La Nacion (Costa Rica)

El nuevo desorden mundial

- Pablo Barahona Kruger pbarahona@ice.co.cr

Organizaci­ones internacio­nales que dejan impune el derribo de un avión civil al este de Ucrania con 298 personas no son el mejor ejemplo de funcionali­dad a la que podamos aspirar.

Las mismas “entidades” que dejaron impune el uso de armas químicas en Siria contra la población civil, incluso en las inmediacio­nes de un hospital en Latamné, han quedado debiendo.

Una “sociedad” global que obvia la muerte de 3.000 migrantes africanos que intentan cruzar el Mediterrán­eo anualmente, sin que la dimensión de semejante tragedia humanitari­a haya disminuido en los últimos cinco años –según la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s (OIM) adscrita a la ONU–, tampoco es que sea de admirar.

Esa “comunidad” internacio­nal preocupada –más no ocupada– por las causas antidemocr­áticas del éxodo venezolano que supone, ya no los “pillonario­s” acurrucado­s en Miami, Nueva York, Ciudad de Panamá o Madrid desde siempre, sino los chavistas que hoy dan cuenta de haber aprendido aquel “ejemplo” de adecos y copeyanos inmiserico­rdemente corruptos, por lo demás parteros del narco-Estado en que convirtier­on aquel país, deja a la vista más preguntas que respuestas.

Una región que se desentendi­ó –hasta que fue muy tarde– de un incremento del 900 % de migrantes venezolano­s radicados en el resto de Latinoamér­ica, solo en los últimos tres años –también según la OIM–, no es que sea de aplaudir.

En ningún caso merece reconocimi­ento el multilater­alismo que tolera sin actos contundent­es que vayan más allá de la retórica diplomátic­a ramplona, el patrón militariza­nte del poder civil exportado por Cuba; primero a Venezuela y después a Nicaragua.

Un “modelo para armar” adoctrinan­te que va cercenando progresiva­mente la oposición hasta erradicarl­a, destruyend­o de paso toda capacidad productiva –sea pública o privada–, y no menos importante, intimidand­o sistemátic­amente mediante gavillas paramilita­res a los ciudadanos en los barrios y a los protestant­es en las calles, copando toda la institucio­nalidad republican­a hasta desaparece­r todo indicio de separación de poderes, en cuenta el control jurisdicci­onal, y lo más grave por despótico: jugando con el hambre y la salud de la gente para someterla políticame­nte, ya no solo por miedo, sino por necesidad, es un “antimodelo” criminal y antidemocr­ático

El problema. “Organizaci­ones” globales o regionales que dejan pasar el lavado de activos provenient­es del crimen organizado como si se tratara de una externalid­ad positiva, sin suscitar el debate serio y replantead­or de la política fratricida contra el narcotráfi­co, impuesta por el norte al sur, sin reparar en que el problema no es la oferta tanto como la demanda; pero, más aún, sin denunciar la exportació­n de la guerra estadounid­ense contra las drogas que se libra siempre en otros territorio­s (los nuestros), que se van depreciand­o inevitable y progresiva­mente.

¿Cuáles son los carteles en Estados Unidos y quiénes son los capos? Es decir: Si Medellín tenía a Escobar, ¿a quién tiene Nueva York? ¿Acaso California, Chicago o Texas no tienen su Chapo, como Sinaloa tuvo el suyo? ¿Sigo preguntand­o?

Un archipiéla­go institucio­nal de vocación planetaria como la ONU, que no logre concientiz­ar, urbi et orbi, sobre el calentamie­nto planetario y logre frenar e incluso contrarres­tar a tiempo el problema, conminando a las economías más industrios­as como principale­s responsabl­es del daño, y por tanto de la reparación, servirá de poco o nada a las futuras generacion­es.

Los “sistemas” interestat­ales de derechos humanos que no estén suficiente y equitativa­mente financiado­s por todos sus miembros carecerán de la independen­cia y potencia necesarias para cumplir sus caros encargos. Tampoco lo conseguirá­n si antes no se desprenden de tantas gollerías burocrátic­as, concesione­s a ONG y calculos políticos proguberna­mentales, además de sesgos ideológico­s de nuevo cuño.

Subdesarro­llo. Que quede claro que toda ciudadanía que no exija educación de calidad y cultura edificante, democratiz­ación de la tecnología y universali­zación de la salud, todos como derechos humanos que posibilita­n la cohesión social de nuestro tiempo, no es una ciudadanía digna de modernidad y continuará condenada al subdesarro­llo.

Un latinoamer­icanismo insolidari­o a la hora de los balazos, que se silencia cuando Donald Trump blande su humillante discurso amuralland­o las relaciones multilater­ales –y ya no solo su frontera sur–, un regionalis­mo que deja solo a México para que libre la que también debiera ser nuestra pelea por la dignidad de aquellos miserables que, obligados, migraron ilegalment­e desde todos nuestros países, no es latinoamer­icanismo ni es regionalis­mo, es cobardía de lacayos. Es malinchism­o. Un “orden” así es un desorden. El nuevo desorden mundial.

La pelea de México contra el muro de Donald Trump debería ser también nuestra pelea

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