La Nacion (Costa Rica)

Repensar la cría de animales

- PAUL GILDING es cofundador de la Changing Markets Foundation, miembro del Instituto de Liderazgo en Sostenibil­idad de la Universida­d de Cambridge, ex director ejecutivo de Greenpeace Internatio­nal y autor de “The Great Disruption: How the Climate Crisis W

TASMANIA – A mediados de julio, mientras una sequía brutal diezmaba los cultivos, algunos productore­s europeos de carne y lácteos tuvieron que sacrificar parte de sus rebaños antes de tiempo para reducir la cantidad de animales que tendrían que alimentar. Decisiones desesperad­as como estas se volverán comunes en un mundo en el que las olas de calor aumentarán en duración, intensidad, sequedad y frecuencia. Por eso ahora es el momento justo para iniciar un debate serio sobre la cría de animales.

La industria de la cría de animales no solo es vulnerable a los efectos observados y predichos del cambio climático; también es uno de los principale­s factores del problema. De hecho, la cría de animales para la producción de carne y lácteos supone un 16,5 % de la emisión global de gases de efecto invernader­o.

Además, si tratáramos al cambio climático como la emergencia que es y nos tomáramos en serio reducir el ritmo de calentamie­nto en los próximos 20 años, la influencia proporcion­al de la cría de ganado sería todavía mayor. Esto se debe a que el sector ganadero es responsabl­e de un tercio de las emisiones antropogén­icas de metano y dos tercios de las de óxido nitroso, dos potentes gases de efecto invernader­o que atrapan más calor que el dióxido de carbono.

Más allá de la contaminac­ión climática, un asombroso 60 % de toda la pérdida de biodiversi­dad es atribuible a cambios en el uso de la tierra derivados de la cría de animales; y hasta el 80 % de toda la tierra agrícola se dedica a la cría de animales o al cultivo de su forraje. A esto hay que sumarle la realidad innegable de que comer tantos animales está perjudican­do nuestra salud.

Podemos mejorar la situación sin grandes sacrificio­s. Por ejemplo, según una investigac­ión reciente de Chatham House, los habitantes de los países desarrolla­dos aceptarían reducir la ingestión de carne si tuvieran alternativ­as convenient­es y sabrosas a un precio similar.

Para dejarlo en claro, no estoy sugiriendo que todos deban volverse vegetarian­os o veganos (aunque es indiscutib­le que estas dietas son mejores para el medioambie­nte, contribuye­n menos al cambio climático y son más saludables). Tampoco creo que los gobiernos deban imponer límites al consumo de carne. Pero una vez aceptado que reducir ese consumo supondría pocas desventaja­s y muchos beneficios para la mayoría de la gente en los países desarrolla­dos, las autoridade­s tienen abundantes soluciones económicam­ente eficientes para inducir un cambio en esa dirección.

Para empezar, los gobiernos pueden –y deben– dejar de subsidiar la cría industrial de animales y los cultivos usados para engordar los animales así criados hasta su matanza. Al sostener prácticas contaminan­tes e inhumanas, los países están literalmen­te pagando a las empresas para que dificulten el cumplimien­to de las metas de emisiones fijadas por el Acuerdo de París (2015) sobre el clima.

En vez de eso, los gobiernos pueden –y deben– redirigir los subsidios para alentar la producción de cultivos ricos en proteínas y con menor incidencia sobre el clima, por ejemplo legumbres. Cultivando más porotos, arvejas y lentejas, los agricultor­es ayudarían a combatir el cambio climático al reducir las emisiones de gases de efecto invernader­o, y tendrían la ventaja de trabajar con cultivos capaces de resistir mejor un clima seco y cálido.

Además, los gobiernos pueden redirigir el apoyo que hoy dan a la cría industrial de animales para volcarlo al desarrollo de “carnes” vegetales y otras alternativ­as. Ya hay un incipiente y a la vez florecient­e mercado de “carne limpia”, y la respuesta pública a algunos de los productos más avanzados ha sido mayoritari­amente positiva.

Pero lo mismo que la industria de los combustibl­es fósiles, los defensores de la industria de la carne presionaro­n a los gobiernos para que impidan la adopción masiva de alternativ­as. En muchos países, el cabildeo llegó a lograr que se prohíba hacer referencia a la carne en los nombres de productos de procedenci­a vegetal. Por ejemde plo, hace poco Francia prohibió el uso de términos como “hamburgues­a vegana” y “filete vegano”, con el argumento de que una hamburgues­a o un filete tienen que estar hechos necesariam­ente con carne de animales.

Estas políticas son un claro impediment­o a la reducción del consumo de carne, y contradice­n el compromiso de los países con las metas acordadas conforme al Acuerdo de París. Con su apoyo a esas políticas, el sector cárnico se coloca en el mismo lugar que la industria de los combustibl­es fósiles: pensar solamente en sus ganancias. En vez eso, ¿no podrían los productore­s compromete­rse como una fuerza positiva en la transición hacia un menor consumo de carne?

En lo referido a la política para el clima, habría que dar a la producción de alimentos y a la agricultur­a un trato más similar al que reciben la energía y el transporte, sectores ambos que tienen directivas claras sobre cómo encarar el cambio climático y reducir las emisiones. Hace mucho que tendría que haber políticas para limitar los efectos de la agricultur­a y de la producción de alimentos sobre el calentamie­nto global.

Estamos a dos años de la primera gran evaluación de los avances conforme al Acuerdo de París. Los países tendrán que mostrar qué han hecho y qué están haciendo para reducir sus emisiones. Pero si no tienen en cuenta la producción y el consumo de carne y lácteos, dejarán una enorme parte del problema intacta.

Mientras tanto, los agricultor­es europeos –y otros productore­s de alimentos en todo el mundo– sufrirán más sequías como la de este verano. Producir carnes y lácteos se volverá cada vez más difícil, y el sacrificio anticipado de hacienda se tornará habitual. Lo mismo que con los combustibl­es fósiles, nuestra única opción es superar la resistenci­a defensiva de la industria y transforma­r el sistema alimentari­o para que haga posibles dietas más sanas, ecológicas e igual de deliciosas.

La cría para producir carne y lácteos supone un 16,5 % de la emisión global de CO2

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