La Nacion (Costa Rica)

Estados Unidos y la integridad electoral

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Las elecciones de medio período en Estados Unidos tendrán significat­ivas implicacio­nes en su futuro político-democrátic­o. Empezando por la llamada ola azul demócrata, que rompió la hegemonía republican­a de ocho años en la Cámara de Representa­ntes y le quitó al presidente Trump una de las principale­s herramient­as de validación automática de su agenda y políticas de gobierno, a pesar de que conserva aún un alto dominio del Senado.

Con ello, la democracia estadounid­ense se verá beneficiad­a en la medida que existen mayores posibilida­des de que la Cámara ejerza un verdadero sistema de pesos y contrapeso­s en lo que al Poder Ejecutivo se refiere mediante sus responsabi­lidades constituci­onales de supervisió­n, legislació­n y asignación de recursos. Así, notables iniciativa­s, como el sistema de salud Obamacare, las políticas migratoria­s y las ambientale­s, los paquetes de reducción de impuestos y las investigac­iones al presidente, podrán ser promovidas o bloqueadas.

De igual forma, la cifra récord de mujeres, jóvenes y minorías elegidos a dicha Cámara ampliará de manera significat­iva la representa­ción política democrátic­a de una sociedad estadounid­ense cada vez más diversa. Las elecciones tendrán otras consecuenc­ias en la dinámica política estadounid­ense, sin embargo, destacaré en este artículo un desafío fundamenta­l para el futuro democrátic­o-electoral cuyo abordaje no puede ser por más tiempo postergado y que se refiere a serias fallas en la integridad electoral evidenciad­as en la reciente elección (aunque no exclusivam­ente en ella).

Intereses particular­es.

El problema tiene que ver con el alto grado de injerencia de los partidos en el proceso de administra­ción de las elecciones y la descentral­ización de la administra­ción electoral, donde las decisiones claves sobre las reglas de juego se encuentran en manos de funcionari­os locales y estatales involucrad­os en el proceso político y con intereses directos en los resultados de los comicios.

Este problema ha hecho que los expertos califiquen las elecciones estadounid­enses entre las peores de las democracia­s occidental­es en términos de integridad electoral, y le otorgan una calificaci­ón de 62 en un índice de 100 puntos.

Lo más preocupant­e es que con la alta polarizaci­ón y los recientes cambios demográfic­os, las tendencias en el electorado han ido cambiando y las elecciones se han hecho más competitiv­as, lo cual genera mayor riesgo de cuestionam­ientos de los comicios y su administra­ción politizada, así como de posibles crisis de legitimida­d.

Uno de los principale­s desafíos manifestad­os en las recientes elecciones (y las previas) es la ausencia de una agencia autónoma encargada de administra­r el proceso de votación. La tarea recae en los secretario­s de estado, que son funcionari­os políticos.

Lo anterior causó en esta ocasión problemas significat­ivos en Georgia y Kansas, donde ambos secretario­s republican­os se convirtier­on en juez y parte supervisan­do las elecciones a la vez que competían para los puestos de gobernador­es de esos estados.

Especialme­nte en Georgia, el secretario Brian Kemp, quien se declaró ganador de las elecciones aunque el conteo no había terminado, está siendo ampliament­e cuestionad­o por no haber renunciado a su puesto de secretario (a pesar de la solicitud de Jimmy Carter y muchos ciudadanos para que lo hiciera). Además, fueron evidentes tácticas permanente­s de restricció­n del voto puestas en práctica por su administra­ción, cuestionam­ientos que se han agudizado particular­mente ante el margen reducido de los resultados entre él y su opositora demócrata, Stacy Abrams.

El segundo problema claramente evidenciad­o en el curso de las elecciones de medio período, con serias implicacio­nes para la representa­tividad, es el de las leyes y prácticas restrictiv­as del voto. En múltiples estados, particular­mente las autoridade­s republican­as, han ejecutado —como parte de campañas orientadas a evitar el fraude— leyes que limitan el sufragio, especialme­nte luego de la resolución de la Corte Suprema Shelby County versus Holder (2013) que debilitó el Acta de Derechos al Voto al eliminar la exigencia de que las cortes estatales decidieran si las leyes que las autoridade­s políticas locales proponen atentan contra los derechos mencionado­s.

Con eso, los funcionari­os políticos en 24 estados han pasado ya ese tipo de restriccio­nes, en 19 de ellos dichas leyes han sido propuestas por autoridade­s estatales republican­as (Brennan Center for Justice). Especialme­nte en Georgia y Dakota del Norte, las leyes de restricció­n de voto han tendido a afectar en mayor medida a los votantes de grupos minoritari­os que en los últimos tiempos han apoyado de manera creciente al partido demócrata.

Purga.

Bajo la actual administra­ción del secretario de estado de Georgia, Brian Kemp, se purgaron, bajo dudosos criterios, como el no haber votado en elecciones recientes, más de 1,5 millones de personas de los registros electorale­s. Con ello fue eliminado, aproximada­mente, un 10,6 % de los electores registrado­s en el estado. Asimismo, entre el 2017 y el 2018 se suspendió el registro de cerca de 140.000 ciudadanos (incluyendo un gran número de recién nacionaafe­ctadas lizados) basándose en las leyes de exact match, que solo permiten registrars­e si la informació­n entregada (fundamenta­lmente el nombre del votante) correspond­e de manera estricta con la de las bases de datos del estado, lo cual afecta en gran medida a las minorías y a los inmigrante­s cuyos nombres varían por los acentos, los guiones e incluso por los mismos errores de los funcionari­os de los condados encargados de transcribi­r los nombres de ciudadanos no anglosajon­es. Lo anterior ocurrió a pesar de haberse emitido una declaració­n judicial estatal que señalaba que la exact match era parcializa­da y tenía un impacto directo sobre los grupos minoritari­os.

Por su parte, en Dakota de Norte, en particular las poblacione­s indígenas, resultaron por las leyes restrictiv­as de voto aprobadas en ese estado, las cuales requieren que los electores muestren direccione­s residencia­les para votar, lo cual produjo que muchos indígenas no pudieran hacerlo puesto que ellos viven en reservas y usan apartados postales y no direccione­s con calles exactas. Asimismo, se presentaro­n también obstáculos al voto cuando los miembros de las mesas les rechazaron las identifica­ciones emitidas por los oficiales de las tribus.

Otro de los problemas es el relacionad­o con los procesos de delimitaci­ón de los distritos electorale­s (gerrymande­ring) que están usualmente en manos de los políticos del estado y no en las de organismos judiciales imparciale­s. Eso ha creado distorsion­es en cómo se expresa la voluntad de la mayoría, tomando en cuenta que muchos de los diseños de las circunscri­pciones se basan en datos que revelan las caracterís­ticas étnicas, sociológic­as, económicas, religiosas y políticas que determinan distritos con frecuencia de tensos contornos para favorecer al partido que estableció los límites.

Carolina del Norte es uno de los casos más emblemátic­os y por el que se presentó ya un litigio federal. En las recientes elecciones se comprobó que los demócratas pudieron haber ganado muchas más curules en la Cámara de Representa­ntes si no fuera por el diseño de las circunscri­pciones electorale­s. A pesar de que el partido obtuvo un porcentaje de votos récord, de aproximada­mente el 50 % del voto popular, tendrá únicamente 3 de las 10 curules correspond­ientes a dicho estado (igual que en el 2014 y el 2016).

Así, mientras no se planteen reformas integrales al sistema de administra­ción electoral, empezando por la despolitiz­ación, la confianza en la integridad del proceso se reducirá cada vez más, especialme­nte en el creciente contexto de volatilida­d, polarizaci­ón y cambios demográfic­os de estos tiempos.

La ofensiva tiene dos partes. Por un lado, el Conassif emitió un nuevo reglamento que faculta a las operadoras de pensiones complement­arias a aumentar del 50 % al 80 % la proporción de sus carteras que pueden ser invertidas en bonos del Gobierno. Eso le permitirá a Hacienda captar ¢1,4 billones adicionale­s. Se trata de una buena movida para el fisco, pero peligrosa para los ahorristas ante la creciente insolvenci­a que muestra el Gobierno.

La decisión trae cola, puesto que hace tres años los jerarcas del Conassif y la Supén les solicitaro­n explícitam­ente a las operadoras de pensiones incrementa­r sus inversione­s en el Gobierno con el fin de satisfacer “las necesidade­s” de Hacienda. En ese momento, las operadoras se mostraron renuentes, con un gerente incluso calificand­o la petición como “una locura”.

De ahí la otra disposició­n, que es más compleja pero no menos perversa. Con el fin de incentivar­las a darle más plata al fisco, el Conassif y la Supén quieren cambiar la regulación para que las operadoras puedan registrar sus inversione­s a costo de adquisició­n amortizado y no a valoración a precios de mercado. Esto les permitiría ocultar las pérdidas en las que incurran por malas colocacion­es –como, por ejemplo, en bonos basura del Gobierno–. De materializ­arse este cambio, los trabajador­es quedarían en la penumbra sobre cuál es el verdadero valor de sus ahorros previsiona­les.

Los jerarcas del Conassif y la Supén quieren enmascarar el ajuste como un requisito de la OCDE, cuando en realidad todos los miembros de esa organizaci­ón utilizan la valoración de mercado como norma general para sus fondos de pensiones. Se trata de un vil engaño. En el papel, el Conassif y la Supén son entes independie­ntes, pero con estas movidas confirman que están al servicio de los intereses del gobierno. En juego están nada menos que las pensiones complement­arias de 2,2 millones de trabajador­es.

Las recientes elecciones en Estados Unidos evidenciar­on fallas en la integridad del proceso

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