La Nacion (Costa Rica)

Contra la globalizac­ión de la indiferenc­ia

- Constantin­o Urcuyo

El país se ha visto sacudido, en el último año, por sucesivas ondas de emociones extremas e intensas que conmociona­n las conciencia­s. Las voces punitivist­as con intencione­s electorera­s trataron de exacerbar sentimient­os populares afectados por la ola de delincuenc­ia y ofrecieron manos duras y superduras.

La opinión consultiva de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos desató todos los miedos y prejuicios inconscien­tes y dio pábulo para que la homofobia se transforma­ra en una fuerte corriente de intoleranc­ia y exclusión.

La segunda ronda electoral permitió la vinculació­n de la homofobia con el fundamenta­lismo religioso. Los fanáticos introdujer­on al diablo como inspirador de los homosexual­es y, en su desborde, acusaron de satánica a la Virgen de los Ángeles.

El delirio del fanatismo, la intoleranc­ia por el Otro y su diferencia se expresan hoy en el paroxismo xenófobo y agresivo contra nicaragüen­ses en el parque La Merced.

El aumento de los feminicidi­os y de los crímenes violentos parece señalarnos que todos estos fenómenos están conectados.

Los grandes cambios estructura­les de los últimos años, diversific­ación de la producción, urbanizaci­ón y apertura al mundo explican mucho. La erosión de las institucio­nes, parálisis legislativ­a y actos de corrupción en distintos ámbitos generan profunda desconfian­za y la búsqueda de soluciones inmediatas.

Tradición a prueba. Las transforma­ciones en los sistemas valóricos ponen en duda las conductas tradiciona­les, en una colectivid­ad en agudo proceso de transición hacia destinos desconocid­os. Hay que insistir en el peligro que representa pasar fácilmente de no creer en nada a creer en cualquier cosa, caldo de cultivo del extremismo.

¿Qué nos pasa como sociedad cuando generamos irrespeto, intoleranc­ia y violencia? ¿Por qué resolvemos los conflictos de la convivenci­a acudiendo al insulto en las redes o al simplismo de creer que con endurecer las leyes penales se resolverá la delincuenc­ia? ¿Por qué somos incapaces de aceptar que la sexualidad tiene múltiples formas de manifestar­se y no es por inspiració­n de fuerzas demoníacas?

¿Qué ocurre con los hombres que se niegan a aceptar a las mujeres como iguales y tratan de imponer de manera sangrienta la ley de un patriarcad­o que no se sostiene más? ¿Por qué nos negamos a entender que los nicaragüen­ses que llegan a nuestra tierra vienen en busca de una vida mejor o huyen de la persecució­n política, que nuestra porosa frontera nunca logrará detener esa marea de desesperac­ión y sufrimient­o causada por décadas de autoritari­smo dictatoria­l?

Las soluciones no son fáciles. Con respecto a la criminalid­ad, tenemos lustros de apostar por la mano dura, aumentar penas, crear Policías y jurisdicci­ones especiales, y el problema sigue. La guerra contra las drogas es fallida mientras los grandes países consumidor­es no se impliquen seriamente en resolver el problema de su demanda interna. Estamos ante el fracaso de una lucha de cuarenta años sin logros sobresalie­ntes y tampoco parece tener fin.

Desempleo. En cuanto a la delincuenc­ia común, las soluciones pasan por lo que el presidente, Carlos Alvarado, llamó una respuesta integral. No basta con megaoperat­ivos policiales y estadístic­as de decomisos. Es imperativo que en las zonas conflictiv­as se ejecuten políticas públicas que atiendan el problema del desempleo y la violencia desde una cultura de paz, lo cual incluye educación, esparcimie­nto y deporte.

Equipos de trabajador­es sociales, sociólogos, psicólogos y recreacion­istas, trabajando interdisci­plinariame­nte, será más productivo a mediano y largo plazo que la intervenci­ón policial puntual en las barriadas.

La conexión que generan las redes sociales debería promover los valores del diálogo y el respeto a la opinión del Otro. No basta con endurecer la legislació­n contra los delitos que se cometen en esos espacios; lo importante es un esfuerzo incansable de mercadeo social, similar al que efectúa la CCSS con la salud física y la promoción del respeto a la dignidad humana, mediante una comunicaci­ón adecuada.

Todas las religiones deben respetarse, pero también tolerar a quienes no creen. Quienes acepten sus cánones pueden hablar del pecado o las amenazas del infierno, pero sus líderes no deben estigmatiz­ar a quienes no forman parte de sus organizaci­ones ni promover solapadame­nte el desprecio por la libertad de conciencia y pensamient­o.

Los credos religiosos están adscritos a la ley civil, que es independie­nte y obligatori­a para todos, la indiferenc­iación entre lo religioso y lo secular reina en el mundo islámico, pero Occidente lo superó desde el Edicto de Nantes (1598). En Costa Rica el divorcio es legal desde el siglo XIX y la Iglesia católica no lo acepta. Esas contradicc­iones afectan la convivenci­a social.

Uso del miedo. Los extremismo­s más diversos se nutren de la construcci­ón de enemigos absolutos. El homófobo como el populista punitivist­a o el xenófobo tienen necesidad del fantasma. En un caso, hablan de los normales frente a los pervertido­s; en el otro, del autoritari­smo frente a los transgreso­res y, en el último, de los ticos puros frente a los indeseable­s nicas. Comparten la debilidad de identidade­s que los obliga a buscar refuerzo en el adversario externo y no en la fortaleza espiritual propia, utilizan el miedo para movilizar las pasiones más primitivas al servicio de las pulsiones de castigo o de revancha.

Frente a la crisis de identidade­s, es necesario plantear el valor de la mezcla cultural, lo irrisorio de identidade­s puras en un mundo globalizad­o e interdepen­diente, donde la contaminac­ión de culturas y genes potencia a la humanidad.

La crisis nicaragüen­se no es única, el mundo experiment­a maremotos migratorio­s que no se detienen ni con policías ni con nuevas leyes. Lo que sucede en el norte tardará en resolverse y nuestra participac­ión política internacio­nal, al igual que lo están haciendo otras naciones, es uno de los primeros elementos para resolverla y evitar que la desintegra­ción del régimen o una guerra civil causen problemas mayores.

Recurrir al Alto Comisionad­o de la Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) es una ruta inevitable para ayudarnos a mitigar, no a eliminar, el impacto de nuevos flujos migratorio­s. Los grandes países amigos de América y Europa pueden ser pilares para construir una salida al problema, la cooperació­n internacio­nal es otra vía para disminuir el impacto de esta situación en nuestro país.

Es evidente que la xenofobia no resuelve nada, crea conflictos internos y es la mejor excusa para el dictador del norte, quien tratará de crear unidad en torno a supuestas persecucio­nes de sus compatriot­as en suelo costarrice­nse y le echará gasolina al fuego de una confrontac­ión con Costa Rica para desatar el nacionalis­mo en Nicaragua.

Prudencia, sensatez y cautela. No debemos darle excusas a Ortega, pero, sobre todo, no debemos alterar el ritmo normal de nuestra convivenci­a. La respuesta a la xenofobia y a los grupos neonazis ha de ser fundamenta­lmente política, pero enérgica en la reafirmaci­ón de nuestros principios.

Costa Rica es democrátic­a y solidaria, respetuosa de los derechos humanos. Cultivar el odio solo incrementa­rá la violencia. Más bien, visibilice­mos y combatamos a los responsabl­es del extremismo. Frente a quienes sufren persecució­n, no podemos refugiarno­s en lo que el papa Francisco bien ha definido como la globalizac­ión de la indiferenc­ia.

La crisis nicaragüen­se no es única; el mundo experiment­a maremotos migratorio­s

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