La Nacion (Costa Rica)

El antisemiti­smo tiene un nuevo nombre

- SHLOMO BEN-AMI, exministro de Relaciones Exteriores israelí, es vicepresid­ente del Centro Internacio­nal Toledo para la Paz. Es el autor de “Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy”. © Project Syndicate 1995–2018

MADRID – A lo largo de los siglos, los judíos han sido culpados de todo tipo de males en las sociedades cristianas y musulmanas, desde la Gran Plaga del siglo XIV hasta las crisis financiera­s de los tiempos modernos. En 1903, Los protocolos de los sabios de Sion, producido por la policía secreta de la Rusia imperial, “expuso” un plan judío diabólico para alcanzar el dominio mundial promoviend­o el liberalism­o –y se convirtió en un pretexto para el antisemiti­smo en Europa–. Estos relatos perduran hasta el día de hoy, solo que ahora se proyectan en un solo judío: George Soros.

Los teóricos de la conspiraci­ón de derecha y antiglobal­istas –un grupo que hoy incluye al presidente norteameri­cano, Donald Trump– demoniza a Soros, un judío adinerado que está profundame­nte comprometi­do con las causas liberales. El exconducto­r de Fox News Bill O’Reilly describió a Soros en el 2007 como “un peligro descomunal” y como “un extremista que quiere fronteras abiertas, una política exterior de un solo mundo, drogas legalizada­s, eutanasia, etcétera”. Para Alex Jones, fundador de

Infowars con sede en Texas, Soros no es nada menos que “la cabeza de la mafia judía” que conspira para desestabil­izar la presidenci­a de Trump.

Esas figuras imaginan la mano oculta del “multimillo­nario de izquierda” en casi todas partes. Cuando una caravana de solicitant­es de asilo centroamer­icanos desesperad­os comenzó a avanzar hacia la frontera estadounid­ense antes de las recientes elecciones de mitad de mandato en Estados Unidos, era un plan de Soros para obtener una mayoría demócrata en el Congreso. Cuando los sobrevivie­ntes de la masacre de febrero en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida, lanzaron una campaña a favor del control de armamentos, Soros supuestame­nte los estaba financiand­o. Y fue Soros quien dispuso que Christine Blasey Ford declarara que el elegido de Trump para la Corte Suprema, Brett Kavanaugh, había abusado de ella sexualment­e.

Soros supuestame­nte también estaba detrás de los sobrevivie­ntes de abusos sexuales que enfrentaro­n al senador Jeff Flake en un ascensor para exigir una investigac­ión de las acusacione­s sobre Kavanaugh, de la misma manera que orquestó la Marcha de las Mujeres, una protesta mundial que se llevó a cabo el día después de la asunción de Trump. Inclusive movió los hilos cuando el mariscal de campo de la NFL Colin Kaepernick se arrodilló durante el himno nacional para protestar por la violencia policial contra los negros.

Pero los designios imaginario­s de Soros no se limitan a Estados Unidos, ni son todos recientes. Sus detractore­s dicen que ha desestabil­izado sin ayuda de nadie gobiernos en Malasia, Tailandia, Indonesia, Japón, Rusia, Francia y el Reino Unido.

¿Cómo hizo Soros para convertirs­e en semejante villano?

Soros es lo que el difunto historiado­r Isaac Deutscher llamaba un “judío no judío” –alguien que buscaba ideas, inspiració­n y satisfacci­ón más allá de los límites de la judería, y aun así seguía pertenecie­ndo a la tradición judía–. Esa postura muchas veces permite al judío no judío hacer aportes importante­s a la ciencia, la cultura y la política.

Este es por cierto el caso de Soros, que no solo es un filántropo esclarecid­o, sino también un intelectua­l perceptivo que participa en los debates más acalorados de hoy. Soros ha propuesto soluciones audaces para un amplio rango de problemas, entre ellos el brexit, la reforma de la eurozona, la política migratoria y la crisis del capitalism­o global.

Discípulo del filósofo Karl Popper, Soros ha promovido las sociedades abiertas como la máxima garantía de libertad de la tiranía y del adoctrinam­iento religioso o ideológico, y como un arma poderosa contra la creciente desigualda­d social. Una comunidad globalizad­a que neutraliza la influencia del nacionalis­mo, cree con razón, es vital para que podamos enfrentar amenazas existencia­les como el cambio climático y el conflicto nuclear.

Así, más allá de ofrecer financiami­ento para programas paliativos, Soros utiliza su filantropí­a para defender la visión de una sociedad verdaderam­ente libre gobernada por líderes democrátic­amente responsabl­es. Por ejemplo, su fundación desempeñó un papel integral a la hora de difundir ideales democrátic­os más allá de la Cortina de Hierro, tanto antes como después de que cayera. Es esta dimensión del trabajo de Soros –junto con el simple hecho de que es un financista judío adinerado– lo que tanto enfurece a la extrema derecha, empezando por los países cuyas transicion­es democrátic­as alguna vez respaldó.

En tanto las democracia­s del este de Europa se desmoronan políticame­nte, Soros ha hecho donaciones a ONG que luchan contra la corrupción y el autoritari­smo. Esto ha llevado al presidente ruso, Vladimir Putin, a impedir que Open Society Foundation­s entregara préstamos a organizaci­ones y artistas rusos.

En Hungría, el primer ministro, Viktor Orbán, que alguna vez recibió una beca de Soros para estudiar en Oxford, ha introducid­o la llamada ley Stop Soros, que prohíbe “promover y respaldar la inmigració­n ilegal”. El texto vago de la ley implica que el gobierno podría, en teoría, arrestar a cualquiera que ofreciera algún tipo de asistencia a inmigrante­s indocument­ados.

Sin embargo, quizá la manifestac­ión más perniciosa de esta histeria anti-Soros haya ocurrido en Israel. Contra el consejo de su propio embajador en Hungría, que denunció los ataques antisemita­s de Orbán contra Soros, el gobierno del primer ministro, Benjamín Netanyahu, ha culpado a Soros de “financiar organizaci­ones que buscan negarle a Israel el derecho a defenderse” e introdujo su propia “ley Soros” destinada a poner fin a ese financiami­ento.

Sin dudas, la acusación de Netanyahu es irracional. De los $1.000 millones que Open Society Foundation­s dona anualmente a escala mundial, unos $3 millones fueron a ONG israelíes y palestinas. En el tope de la lista figura la universida­d palestina Al-Quds, cuyo rector, Sari Nusseibeh, creó un plan de paz conjuntame­nte con Ami Ayalon, exalmirant­e y director de la Agencia de Seguridad de Israel (más conocida como Shin Bet). Otro receptor, B’Tselem, es un grupo israelí que monitorea las violacione­s de los derechos humanos en los territorio­s ocupados.

Mientras tanto, Netanyahu permite donaciones de miles de millones de dólares para la construcci­ón de asentamien­tos por parte de donantes de derecha como Sheldon Edelson. En verdad, Netanyahu muchas veces se ha aliado con cualquier gobierno o partido, incluso antisemita­s de extrema derecha, dispuesto a respaldar la represión de los palestinos ocupados. De manera que lo que estamos viendo es un primer ministro israelí que se asocia con descendien­tes ideológico­s de fascistas europeos para atacar a un sobrevivie­nte del Holocausto cuya filantropí­a cumple el principio, llamado tikkun olam, de que los judíos deben hacer cosas para mejorar o reparar el mundo. El hijo de Netanyahu, Yair, llegó al extremo de publicar en su página de Facebook una caricatura antisemita indignante atacando a Soros, con imágenes nazis.

Algunos individuos ultrarrico­s, como Charles y David Koch, que controlan la segunda compañía privada más grande de Estados Unidos, realmente utilizan su riqueza de maneras opacas y subversiva­s. Son ellos, no Soros y su transparen­te Open Society Foundation­s, los que representa­n la verdadera amenaza para nuestra política y nuestras sociedades. ■

Soros utiliza su filantropí­a para defender la visión de una sociedad verdaderam­ente libre

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SHUTTERSTO­CK.
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Shlomo Ben-Ami

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