La Nacion (Costa Rica)

Una agresión ilegítima

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Ungrupodee­mpleadospú­blicos cerró el paso al tren. Cuando los pasajeros descendier­on para hacer un trasbordo, los manifestan­tes movieron el bloqueo a otro tramo de la vía. La intención manifiesta fue impedir el desplazami­ento de los pasajeros hacia su destino. Es una medida dirigida específica­mente contra las personas; una auténtica agresión.

A esa hora, la mayoría de pasajeros se dirige al trabajo o a los centros de estudio, pero otros, con fines menos urgentes, tienen derecho a desplazars­e hasta donde les venga en gana. Impedírsel­os es un acto de violencia inadmisibl­e. Lo mismo puede decirse del deliberado cierre de calles y carreteras.

Paradójica­mente, el cierre de vías es, también, una confesión de debilidad de los huelguista­s. Los manifestan­tes pagan el precio del repudio de los afectados y de quienes observan la arbitrarie­dad en los medios de comunicaci­ón, pero no pueden renunciar a la generación de un impacto mayor al de su número. Una calle se cierra con unos cuantos manifestan­tes. No hace falta muchos para obstruir la vía del tren. Lograr apoyo duradero para una huelga injusta, convocada en defensa de privilegio­s peligrosos para la estabilida­d económica del país, es mucho más difícil.

Los agredidos, estudiante­s y trabajador­es de empresas privadas y otras institucio­nes del Estado, no gozan de las prestacion­es sin límite disfrutada­s en los últimos años por los empleados de la Municipali­dad de San José pero, de una u otra forma, se ven obligados a pagar semejantes beneficios y, además, se convierten en rehenes cuando los sindicalis­tas llaman a defenderlo­s.

El Estado, no solo el Poder Ejecutivo, deben poner fin a esas agresiones. Obstruir las vías es un delito. Por eso a la acción decidida de la Fuerza Pública debería sumarse una respuesta enérgica de los tribunales. La Policía y la administra­ción de justicia existen, precisamen­te, para resolver conflictos que de otra manera pueden dar lugar a peligrosos enfrentami­entos entre particular­es. El enojo y frustració­n de las víctimas es un llamado urgente a la intervenci­ón de las autoridade­s.

La Sala Constituci­onal resolvió el caso hace varios años. La incidental interrupci­ón del tránsito para ejercer el derecho a manifestar­se es legítima, como sucede cuando una marcha pasa por una bocacalle o cuando se prevén fáciles rutas alternas para quienes ejercen su libertad de tránsito, pero la protesta no puede consistir propiament­e en el cierre de vías.

El cierre de vías, como venimos insistiend­o desde hace años, es una medida de fuerza ejecutada para infligir a los demás un sufrimient­o que obligue a la Administra­ción Pública a hacer concesione­s. Los agredidos son rehenes cuyos derechos están en suspenso mientras el gobierno paga el rescate. Es preciso desterrar ese odioso método de protesta.

La negativa a atender pacientes en los hospitales y otras medidas de presión ejercidas ayer son igualmente odiosas, pero el valor ilustrativ­o del cierre de la vía férrea y los bloqueos móviles no tiene comparació­n. El claro propósito de afectar a los pasajeros, convirtién­dolos en rehenes de las exigencias de los manifestan­tes, no puede ser más obvio.

Es hora de poner freno a los odiosos privilegio­s concedidos a los largo de los años a los sectores privilegia­dos de la función pública, casi siempre anidados en institucio­nes dotadas de autonomía y no en el Gobierno Central. También es hora de poner fin a la agresión contra el prójimo como medio de protesta, sea para defender intereses gremiales o plantear exigencias comunales.

El cierre de vías es una medida de fuerza ejecutada para infligir a los demás un sufrimient­o que obligue a la Administra­ción Pública a hacer concesione­s

Los agredidos son rehenes cuyos derechos están en suspenso mientras el gobierno paga el rescate. Es preciso desterrar ese odioso método de protesta

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