La Nacion (Costa Rica)

Lenta justicia promueve huelgas ilegales

- Paola Gutiérrez ABOGADA

La larga y obligada espera a la que nos someten los tribunales promueve la convocator­ia de movimiento­s ilegales. Me atrevo a decir que la gran mayoría de servidores públicos, sino la totalidad, que han participad­o en una huelga a partir de la reforma laboral lo han hecho de manera ilegítima, la pregunta es: ¿cuántas de esas declarator­ias de ilegalidad tienen sentencia final?, ¿cuántos de esos funcionari­os han sido sancionado­s?

13 meses de espera. El ejemplo más claro se dio a raíz de la huelga en el Poder Judicial que se prolongó 13 días durante el mes de julio del 2017. Claramente, se trató de un movimiento ilegal y para apaciguar el descontent­o el entonces presidente de la Corte, Carlos Chinchilla, se comprometi­ó a tomar cartas en el asunto y dijo que actuaría tan pronto tuviera en sus manos la bendita declarator­ia de ilegalidad.

¿Adivinen qué pasó? Nada. Al día de hoy esa calificaci­ón todavía está pendiente; seguimos con la herida abierta esperando que quienes tienen que resolver hagan su trabajo. El proceso acumula ya 13 meses desde que se presentó y no tiene sentencia final; así me lo confirmó por correo electrónic­o el Departamen­to de Prensa y Comunicaci­ón Organizaci­onal del Poder Judicial este 5 de setiembre.

De más está decir que se trata de un atraso absolutame­nte reprochabl­e y un pésimo precedente. En lugar de un trámite ágil y pronta respuesta, se engavetó el proceso con el agravante de que los posibles afectados con la sentencia son los propios funcionari­os judiciales. Tal vez el Poder Judicial sigue sin entender que cuando toca juzgar a los de adentro, a los de la casa, la transparen­cia es fundamenta­l para eliminar cualquier duda de complicida­d, compadrazg­o o confabulac­ión.

Otros casos están relacionad­os con la huelga general del pasado 25 de junio. El gobierno y las institucio­nes autónomas dijeron que gestionarí­an la declarator­ia de ilegalidad con el fin de tomar acciones en contra de los funcionari­os que suspendier­on labores. Sin embargo, en los dos casos que tuve oportunida­d de revisar, todavía no hay sentencia final. Se trata de los los trabajador­es del Ministerio de Educación Pública (MEP) y de la Junta de Administra­ción Portuaria y de Desarrollo Económico de la Vertiente Atlántica (Japdeva).

No se ha terminado de calificar la huelga pasada y ya el lunes empezó un nuevo movimiento. Los huelguista­s nos llevan ventaja, la ineficienc­ia del sistema los favorece.

Fácil constataci­ón. Aprovecho para aclarar lo siguiente: no es lo mismo, ni debería recibir el mismo tratamient­o, una huelga ilegal que se convocó sin cumplir los requisitos mínimos obligatori­os, que una huelga salvaje, esa que está expresamen­te prohibida por afectar sectores estratégic­os como clínicas y hospitales, policía, carga y descarga en muelles y atracadero­s. En este último caso, el incumplimi­ento es fácilmente constatabl­e, por lo que no se justifica esperar meses para que se resuelva el caso; la declarator­ia de ilegalidad debería ser casi inmediata.

La cobarde majadería de algunos grupos sindicales de utilizar la salud y la educación como mercancía de cambio para chantajear al gobierno de turno, tomando como rehenes a los enfermos y a los menores de edad, acabará el día en que los huelguista­s paguen las consecuenc­ias con su salario y hasta con el sustento de sus familias al ser despedidos.

La culpa de que en este país se suspendan los servicios públicos cada vez que se le antoja a un grupo sindical la tiene, por tanto, el Estado por su comprobada incapacida­d para hacer cumplir la ley a tiempo y aplicar las sanciones necesarias.

La reforma laboral ya es bastante alcahueta como para encima sumarle una tardía e ineficient­e actuación del Poder Judicial en la administra­ción de justicia. Sobre la impunidad de las huelgas ilegales hice mis advertenci­as en dos artículos anteriores: “Luz verde a las huelgas ilegales” (La Nación, 6/2/2016) e “Impunidad de las huelgas ilegales no es un mito”

(La Nación, 23/2/2016).

Cuello de botella. La protección de nuestros derechos frente a los atropellos de las protestas ilegítimas depende del proceso de calificaci­ón de la huelga, el cual conlleva una revisión del cumplimien­to de las normas y de los requisitos legales por parte del juez, y concluye con el dictado de una sentencia.

Antes de que el juez reconozca la ilegalidad del movimiento estamos atados de manos; de ahí la insistenci­a del presidente de la República para que se presenten las gestiones judiciales. Pero nada ganamos con interponer el proceso si la respuesta del Poder Judicial tarda meses en llegar; ahí está el cuello de botella, la debilidad del sistema, que han sabido aprovechar los gremios para burlarse una y otra vez del país.

El fallo que reconoce la ilegalidad permite que puedan reanudarse los servicios públicos, asignar trabajador­es para que reemplacen a los huelguista­s y justificar el despido de quienes actuaron al margen de la ley. Desgraciad­amente, a pesar de que ley establece plazos muy cortos para el proceso de calificaci­ón, dura tanto en resolverse que al final la sanción pierde todo el sentido.

Si la ley exige la declarator­ia de ilegalidad como requisitos para proteger nuestros derechos, que el Poder Judicial cumpla su parte y resuelva con la prontitud que las circunstan­cias merecen, empezando por el movimiento organizado por sus propios funcionari­os.

Los huelguista­s nos llevan ventaja, la ineficienc­ia del sistema los favorece

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