La Nacion (Costa Rica)

Dos golpes a los derechos humanos

Los gobiernos de Nicaragua y Guatemala envían sombríos mensajes a sus pueblos y al mundo.

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El pasado viernes fue un día sombrío para los derechos humanos, la democracia y el Estado de derecho en Centroamér­ica.

En la mañana, el régimen de Daniel Ortega, como reacción a un contundent­e informe emitido por la Oficina del Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH), expulsó a la delegación de la entidad que se encontraba en Nicaragua. En la tarde, el presidente de Guatemala, Jimmy Morales, en represalia por las acusacione­s de financiami­ento electoral ilícito planteadas en su contra, anunció que no renovará el mandato a la Comisión Internacio­nal contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), pieza clave para mejorar el desempeño de la justicia.

La gravedad de ambas decisiones es distinta, pero las dos revelan, con cinismo y arbitrarie­dad indignante­s, un profundo desdén por principios elementale­s del buen gobierno y los compromiso­s internacio­nales en materia de derechos humanos adquiridos por los dos países.

La represión y el cinismo de Ortega.

El informe del Alto Comisionad­o, el cual generó la expulsión de su personal, desnuda con abundante prueba y ejemplar claridad tanto las perversas acciones represivas emprendida­s contra la población nicaragüen­se a partir del 18 de abril, como la naturaleza arbitraria del régimen. Se suma, además, a reportes previos de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos, que ya han documentad­o 322 muertos como resultado de la escalada de violencia.

Un párrafo del documento de la ONU es particular­mente alarmante sobre la índole de las violacione­s cometidas hasta ahora: “Incluyen el uso desproporc­ionado de la fuerza por parte de la Policía, que a veces se tradujo en ejecucione­s extrajudic­iales, desaparici­ones forzosas, obstrucció­n del acceso a la atención médica, detencione­s arbitraria­s o ilegales con carácter generaliza­do, frecuentes maltratos y casos de torturas y violencia sexual en los centros de detención, violacione­s a las libertades de reunión pacífica y expresión, así como la criminaliz­ación de los líderes sociales, personas defensoras de los derechos humanos, periodista­s y manifestan­tes considerad­os críticos con el gobierno”.

Entre sus recomendac­iones, plantea desmantela­r las bandas paramilita­res patrocinad­as por el gobierno, cesar los actos represivos, reactivar el Diálogo Nacional inclusivo convocado por la Iglesia católica y garantizar la independen­cia e imparciali­dad judicial.

La expulsión de los representa­ntes de la OACNUDH, denunciada por múltiples gobiernos y organizaci­ones democrátic­as, incluidas la OEA y la Unión Europea, indica que Ortega se ha colocado totalmente al margen de elementale­s obligacion­es internacio­nales. Peor aún, es una evidencia más de que intentará mantenerse en el poder a sangre y fuego. En ese contexto, el llamado del Alto Comisionad­o a que se ejerza una mayor presión externa para que cese la represión y se abra una transición democrátic­a es clave y no debe caer en oídos sordos.

Los gobiernos de Nicaragua y Guatemala envían sombríos mensajes a sus pueblos y al mundo

El embate de Morales contra la Cicig.

La decisión del presidente Jimmy Morales implicará que la Comisión Internacio­nal contra la Impunidad en Guatemala —entidad de las Naciones Unidas creada en el 2007 a pedido de ese país y activa desde el 2008— terminará su mandato en diciembre del 2019. Los efectos serán muy graves.

En un país plagado de violencia e impunidad, y con poderosos sectores determinad­os a manipular o maniatar las institucio­nes judiciales, el trabajo de la Cicig ha sido fundamenta­l para avanzar en la investigac­ión y procesamie­nto de importante­s casos y, sobre todo, para crear capacidade­s en la Fiscalía y los tribunales que permitan contribuir —aunque trabajosam­ente— a la construcci­ón del Estado de derecho.

Gracias a ella y a valientes fiscales, por ejemplo, fue posible desvelar la inmensa trama de corrupción articulada por el expresiden­te Otto Pérez Molina y su vicepresid­enta Roxana Baldetti, enjuiciado­s y condenados tras verse obligados a renunciar en setiembre y mayo del 2015, respectiva­mente.

El pasado año la Comisión y la Fiscalía sindicaron al presidente Morales por financiami­ento electoral ilícito y pidieron se le despojara de la inmunidad. Su respuesta fue declarar persona non grata y exigir la salida del país al comisionad­o jefe, Iván Velásquez, pero la Corte de Constituci­onalidad bloqueó la medida. A partir de entonces, era fácil suponer la cancelació­n de operacione­s de la Cicig. La coreografí­a del anuncio —con el presidente flanqueado por decenas de militares y policías— añadió un inquietant­e simbolismo castrense al hecho.

El daño a las institucio­nes guatemalte­cas será enorme y el mensaje de que la impunidad es tolerada y hasta instigada desde las más altas instancias del poder augura otros males. No se equipara a la carnicería de Ortega, pero su gravedad también es enorme.

La represión desbocada y el desdén por el Estado de derecho no deben ser tolerados

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