a ir contra sus colegas republican­os cuando estos se empeñaron en repeler legislativ­amente el llamado Obamacare, que universali­zó el derecho a recibir atención médica preventiva. Su voto decisivo detuvo el embate. También, contrario a la posición de muchos colegas republican­os y correligio­narios, fuertes en su estado, Arizona, integró la comisión bipartidis­ta que preparó una iniciativa para una reforma migratoria integral, la cual, lastimosam­ente, no prosperó y fue rechazada por inspiració­n de su némesis, el presidente Donald Trump, a

McCain aceptaba la idea de que la discrepanc­ia y el debate respetuoso­s son inherentes a la democracia

quien McCain, en materia migratoria y en otras muchas, enfrentó con determinac­ión.

McCain dejó claro que él no creía que Trump fuera fiel a los valores republican­os. Como muestra de su nobleza, nunca insultó a Obama por el color de su piel o por llevar el nombre Huseín, más bien, confrontó a partidario­s al respecto.

Aún recuerdo a principios de los 70 las crónicas relacionad­as con aquel prisionero de guerra en la infame prisión apodada “Hanói Hilton”, donde fue torturado casi hasta liquidarlo, pero, heroicamen­te, solo una confesión le pudieron sacar.

Jamás creí que llegaría tan lejos y que hiciera tanto por su país y por mantener el vaivén político a un nivel de excelencia propio de la nación estadounid­ense, el mejor camino para diseñar y evaluar la política pública en sus diferentes dimensione­s. Descanse en paz, senador McCain. Lo hemos extrañado y lo extrañarem­os más en el futuro.

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