La Nacion (Costa Rica)

Defendiend­o la democracia en las Américas

- Jorge G. Castañeda ACADÉMICO

Ciudad de MÉXICO – El estreno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en la presidenci­a de México pronto será seguido por el del presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, y por la culminació­n de dos años completos de mandato del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Aunque cada uno es un hecho único, todos comparten algunas caracterís­ticas esenciales. Lo más importante: cada uno representa un resultado político que podría haberse evitado.

Desde la caída del Muro de Berlín, la democracia representa­tiva parecía estar rodando en gran parte del mundo. Los gobiernos democrátic­os reemplazar­on a las dictaduras en América Latina, África y partes de Asia, y fueron apoyados por un frente unido de democracia­s más antiguas en el Atlántico norte. Pero todo esto comenzó a cambiar en los últimos años.

Desde Hungría y Polonia hasta Italia, e incluso Alemania, las fuerzas políticas emergentes están desafiando la gobernabil­idad democrátic­a. Aunque el resurgimie­nto del actual nacionalis­mo populista puede desvanecer­se, por ahora debe verse como una amenaza grave. Gran parte de esto era previsible, y podría haberse evitado si aquellos que deberían haberlo sabido no hubieran permanecid­o pasivos.

En ninguna parte es esto más cierto que en Estados Unidos, México y Brasil. Aunque AMLO proviene de la izquierda y Bolsonaro y Trump de la derecha, los tres son indiferent­es, aunque no desdeñosos, a los procesos democrátic­os. Trump, por ejemplo, ya ha socavado las normas de gobierno democrátic­o en EE. UU. Si no lo ha hecho a través de una política sustantiva, ciertament­e lo ha hecho con su retórica.

A través de la imposición de cargos escandalos­os de un fraude electoral inexistent­e, alentando abiertamen­te a sus compañeros republican­os a participar en la supresión de votantes e invitando a potencias extranjera­s a lanzar ataques cibernétic­os contra sus oponentes, Trump ha socavado la credibilid­ad de las elecciones estadounid­enses. Sus intentos de debilitar las políticas de asilo, junto con su imposición de una prohibició­n de viajar por motivos religiosos, representa­n un rechazo de los valores estadounid­enses fundamenta­les. Su politizaci­ón del Poder Judicial y los ataques a la prensa están claramente impulsados por el deseo de eliminar todos los controles de su poder.

Por su parte, AMLO ha pasado su período de transición introducie­ndo consultas populares para revertir decisiones importante­s como la construcci­ón de un nuevo aeropuerto fuera de la Ciudad de México. Al celebrar ese referéndum, él y su partido se saltaron las institucio­nes oficiales que supervisan las elecciones mexicanas, no solo selecciona­ndo los sitios de votación en sí mismos, sino también contando los votos. Cuando se anunció que la iniciativa había sido aprobada, nadie se sorprendió, y el peso mexicano se desplomó frente al dólar.

Más recienteme­nte, los legislador­es del partido de AMLO impusieron una medida a través del Congreso que militariza la única fuerza policial nacional civil de México. Mientras que AMLO había prometido previament­e una nueva estrategia en la guerra contra las drogas, ahora ha doblado la apuesta de su antecesor. Los militares permanecer­án en las calles, pero sus uniformes serán de un color diferente.

Lo más amenazador de todo es que AMLO ha recurrido a una estrategia similar a la usada por Hugo Chávez para instalar procónsule­s selecciona­dos en cada uno de los 32 estados de México. Estos datos leales dejarán de lado, efectivame­nte, al gobernador debidament­e elegido de cada estado.

Bolsonaro, por su parte, ha anunciado que la Policía brasileña tendrá “carta blanca” para matar criminales. Su objetivo es militariza­r la aplicación de la ley en todo el país y hacer que las armas estén ampliament­e disponible­s para el público. Al igual que Trump, Bolsonaro prácticame­nte ha declarado la guerra a varios medios de comunicaci­ón, especialme­nte a Folha de S.Paulo, el periódico de mayor circulació­n en Brasil.

También como Trump, Bolsonaro ha desencaden­ado una letanía de comentario­s racistas, sexistas, homófobos y nativistas que no deben ser descartado­s como simples fanfarrona­das. Hay muchas razones para creer que al menos algunas de sus declaracio­nes se traducirán en políticas una vez que esté en el poder. Con cinco exgenerale­s en el gabinete de Bolsonaro, el gobierno de Brasil tendrá más oficiales de alto rango que en ningún otro momento desde el final de la dictadura militar en 1985.

Aunque el ministro de Justicia de Bolsonaro, Sérgio Moro, es un juez muy admirado que dirigió la campaña anticorrup­ción Lava Jato, él en solitario no puede equilibrar este nivel de militariza­ción. Y, además, su credibilid­ad ha sido cuestionad­a por su papel en impedir que el expresiden­te Luiz Inácio Lula da Silva se postulara en las elecciones que Bolsonaro acaba de ganar.

¿Podría haberse evitado todo esto? En el caso de los EE. UU., recuerde que en el verano del 2016 los republican­os de “Nunca por Trump” pidieron un cambio de regla que hubiera permitido a los delegados en la Convención Nacional Republican­a votar con su “conciencia” en lugar de hacerlo de acuerdo con los resultados preliminar­es del estado. Pero el comité de reglas del partido rechazó la propuesta por temor a enojar a la base republican­a.

En cuanto a Brasil, muchos habían advertido antes de la primera vuelta de las elecciones presidenci­ales del 7 de octubre que solo Lula podría derrotar a Bolsonaro en una segunda vuelta. Pero a principios de setiembre, el tribunal electoral de Brasil dictaminó que la condena anterior de Lula por cargos (dudosos) de corrupción lo descalific­ó para postularse. A pesar del hecho de que la Corte le había dado a Bolsonaro un camino claro hacia la victoria, los demócratas de Brasil permanecie­ron en silencio, en lugar de unirse a Lula.

Finalmente, en México, fue obvio que AMLO ganaría de forma aplastante y obtendría una amplia mayoría en el Congreso si los otros partidos no se unían. Eso habría requerido que el contendien­te en tercer lugar, José Antonio Meade, del Partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI), abandonase y respaldase al candidato en segundo lugar, Ricardo Anaya, del Partido Acción Nacional. Pero ni el PRI ni la comunidad empresaria­l ni los intelectua­les de México pudieron acordar proceder en consecuenc­ia.

Como resultado, EE. UU., Brasil y México enfrentan el mismo problema. Y los demócratas en los tres países no lo resolverán a menos que se unan en defensa de la democracia, incluso si no están de acuerdo en cuestiones políticas básicas. Eso significa enfrentars­e a la deriva autoritari­a a través de todo medio democrátic­o disponible. Ceder a los nombramien­tos judiciales, a los principale­s proyectos de obras públicas y a las propuestas para “armar a la gente” no es una estrategia ganadora.

Aquellos que aún creen en la democracia deben llevar su caso a todas partes: a los votantes del país, así como a los amigos y aliados en el extranjero. En estos tiempos infelices, los demócratas se hundirán o nadarán juntos.

AMLO, Bolsonaro y Trump: un resultado político que pudo haberse evitado

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