La Nacion (Costa Rica)

Los nicaragüen­ses y el nacionalis­mo costarrice­nse

- Iván Molina Jiménez

Las manifestac­iones en contra de los nicaragüen­ses, ocurridas en días pasados en Costa Rica, han justamente alarmado a los costarrice­nses, dado que constituye­n una ruptura importante en una sociedad que históricam­ente se ha caracteriz­ado por acoger a quienes, por diversas circunstan­cias, han tenido que dejar sus países de origen.

Dicha tendencia favorable a la acogida de exiliados, refugiados e inmigrante­s prevaleció pese a la presión ejercida, en diferentes momentos históricos y por distintas fuerzas sociales, para que las autoridade­s costarrice­nses aprobaran políticas migratoria­s basadas en prejuicios étnicos y raciales.

La tensión entre la acogida y el rechazo fue resultado del desfase que se desarrolló, desde finales del siglo XIX, entre una sociedad que –al democratiz­arse políticame­nte– tendía a la inclusión social y cultural de la población, y su imaginario nacionalis­ta, tendencial­mente excluyente y discrimina­torio.

Identidad. A finales del siglo XIX, como lo han mostrado los trabajos de diversos historiado­res, la identidad nacional costarrice­nse se construyó de espaldas al resto de Centroamér­ica y sobre la base de un decisivo prejuicio étnico y racial: que en contraste con sus vecinos ístmicos, Costa Rica era una sociedad blanca.

Según esta perspectiv­a, la historia costarrice­nse difería de la de los otros países centroamer­icanos no como resultado de específica­s condicione­s sociales, económicas e institucio­nales, sino por el color de la piel de sus habitantes.

Durante la primera mitad del siglo XX, ese imaginario racista y xenófobo, reforzado por las teorías eugenésica­s entonces en boga, fue asumido y defendido por destacados e influyente­s intelectua­les, políticos, artistas y científico­s.

En tales circunstan­cias, no fue inusual que en los medios de comunicaci­ón de la época –especialme­nte en los periódicos– se dieran a conocer contenidos gráficos y textuales en contra de los indígenas, los judíos, los afrocaribe­ños, los chinos y los inmigrante­s del resto de Centroamér­ica, en particular de los nicaragüen­ses.

Comunistas. Aunque el Partido Comunista de Costa Rica (PCCR) no se exceptuó de reproducir de vez en cuando esos prejuicios, fue la primera organizaci­ón de la sociedad civil que, en la década de 1930, se manifestó abiertamen­te en contra de las manifestac­iones racistas y xenófobas que informaban el nacionalis­mo costarrice­nse.

La base de esa ruptura fue que los comunistas, en correspond­encia con la visión marxista que tenían de la sociedad, enfatizaba­n las diferencia­s de clase, por lo que desde su punto de vista las divisiones de tipo étnico, racial o nacional solo servían para enmascarar la separación fundamenta­l que había entre explotador­es (patronos) y explotados (trabajador­es).

Tras la polarizaci­ón política que Costa Rica experiment­ó en la década de 1940, y luego del conflicto armado de 1948 y del inicio de la Guerra Fría que enfrentó a Estados Unidos con la Unión Soviética, los prejuicios étnicos y raciales perdieron preeminenc­ia frente a un nuevo tipo de discrimina­ción: ser comunista o no serlo.

Redefinici­ón. Al convertir a los comunistas en la amenaza principal para el llamado “mundo libre”, la Guerra Fría contribuyó a que en Costa Rica se abrieran espacios para empezar a superar la dimensión xenófoba y racista del imaginario nacionalis­ta legado por el siglo XIX, un proceso favorecido también por la creciente escolarida­d de la población después de 1950.

Sin duda, uno de los indicadore­s principale­s de ese cambio fundamenta­l fue que a partir de 1994, el 12 de octubre, que desde el siglo XIX exaltaba el descubrimi­ento de América por España, empezó a ser conmemorad­o como el Día de las Culturas, una celebració­n que acentúa el carácter “pluricultu­ral y multiétnic­o” de Costa Rica.

El cambio en la nomenclatu­ra no solo supuso una reivindica­ción de las culturas indígenas y un desafío directo a la versión española de la ocupación de América, sino también un reconocimi­ento al papel jugado por los inmigrante­s en la –permanente– formación de la sociedad costarrice­nse.

Avance. La creación del Día de las Culturas fue tanto más significat­iva cuanto que, en la década de 1980, se dio un recrudecim­iento de la Guerra Fría, que tuvo a Centroamér­ica como uno de sus principale­s escenarios a escala mundial.

Debido a la crisis política y militar en que se abismó el resto del istmo, miles de salvadoreñ­os y, sobre todo, de nicaragüen­ses inmigraron a Costa Rica. Aunque inicialmen­te este proceso reforzó los prejuicios étnicos y raciales, con algún impacto institucio­nal, pronto esa tendencia empezó a ser resistida y combatida.

Gracias a la labor conjunta de intelectua­les, artistas, científico­s, políticos, institucio­nes como las universida­des públicas, organismos internacio­nales y organizaci­ones no gubernamen­tales, las fuerzas democrátic­as de la sociedad costarrice­nse se impusieron a las voces dominadas por los prejuicios del imaginario nacionalis­ta (algunas de las cuales clamaban por que los inmigrante­s fueran confinados en campos de concentrac­ión).

Tensión. Pese a que Costa Rica ha logrado identifica­r y contrarres­tar considerab­lemente las dimensione­s racistas y xenófobas que dominaban el imaginario nacionalis­ta, persiste la tensión entre una democracia incluyente y nacionalis­mo excluyente.

A esa permanenci­a contribuye­n diversos factores, como pautas publicitar­ias empeñadas en reproducir una y otra vez el estereotip­o de la Costa Rica blanca, políticos oportunist­as dispuestos a criminaliz­ar a los inmigrante­s por unos votos más y medios de comunicaci­ón que, por descuido o por interés comercial, activan, cada cierto tiempo, los prejuicios xenófobos y racistas.

Más recienteme­nte, esa tensión se ha trasladado también a las redes sociales, donde es posible constatar el persistent­e enfrentami­ento entre quienes defienden las tradicione­s democrátic­as de la sociedad costarrice­nse y quienes las adversan.

Límite. Las recientes agresiones en contra de los nicaragüen­ses evidencian que los prejuicios acumulados a lo largo de más de un siglo todavía se mantienen en algunos sectores de la población y pueden ser fácilmente activados mediante noticias falsas difundidas en redes sociales o informacio­nes irresponsa­bles publicadas por ciertos medios de comunicaci­ón.

Sin embargo, esas mismas manifestac­iones también demostraro­n que las fuerzas democrátic­as de la sociedad costarrice­nse permanecen alerta y dispuestas al combate, ya que, de inmediato, repudiaron contundent­emente el racismo y la xenofobia, y se movilizaro­n a favor de los nicaragüen­ses.

Al establecer un límite claro a lo que no puede ser permitido en Costa Rica, esas fuerzas no solo reafirmaro­n el compromiso permanente del país con la democracia, sino también con la civilidad y los derechos humanos.

Tal proceder evoca un fenómeno similar ocurrido en setiembre de 1934: cuando las autoridade­s de Costa Rica expulsaron a varias decenas de nicaragüen­ses por haber participad­o en la gran huelga bananera de ese año, que paralizó las actividade­s de la United Fruit Company, los trabajador­es costarrice­nses, liderados por los comunistas, se manifestar­on en contra de la deportació­n de sus vecinos.

La identidad nacional costarrice­nse se construyó de espaldas al resto de Centroamér­ica

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