La Nacion (Costa Rica)

‘Mea culpa’

- Abraham Stern ABOGADO Y ESCRITOR

Cuando analizo lo que sucede en nuestro país, no me tiembla el pulso para pensar que existe un trastorno severo causado por omisiones de varias generacion­es que han padecido una reducción o falta total del sentido común. A pesar de que no he podido determinar los síntomas de ese mal colectivo, somos muchos quienes empezamos a padecer una ceguera económica, una piel que se resquebraj­a con los atentados a nuestras libertades fundamenta­les y una calvicie irremediab­le que empeora por la falta de liderazgo y de nuevas ideas.

La encrucijad­a política que vivimos demanda dejar de lado la miopía analítica y extender su estudio a los sectores que hoy tienen en jaque a Costa Rica.

Las primeras grandes culpables han sido las propias administra­ciones de Gobierno. El nivel de irresponsa­bilidad y de manejo gubernamen­tal plagado de ocurrencia­s y de remedios caseros manosea los límites de la razón.

Salvo la administra­ción de Abel Pacheco, las que le siguieron dejaron sin resolver el problema fiscal. La desfachate­z con la cual se ha confrontad­o este delicado asunto podría fácilmente tipificars­e como un delito contra las finanzas públicas.

Luis Guillermo Solís, en uno de los actos más irresponsa­bles, que marcará por siempre la historia de nuestro pueblo, legó, como si se tratase de los confites con los que en algún momento nos vaciló don Pepe, un hueco de ¢600.000 millones en el presupuest­o nacional. ¡Ese no es un hueco, es un cráter! Para colmo de males, hace tan solo unas semanas atrás se pavoneaban en comparecen­cia frente a los diputados con teorías económicas inexplicab­les. Sigo sin entender cómo podían dormir tranquilam­ente.

En segundo lugar, y a escasos centímetro­s de la recta final, están las fuerzas sindicales. No en vano las denomino “fuerzas” sindicales. Con el paso de los años se han sofisticad­o al punto de asemejarse a grupos de terror dispuestos a casi todo con tal de defender sus “luchas sociales”.

Y es así como, sin ningún pudor, vemos oleoductos agujereado­s, camiones cisternas en llamas, salas de operacione­s secuestrad­as, bloqueos que atentan contra el libre tránsito de todos nosotros, los ciudadanos comunes y corrientes, simples mortales, que no tenemos el privilegio de pluses salariales o de pensiones de retiro a los cincuenta años, y que desgraciad­amente no podemos darnos el lujo de tirarnos a la calle indefinida­mente.

Poder ilegítimo. Va siendo hora de que esos señores que se refugian bajo el escudo sindical se armen de testostero­na (o de cualquier otra hormona para no ofender a ningún género) y busquen la presidenci­a de la República y los asientos del Congreso. No se vale ser observador­es pasivos de las elecciones presidenci­ales para meses después tumbar los planes del gobierno a golpe de tambor y sin ningún respaldo democrátic­o electoral.

Si quieren ostentar el poder, deben buscarlo por las vías democrátic­as, y si saben (como probableme­nte lo es) que no tienen ninguna posibilida­d, no vengan entonces a pretender gobernar ilegítimam­ente a todo un pueblo que nunca les dio su voto.

Por último, estamos nosotros, sí, todos los demás ciudadanos. Los miles y miles de costarrice­nses que nos levantamos diariament­e para ir a trabajar y que vemos la película de la huelga como si no fuese asunto nuestro.

¡Mea culpa! Las tragedias más grandes de la humanidad se dan cuando la mayoría de la gente buena guarda silencio, permanece estática y no hace absolutame­nte nada frente a los embates de un grupo pequeño de malandros que hacen mucho ruido e intimidan a los otros.

Nuestro silencio y nuestra pasmosa pasividad nos hace cómplices, ni más ni menos, que al resto de los actores sociales en esta crisis. Hay que levantarse, pacíficame­nte, pero con firmeza, con un aluvión de ideas y de dinamismo, y, sobre todo, sin temor alguno. Los que asustan no más que patear el tarro, defender el statu quo e imponer a las futuras generacion­es una dolencia política que nadie merece ni quiere.

Si los padecimien­tos físicos del hombre se solventan con buena medicina, amor, esfuerzo, comprensió­n y unidad familiar, los padecimien­tos sociales deberían aliviarse con dosis similares que vengan de la colectivid­ad.

En fin, seamos más cautos a la hora de escoger a nuestros gobernante­s, no nos arrodillem­os ante el sabotaje sindical y las políticas de terror, y dejemos de lado la apatía social que durante tantos años nos ha mantenido petrificad­os. ■

Nuestro silencio y nuestra pasmosa pasividad nos hace cómplices

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SHUTTERSTO­CK

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