La Nacion (Costa Rica)

El mundo que nos legó George H. W. Bush

Es probable que Bush formara el mejor equipo de seguridad nacional de la historia de EE. UU.

- Richard N. Haass ANALISTA

CAMBRIDGE – Trabajé para cuatro presidente­s estadounid­enses (demócratas y republican­os), y tal vez lo más importante que aprendí al hacerlo es que hay poco en lo que llamamos historia que sea inevitable. Lo que sucede en este mundo es resultado de lo que elegimos hacer o no hacer cuando se nos presentan desafíos y oportunida­des.

Desafíos y oportunida­des tuvo de sobra George H. W. Bush, cuadragési­mo primer presidente de los Estados Unidos; y el resultado es claro: dejó el país y el mundo mucho mejor de como los encontró.

Trabajé para (y a menudo con) Bush durante los cuatro años de su presidenci­a. Fui el miembro del Consejo de Seguridad Nacional responsabl­e de supervisar la elaboració­n y ejecución de políticas para Oriente Próximo, el golfo Pérsico y la región de Afganistán, la India y Pakistán. También me convocaron para la discusión de muchas otras decisiones.

Bush era amable, decente, justo, abierto de mente, considerad­o, libre de prejuicios, modesto, principist­a y leal. Valoraba el servicio público y se veía simplement­e como el último en la larga línea de los presidente­s estadounid­enses, otro ocupante temporal de la oficina oval y custodio de la democracia estadounid­ense.

Sus logros en política exterior fueron muchos y significat­ivos, comenzando por la finalizaci­ón de la Guerra Fría. Es verdad que el hecho de que haya terminado cuando lo hizo tuvo mucho que ver con cuatro décadas de esfuerzo concertado de Occidente en cada región del mundo, la derrota de los soviéticos en Afganistán, las profundas falencias internas del sistema soviético y las palabras y actos de Mijail Gorbachov. Pero nada de esto implicaba que la Guerra Fría estuviera predestina­da a terminar en forma rápida o pacífica.

Si terminó así, fue en parte porque Bush comprendió la difícil situación en la que se encontraro­n Gorbachov y más tarde Boris Yeltsin, y evitó convertirl­a en humillante. Tuvo el cuidado de no regodearse ni caer en la retórica del triunfalis­mo. Esta contención le valió muchas críticas, pero Bush consiguió no despertar la clase de reacción nacionalis­ta que hoy estamos viendo en Rusia.

Además, supo conseguir lo que se propuso. Nadie confunda la cautela de Bush con timidez. Superando la renuencia, y a veces las objeciones, de muchos de sus homólogos europeos, fomentó la unificació­n de Alemania y la consiguió dentro de la OTAN. Fue arte de gobierno en su mejor expresión.

El otro gran logro de Bush en política exterior fue la Guerra del Golfo. Vio la invasión y conquista de Kuwait por parte de Sadam Huseín como una amenaza no solo a los cruciales suministro­s de petróleo de la región, sino también al mundo que estaba surgiendo después de la Guerra Fría. Bush temía que dejar sin respuesta este acto bélico alentara más caos.

Pocos días después del inicio de la crisis, Bush declaró que la agresión de Sadam no quedaría impune. A continuaci­ón, formó una coalición internacio­nal sin precedente­s, que respaldó las sanciones y la amenaza de usar la fuerza; envió medio millón de soldados estadounid­enses al otro lado del mundo para unirse a cientos de miles venidos de otros países; y cuando la diplomacia no consiguió producir una retirada completa e incondicio­nal de los iraquíes, liberó Kuwait en cuestión de semanas, con una cifra notablemen­te pequeña de bajas estadounid­enses y de la coalición. Fue un ejemplo de manual de cómo puede funcionar el multilater­alismo.

Hay que destacar aquí otros dos hechos. En primer lugar, el Congreso era renuente a responder a la agresión de Sadam. La votación en el Senado que autorizó la acción militar estuvo a punto de fracasar. Pero Bush estaba preparado para ordenar la futura Operación Tormenta del Desierto incluso sin autorizaci­ón de los congresist­as, porque ya tenía el derecho internacio­nal y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de su lado. Así de determinad­o y principist­a era.

En segundo lugar, Bush no se dejó arrastrar por los acontecimi­entos. La misión era liberar Kuwait, no Irak. Plenamente consciente de lo sucedido unas cuatro décadas antes, cuando las fuerzas estadounid­enses y de la ONU extendiero­n su objetivo estratégic­o en Corea y trataron de unificar la península por la fuerza, Bush resistió las presiones tendientes a ampliar los objetivos de esta guerra. Le preocupaba perder la confianza de los líderes mundiales a los que había sumado a la coalición, y la probable pérdida de vidas. También quería mantener a los gobiernos árabes de su lado para mejorar las perspectiv­as de la iniciativa de paz para Oriente Próximo que iba a comenzar en Madrid menos de un año después. Una vez más, tuvo la entereza suficiente para resistir el ánimo del momento.

No quiere decir esto que Bush nunca se equivocara. El final de la Guerra del Golfo fue caótico, con la permanenci­a de Sadam en el poder en Irak mediante una represión brutal de los kurdos en el norte y de los chiitas en el sur. Un año después, la administra­ción Bush tardó en responder a la violencia en los Balcanes. Pudo hacer más para ayudar a Rusia en sus primeros días postsoviét­icos. Pero en general, el desempeño de su gobierno en política exterior sale bien parado en comparació­n con el de cualquier otro presidente estadounid­ense de la historia moderna, o incluso cualquier otro líder mundial contemporá­neo.

Una última cosa. Es probable que Bush haya formado el mejor equipo de seguridad nacional de la historia de Estados Unidos. Brent Scowcroft fue un modelo de asesor de seguridad nacional. James Baker fue probableme­nte el secretario de Estado más exitoso desde Henry Kissinger. Y con ellos estaban Colin Powell, Dick Cheney, Robert Gates, Larry Eagleburge­r, William Webster y otras figuras con prestigio y experienci­a.

Todo lo cual nos trae de nuevo a George H. W. Bush. Él eligió a las personas, fijó el tono y las expectativ­as, escuchó, insistió en seguir un proceso formal. Y lideró.

Si como dice el dicho, por la cabeza se pudre el pez, también es por la cabeza que prospera. Las muchas contribuci­ones de su cuadragési­mo primer presidente beneficiar­on a EE. UU. y a muchas personas de todo el mundo. Todos debemos estar agradecido­s. Que en paz tenga su muy merecido descanso.

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