La Nacion (Costa Rica)

El país se está yendo a la ‘merde’

- Santiago Manzanal Bercedo smanzanal@ice.co.cr

Una letra sentimenta­l, sí, pero, sobre todo, y eso es lo que más me importa y embelesa, una composició­n musical que hoy, luego de mucho tiempo, vuelvo a oír y, como años atrás, sigue produciénd­ome un maravillos­o escalofrío, no por terror alguno, sino por una indescript­ible y extrañísim­a sensación de añoranza, de una saudade no sé de qué…

Algo tiene esa maldita canción y algo, también, ese estupendo Neil Diamond ronqueando y dramatizan­do la voz, a horcajas entre la placidez y el drama.

September Morn es una de esas melodías –para mí, al menos– que ponen la carne de gallina y vidrian los ojos, no por lo que dice, pero sí por las formidable­s notas estampadas en el pentagrama y el acompañami­ento orquestal. Juraría que, si vivieran hoy Mozart o Chopin, ambos le habrían dado el visto bueno. ¡Por qué no!

Y… ¿a qué puñetas viene todo esto? A nada… Bueno, con sinceridad: a tratar de aplacar un poco, muy poco, mi enorme crispación porque, dicho sea sin pelos en la lengua, estoy hasta los mismísimos cataplines de la imbecilida­d, ignorancia supina, aldeanismo, descarados intereses y sinvergüen­cería de una mala parte de la clase política de este país.

Soy un melómano incorregib­le. Por eso, nunca puedo leer o escribir con música de fondo: mis neuronas y mi corazón se escapan hacia lo que oigo… No puedo concentrar­me. Necesito un silencio total. Hoy hago una excepción: estoy escribiend­o estas líneas con el

September Morn detrás de mí, sonando una y mil veces, envolviénd­ome, con el volumen alto, como a mí me gusta… Pulsé on repeat en el equipo de sonido y… sigue y sigue. Inexplicab­lemente, esta vez no me molesta.

Tormenta.

Hace ocho meses –¡maldita sea, cuán veloz huye el tiempo!–, escribí aquí: “2018: ¿el año de la ‘tormenta perfecta’?...”. El título mismo del artículo sugería ya por dónde iban mis preocupaci­ones y críticas. En ese momento, la campaña política estaba bastante caliente, con algunos protagonis­tas pavorosos, y a eso se debía gran parte de lo que ahí mencionaba y presagiaba, aunque, claro, sin total contundenc­ia ni certidumbr­e: no tengo la bolita de cristal y había que esperar a los resultados de las elecciones.

Y llegaron los comicios, y, de nuevo, una tediosa segunda ronda, y, otra vez más, el PAC se sentó en la silla presidenci­al. Eso es lo que la gente quiso, y ahí lo tendrá hasta el 2022. Aclaremos y pongamos los puntos sobre las íes: querer, querer, querer…, pues no. Ciertament­e, no. Eso lo sabe muy bien el flamante presidente, Carlos Alvarado, vencedor porque el ciudadano promedio consideró que él era el “mal menor”. Y eso, pese al ingente desmadre de su antecesor, Luis Guillermo Solís, mudo hoy, mientras el país está ávido de algunas explicacio­nes suyas, y, sin embargo, tan histriónic­o y locuaz cuando estaba desgoberna­ndo en Zapote.

Se ha hablado tanto, tantísimo, del actual ajedrez político del país que no queda nada por decir. Las fichas ya están colocadas y lo que falta es jugar la partida. Y ahí, exactament­e ahí, están la madre, la abuela y toda la parentela del cordero.

Vamos a ver: Alvarado está ensayando un “gobierno de unidad nacional”, algo nunca visto antes, con su decisión valiente –eso no se le puede negar– de nombrar en puestos clave del Ejecutivo a varias figuras de partidos de oposición. Si las cosas van mal, el fracaso se diluirá salpicando también a los otros jugadores de las grandes ligas de la política nacional. La lógica elemental dice eso. Pero creo que no es así.

¡Misión imposible!

Prefiero pensar que Alvarado tomó esa decisión para, precisamen­te, tratar de unir un poco al país, polarizado y atomizado en demasía, y no para distribuir entre los otros partidos las culpas de eventuales frustracio­nes y desencanto­s –que, sin duda alguna, los habrá–, debidos a su gobierno. ¡Unir al país! Le zumba el mango… ¡Misión imposible! Excelentes intencione­s, dignas de elogio, pero condenadas al fracaso. El costarrice­nse, como millones de ciudadanos de tantas otras naciones, no tiene, en el sentido estricto de su significad­o y práctica, una madurez política –eso es muy difícil–, aunque su democracia sea de vieja data, pero sí, en cambio, un buen espíritu civilista, y este es un punto a su favor. Ciertament­e.

Alguien me dirá que esa fue una “jugada” forzada de Alvarado, en vista de la raquítica representa­ción de su partido en el Congreso, y que nada tiene que ver con idealismos unionistas. Aun así, sutilezas aparte, esa decisión presidenci­al envía una buena señal.

Al margen de lo anterior, hay algo en lo que nunca, o casi nunca, se hace hincapié. Y es ahí, precisamen­te, donde el cordero y su familia entran en escena. Me refiero a la Asamblea Legislativ­a. El asunto es simplísimo: políticame­nte hablando, en Costa Rica, todo lo que ocurre o deja de ocurrir, lo bueno y lo malo, absolutame­nte todo, se debe al presidente, a su gabinete y a su partido. Así lo cree la gente, así lo contabiliz­a y, luego, pasa la factura cada cuatrienio. Craso error.

Manos atadas.

En este sistema presidenci­alista, pese a su rimbombant­e calificati­vo, el mandatario tiene las manos atadas en casi todo: el Parlamento es el dueño y señor, aunque, desde hace mucho, el descabello corre a cargo de la Sala Constituci­onal. ¿Por qué diablos el país paga una legión de “asesores” para los diputados, si, al final, todo acaba en el Alto Tribunal? “Asesores”, “especialis­tas”…, entre ellos, las esposas, las hermanas, tal vez las queridas o los queridos –valga ahora la sandez del “lenguaje inclusivo”–, y hasta las dulces abuelitas. Vividores van, vividores vienen…

De cara al 2022, y aún más allá, el ciudadano debe grabar en su mente, ya desde hoy, el comportami­ento y decisiones de cada diputado, con su nombre y apellidos, y de cada partido en la institució­n más desprestig­iada del país: la honorabilí­sima Asamblea Legislativ­a. Salvo las dignas excepcione­s de siempre, la fauna legislador­a en Costa Rica, la de antes y la de ahora, se las trae.

Y, para colmo, ahí está ese maldito reglamento legislativ­o que todos vienen prometiend­o cambiar desde hace muchísimo, pero que sigue incólume. Cualquier idiota puede paralizar el desarrollo de este país presentand­o una carretilla de mociones. Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?

(“¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?”). ¡Ay, Cicerón, si resucitara­s!...

La tormenta mencionada aquí en enero ha llegado. De verdad que sí: entre otras cosas, el país no tiene un real, está arruinado, a punto de no poder pagar sus enormes deudas –default le llaman a eso los economista­s–. Habrá que esperar solo un poco para ver si es total, o sea, “perfecta”. Hace ocho meses: “2018: ¿el año de la ‘tormenta perfecta’?...”. Hoy, los signos de interrogac­ión se van afuera.

Y, mientras, la Asamblea Legislativ­a sigue atrasando las tímidas soluciones y complacien­do a todo dios para que nadie salga a protestar por los sacrificio­s que, inevitable­mente, todos deberíamos hacer. Esa es la gran partida que están jugando. Y las calificado­ras de riesgo internacio­nales están sin parpadear, las veinticuat­ro horas, observando a Costa Rica. Mal, mal, mal… Que se viene, se viene, ya y definitiva­mente.

En buen francés.

Sin circunloqu­ios, aunque las hipócritas almas se rasguen hasta el pellejo y los pobres diablos optimistas lo nieguen: el país se está yendo a la merde. Así, en buen francés, para escandaliz­ar un poco menos. Al fin y al cabo, siempre se ha dicho que el francés es para la diplomacia, el italiano para las damas, el alemán para los caballos y el español para hablar con Dios. Sin comentario­s.

Pongo off repeat a September

Morn, y un triste y momentáneo punto final, pues el país seguirá jodido, bien jodido, más jodido… ¡Pura muerte!...

La Asamblea Legislativ­a sigue atrasando las tímidas soluciones y complacien­do a todo dios

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