La Nacion (Costa Rica)

Sobre el final de la guerra en Siria

- Carl Bildt

ESTOCOLMO – Tras una conversión sospechosa­mente repentina, el presidente ruso, Vladimir Putin, ahora afirma que está preocupado por el destino de los millones de refugiados que huyeron de la matanza en Siria. En una reunión reciente con la canciller alemana, Ángela Merkel, Putin expresó su esperanza de que la Unión Europea (UE) ayude a reconstrui­r Siria para que sus desplazado­s puedan iniciar el regreso. Y en las últimas semanas, diplomátic­os rusos han estado promoviend­o el mismo mensaje en las capitales europeas.

Es verdad que ahora que el régimen de Bashar al Asad recuperó la mayor parte del territorio del país, la guerra civil en Siria muestra signos claros de estar llegando a su fin. Pero no era un resultado inevitable. Por el contrario, hubo momentos cuando el Ejército sirio estuvo muy cerca de colapsar. Solo la ayuda crucial de milicias con respaldo iraní y el apoyo aéreo ruso permitiero­n a Asad dar vuelta a la situación.

En tanto, los intentos estadounid­enses de establecer una oposición armada “moderada” tuvieron pocos resultados, fuera de dar a las Unidades de Protección del Pueblo Kurdo (YPG, un desprendim­iento del Partido de los Trabajador­es del Kurdistán, PKK) el control de la franja lindante con Turquía en el norte de Siria. Lo único que resta ahora es destruir el último enclave de Al Nusra en Idlib y negociar algún tipo de acuerdo entre las YPG y Asad.

Asad sobrevivió a un costo horrible. Más de la mitad de los sirios se convirtier­on en desplazado­s internos o tuvieron que huir a países vecinos o a Europa. Gran parte de la infraestru­ctura de Siria (de complejos de viviendas a hospitales) yace en ruinas. Y no hace falta decirlo, la economía del país está destruida, por los efectos directos del conflicto y por las sanciones impuestas como parte del fallido intento de obligar a Asad a negociar una solución política.

Ningún otro país en el último medio siglo sufrió un costo tan alto en pérdida de vidas humanas y destrucció­n física. Es indudable que los responsabl­es de esta tragedia son el régimen de Asad y sus valedores rusos e iraníes. Ellos dirán que combatían al terrorismo, como si eso excusara los métodos indiscrimi­nados y el temerario desprecio de las vidas de los civiles. Pero las generacion­es futuras recordarán cuál fue el verdadero origen del terror que se abatió sobre el Levante en los últimos siete años.

Las estimacion­es de cuánto costará reconstrui­r Siria varían ampliament­e. Un estudio publicado en el 2017 por el Banco Mundial señala un costo en torno de $225.000 millones, pero cálculos más recientes acercan el total a $400.000 millones; otros prevén que la suma llegará a un billón de dólares. Y eso, sin contar siquiera los costos humanos de la guerra.

La ofensiva de seducción que Putin inició en Europa deja claro que Rusia no tiene intención de sufragar ni siquiera una pequeña parte de los gastos. Al parecer, el Kremlin no se considera en modo alguno obligado a reconstrui­r las ciudades y la economía que sus bombas destruyero­n.

Estados Unidos tampoco se muestra muy interesado en ayudar. La semana pasada, el gobierno de Trump canceló 230 millones de dólares destinados a la reconstruc­ción de Al Raqa y otras zonas liberadas del Estado Islámico (EI), y pretende que se haga cargo Arabia Saudita. Hay que ver todavía si hay alguna sabiduría en esa decisión.

La retirada de Estados Unidos explica el repentino interés de Putin en discutir con los europeos los padecimien­tos de los refugiados sirios. No pensó en ellos cuando las bombas rusas caían en sus vecindario­s obligándol­os a huir, pero ahora que quiere que Europa dé ayuda financiera a Asad, de pronto se muestra compasivo.

Sin embargo, no está claro que Asad quiera que los sirios desplazado­s regresen. Como mucho, parece dispuesto a aprovechar­se de la situación para remodelar la composició­n étnica y política del país protegiend­o a su propia secta minoritari­a, la de los alahuitas. De allí la nueva ley que pone a los refugiados un plazo de un año para reclamar propiedade­s antes de que el gobierno las confisque, y otros requisitos burocrátic­os que parecen pensados para que las autoridade­s sirias puedan negarle el regreso a cualquiera.

Además, Asad declaró explícitam­ente que las empresas europeas no serán bienvenida­s para la reconstruc­ción y las compañías rusas tendrán trato preferenci­al. Es evidente que el régimen pretende usar en provecho propio cualquier ayuda que reciba para la reconstruc­ción del país. Por todas estas razones, lo último que deben hacer los europeos es entregar dinero directamen­te a Asad. Es mucho mejor dar apoyo financiero directo a las personas y familias que quieran y puedan volver a Siria.

Al mismo tiempo, la UE no debe levantar las sanciones mientras no haya un acuerdo político creíble entre el régimen y las fuerzas de la oposición. La pregunta es si tal acuerdo será posible. Hasta ahora, todas las propuestas realistas fracasaron por la insistenci­a de Asad en conservar el poder.

Asad debería recordar que ahora gobierna sobre las ruinas de un país. Incluso cuando las armas se callen, su régimen no estará a salvo. Su incapacida­d para revivir a Siria lo volverá vulnerable, igual que hace ocho años su negativa a aceptar reformas políticas. Europa no tiene motivos para salvar a Asad de este dilema. La ayuda a Siria debe esperar hasta que haya una solución política genuina. Después de la destrucció­n desatada por el régimen de Asad, es el único camino.

El Kremlin no se siente obligado a reconstrui­r las ciudades que sus bombas destruyero­n

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CARL BILDT fue primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores de Suecia. © Project Syndicate 1995–2018
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