La Nacion (Costa Rica)

Encuentro con la posverdad

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El surgimient­o de la Internet y las redes sociales potencian la posverdad y facilitan su empleo a grupos de toda especie.

La posverdad no es fantasía pura y simple. Descansa sobre elementos fácticos susceptibl­es de ser distorsion­ados para crear una realidad “alternativ­a”, es decir, una mentira con apariencia de verdad. Es imposible construirl­a sin apelar a las emociones y creencias de algún sector de la población. El término es relativame­nte nuevo, pero los aparatos propagandí­sticos de regímenes totalitari­os utilizan la técnica desde siempre.

Los nazis detectaron las frustracio­nes de amplios sectores del pueblo alemán derrotado en la Primera Guerra Mundial y aprovechar­on prejuicios muy extendidos para proponer culpables, especialme­nte los judíos, supuestame­nte dedicados a la dominación mundial por medios económicos. Las apelacione­s a la emotividad nunca fueron tan directas, desde los discursos histriónic­os del líder hasta los desfiles con antorchas. A fuerza de repetición, transforma­ron a una nación generadora de cultura en nido de la barbarie.

En nuestros tiempos, el surgimient­o de la Internet y las redes sociales potencian la posverdad y facilitan su empleo a grupos de toda especie. Identifica­da una gota de verdad y las emociones susceptibl­es de manipulaci­ón, la difusión del mensaje distorsion­ado rompe como un sunami sobre toda réplica fáctica. Para las crédulas víctimas de la suplantaci­ón, incluidos sus difusores inopinados, la verdad constituye un mero ruido de fondo.

La política de la posverdad llama a la acción, siempre en contra de la democracia. En el debate democrátic­o hay diferencia­s de opinión y percepción, pero suele haber acuerdo sobre los hechos. La distorsión deliberada de la realidad pocas veces sobrevive al examen racional, antídoto de la emotividad.

Costa Rica no es ajena al fenómeno de la posverdad. Hay ejemplos especialme­nte notables y recientes. Uno de ellos es la agresión sufrida por inmigrante­s nicaragüen­ses en el parque La Merced, en agosto, cuando la realidad del sufrimient­o desatado por el régimen de Daniel Ortega y el ingreso de un grupo de refugiados a nuestro país fue distorsion­ada para sembrar temor de una “invasión” del territorio nacional.

Las redes sociales desempeñar­on un papel prepondera­nte y la apelación al prejuicio y la emotividad no pudo ser más obvia. La convocator­ia inicial fue para acudir al parque –reconocido centro de reunión de inmigrante­s– con el fin de cantar el himno y plantar una bandera, como si se tratara de reclamar una porción enajenada del territorio patrio. La invocación de los símbolos nacionales y la apelación a la emotividad que despiertan también estuvo presente en la oleada de informacio­nes falsas aparecidas en las redes sociales en días previos a los incidentes en La Merced.

Los agentes de la posverdad “informaron” de la quema de banderas nacionales organizada­s por nicaragüen­ses en suelo costarrice­nse. Para exacerbar prejuicios y canalizar frustracio­nes, difundiero­n noticias falsas sobre la construcci­ón, con recursos públicos, de “precarios para refugiados” y la firma de un decreto para ofrecer ayuda económica a transexual­es del país vecino. La Universida­d de Costa Rica también fue señalada por otorgar “becas completas” a los refugiados.

Ninguna de esas informacio­nes es cierta, pero todas apuestan a la emoción y el prejuicio para ganar tracción en la credulidad de grandes sectores de la población. Quienes las creyeron estaban predispues­tos a hacerlo y, frente a esa inclinació­n, la verdad es, a lo sumo, una molesta negación de conviccion­es arraigadas sin necesidad de constataci­ón empírica o, en el mejor de los casos, adoptadas mediante la observació­n parcial y selectiva de la realidad.

En nuestros tiempos, el surgimient­o de la Internet y las redes sociales potencian la posverdad y facilitan su empleo a grupos de toda especie

Costa Rica no es ajena al fenómeno. Hay ejemplos notables y recientes que llaman a la reflexión

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