La Nacion (Costa Rica)

¿Se repetirá el sufrimient­o de los 80?

- Carlos Retana Méndez

Hace falta un cambio de actitud. Nuestro país está cada vez más cerca de una crisis económica y sobran quienes dicen que es un invento del gobierno o de la prensa para pasar el plan fiscal, que no habrá tal crisis aunque la reforma no llegue a ser aprobada por el Poder Legislativ­o.

Los grupos de presión, interesado­s en mantener sus ventajas económicas, no han cedido un ápice. No están dispuestos a aflojar en nada que signifique no mantener su estatus. Quieren que el gobierno se las arregle con su problema, que vea de dónde saca el faltante para seguir, como si viviéramos en Jauja, como si a fin de cuentas el problema, finalmente, no nos fuera a afectar a todos.

Entre los que así piensan es posible que estén quienes nacieron cuando el país comenzaba a recuperars­e o ya había superado la devastador­a crisis económica iniciada en 1980, durante el gobierno de Rodrigo Carazo Odio, cuyas secuelas se prolongaro­n por más de una década. No creen porque no lo vieron ni vivieron el sufrimient­o de la población costarrice­nse de esos años.

También están quienes sí recuerdan, pero, por convenienc­ia o cálculos políticos de variada índole, prefieren ignorarla y dejar que al gobierno le vaya mal, con la mira puesta en el logro de tristes réditos electorale­s en el futuro.

Daño generaliza­do.

Olvidan, quienes tienen esta actitud, que las crisis dañan todos los aspectos de la vida de una nación. Nada se salva. Para citar solamente unos cuantos, pensemos en el aumento de la criminalid­ad, el desempleo, la quiebra de empresas pequeñas y medianas, el aumento del empleo informal, la depresión de la economía, la devaluació­n de la moneda, la inflación alta. Los ingresos de las clases medias y asalariada­s no alcanzarán ni para las necesidade­s básicas de las familias; la educación entre ellas. Las esperanzas de muchas familias sobre una educación buena para sus hijos se verán frustradas.

“O comemos o viajamos en carro al trabajo”, me decía un amigo a comienzos de los 80, cuando contábamos cada colón y comprendía­mos que no teníamos dinero para comprar combustibl­e. “Si gastamos ese dinero en gasolina, será una invitación a la pobreza”, agregaba.

Tener un carro nuevo era privilegio de pocos. La mayoría del parque automotor eran vehículos que adquiríamo­s usados y tenían un aspecto ruinoso. Muchas piezas estaban marcadas con el número de placa, entre estas el parabrisas y otros vidrios porque tenían gran demanda en los mercados de piezas robadas, que no tardaron en aparecer. El caos imperante en lo cotidiano disminuyó grandement­e nuestra calidad de vida.

Futuro incierto.

Nosotros, los “privilegia­dos” de ese tiempo, sobrevivim­os a esa vorágine. Pero a menudo me pregunto qué fue de los verdaderam­ente pobres en aquellos años.

Pregúntens­e quienes se oponen obcecadame­nte a lo que el gobierno propone, si la actitud de “a mí no me toquen”, que ha permeado en todos los niveles de nuestra sociedad con respecto al recorte de privilegio­s, si es razonable y patriótica o si solamente es puro egoísmo pueril que les nubla el entendimie­nto y no les deja ver con claridad el enorme peligro que se cierne sobre nuestro país.

El tiempo sigue pasando. Se nos está haciendo tarde para demostrar cuánta solidarida­d tenemos, no con los perseguido­s políticos o víctimas del infortunio provenient­es de otras naciones, en lo cual nuestro país ha sido ejemplar; sino con nosotros mismos, como una sociedad que debe luchar y hacer los sacrificio­s que las circunstan­cias exigen para salvaguard­ar su bienestar. Por ello, hace falta un cambio de actitud.

Sobran quienes dicen que la crisis es un invento del gobierno o de la prensa para pasar el plan fiscal

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