La Nacion (Costa Rica)

Crisis fiscal e independen­cia judicial: Un debate descarrila­do

- Fernando Cruz

La crisis fiscal que amenaza con colapsar las finanzas públicas, inevitable­mente, angustia a todos los costarrice­nses. Celebremos que así sea; mucho peor sería la indiferenc­ia de las mayorías ante los peligros que asoman en este campo.

Debemos evitar, sin embargo, que esa preocupaci­ón, sana y patriótica, nos nuble la razón y nos arrastre a posiciones catastrofi­stas y a estériles confrontac­iones.

En esta época de crisis y de transforma­ciones imposterga­bles, Costa Rica no puede quedar atrapada entre el ánimo pontificad­or de quienes, a punta de editoriale­s y titulares de prensa, pretenden imponer su particular visión sobre el futuro del país y la intransige­ncia de aquellos que, con bloqueos callejeros y actos de fuerza, intenten defender pequeños o grandes privilegio­s de cualquier naturaleza que, entre otros muchos factores, incidan en el déficit fiscal.

Tampoco se valen los simplismos y las posiciones temerarias. La crisis de las finanzas estatales debe ser resuelta con claridad y determinac­ión de manera urgente porque la estabilida­d económica y social del país depende en gran medida de ello. No obstante, resultaría irresponsa­ble y, por tanto inadmisibl­e, que se pretenda convertir la reforma fiscal en una especie de “altar de sacrificio­s” para exigir inmolacion­es.

Cuando se actúa responsabl­emente frente a un mal o amenaza, siempre debe evitarse que el remedio resulte peor que la enfermedad.

El saneamient­o y sostenibil­idad de las finanzas públicas no puede darse a costa de valores, institucio­nes y garantías esenciales del Estado costarrice­nse, como la división de poderes y la independen­cia judicial.

Evaluación.

La independen­cia y neutralida­d de los jueces, por ejemplo, no puede verse disminuida ni amenazada en forma alguna por una reforma tributaria que, con el propósito de fortalecer el erario, termine socavando un pilar fundamenta­l de la República. Esas ligerezas de algunos que actúan de buena fe, pero sin medir consecuenc­ias, o las temeridade­s de otros a quienes no parece importarle­s los riesgos asumidos, requieren una cuidadosa evaluación.

La construcci­ón y defensa del Poder Judicial exige lo que propone Tomás y Valiente, que pasemos de una administra­ción de justicia a un auténtico Poder Judicial, lo que supone una clara división de poderes, impidiendo la intervenci­ón de la administra­ción o del Poder Ejecutivo en el órgano judicial, salvo lo que la Constituci­ón autoriza.

En la división de poderes, el papel del Poder Judicial es trascenden­tal, por eso Román Herzog afirma que el Poder Judicial es la única garantía del concepto de separación de poderes, por esa razón una intervenci­ón sobre un poder que no es políticame­nte beligerant­e, debe ser excepciona­l y puntual. Esos equilibrio­s no se cumplen en las normas de la Ley de Fortalecim­iento de las Finanzas Públicas que fueron consultada­s al Poder Judicial, según la sabia previsión del artículo 167 de la Constituci­ón.

Cuatro temas relevantes se considerar­on que incidían en la organizaci­ón y funcionami­ento del sistema judicial. Todos tienen trascenden­cia y, como lo he expresado, el monto salarial no tiene incidencia sobre la planilla judicial, conforme lo prevé claramente el transitori­o XXXIX del proyecto.

La discusión sobre la independen­cia judicial y el equilibrio de poderes quedó en la penumbra, un inquietant­e silencio envolvió un asunto tan relevante, tan trascenden­te para la democracia, porque como lo dice Alejandro Nieto, “los tribunales son el contrapeso más importante del poder, el freno de la arbitrarie­dad. De aquí las gravísimas consecuenc­ias de su parcialida­d o paralizaci­ón y de aquí, por lo mismo, el interés del poder en imponer deliberada­mente su desgobiern­o. Porque se da la paradoja de que el mecanismo de control está en manos del controlado, quien se apresura, por la cuenta que le tiene, a dificultar, y a ser posible desactivar, su funcionami­ento” (vea del autor “El desgobiern­o de lo público”, p. 306).

Esta opinión no es solo aplicable a España, es una tendencia que existe en la lógica del poder, en una división de poderes que no puede ser un mito o una formalidad. El poder del sistema judicial es siempre débil, vulnerable frente a los otros poderes, por eso depende de una delicada estructura de equilibrio­s, en la que la cultura política y la autoconten­ción del poder reconoce un poder judicial independie­nte.

Son muchos los ejemplos en Latinoamér­ica, como Venezuela y Nicaragua, donde el poder de la jurisdicci­ón es un eufemismo porque si no hay autoconten­ción y prudencia de los otros poderes, la independen­cia judicial puede ser debilitada o anulada. Existe siempre una tensión entre los poderes, una fuerte tendencia del poder por ocupar el “poder real” en la que el poder judicial tiene pocos instrument­os de contrapeso, salvo los que la Constituci­ón prevé.

Vulnerabil­idad.

Un juez que no esté dispuesto a defender su propia independen­cia en el ejercicio de las funciones que le han sido asignadas no merece ser llamado como tal porque no es capaz de honrar su cargo.

De igual forma, un presidente de la Corte Suprema de Justicia que no esté dispuesto a defender con denuedo, despojado de toda vanidad o cálculo personal, la independen­cia del Poder Judicial y el equilibrio de poderes sería indigno de la responsabi­lidad que se le ha confiado. Son muchos años en los que me he convencido de que la independen­cia judicial es muy vulnerable porque depende de la prudente autoconten­ción de los otros actores del sistema político.

Se me podrán señalar yerros y excesos verbales en el cumplimien­to de mi deber, pero nadie podrá acusarme de abandonar mis responsabi­lidades fundamenta­les como presidente de la Corte, en un momento crucial para la salvaguard­a de su independen­cia como poder de la República.

Aferrado a mis más profundas conviccion­es, he procurado siempre ser un ciudadano responsabl­e y crítico; como juez mi mayor desvelo ha sido el actuar con rigor jurídico y en forma proba e independie­nte.

En cambio, debo admitir que he sido menos diligente en el difícil y complejo arte de la comunicaci­ón. En el debate público, me cuesta despojarme de cierta vehemencia y, acaso por eso, no siempre logro comunicar en forma precisa lo que mi conciencia me dicta. Cuando polemizo, la espontanei­dad y la sinceridad me pueden traicionar. Acostumbro hablar sin cálculo; me cuesta callar y no puedo fingir, especialme­nte si de por medio está la defensa de valores tan relevantes como el equilibrio de poderes y la independen­cia judicial.

Admito estas debilidade­s comunicaci­onales para reconocer que en la lucha que he librado durante los últimos días por defender la independen­cia del Poder Judicial, ante lo que considero graves amenazas contenidas en el plan fiscal, algunas de mis expresione­s han resultado poco afortunada­s y fácilmente han sido interpreta­das en forma distinta y hasta contraria al propósito con que fueron expresadas. Muchas asignatura­s están pendientes para el Poder Judicial, debe construirs­e una mejor justicia, pero siempre sobre las bases de su independen­cia.

De esa manera, sin quererlo, he facilitado el trabajo a quienes, por razones diversas, han querido colocarme ante la opinión pública como un defensor a ultranza de privilegio­s salariales, cuando en realidad lo único que me preocupa es defender la independen­cia judicial, lucha a la que no debo ni puedo renunciar por más varapalos que reciba.

Reconozco ese error de forma y asumo la responsabi­lidad que me correspond­e en el descarrila­miento de este debate, pero no renuncio a mis principios ni abandonaré esta lucha porque mis sueños de una sociedad más justa y mi responsabi­lidad con el Poder Judicial están por encima de toda vanidad.

En todo sistema político, la independen­cia del sistema judicial siempre pende de un hilo muy fino, por eso no hay que enmudecer cuando se aprecian actos o decisiones que amenazan el equilibrio de poderes y la independen­cia de la judicatura.

‘Cuando polemizo, la espontanei­dad y la sinceridad me pueden traicionar’

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