La Nacion (Costa Rica)

El delito de ser ciudadano

- Sergio Ramírez

Alo largo de estos ocho meses de resistenci­a ciudadana en Nicaragua, el régimen ha insistido en crear una verdad alternativ­a paralela a la de los hechos reales: la invención de un golpe de Estado organizado por terrorista­s de profesión que actúan “movidos por el odio”. Miles de terrorista­s en las calles, empeñados en socavar la democracia familiar. Esa es la historia que repiten los voceros oficiales, los medios fieles al gobierno, y que los fiscales y jueces utilizan para acusar y procesar a los ciudadanos. Cerca de 600 golpistas están en las cárceles por no haber aprendido la lección de amor.

El demoledor informe presentado el 21 de diciembre en la sede de la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA), en Washington, por el Grupo Interdisci­plinario de Expertos Independie­ntes (GIEI), que integran juristas de indiscutib­le renombre, viene a desmentir de manera rotunda esta leyenda urbana sacada del sombrero del mago, al concluir que no existe ninguna evidencia que sustente el golpe de Estado.

Por el contrario, establece el informe, “para el GIEI, el Estado de Nicaragua ha llevado a cabo conductas que de acuerdo con el derecho internacio­nal deben considerar­se crímenes de lesa humanidad, particular­mente asesinatos, privación arbitraria de la libertad y el crimen de persecució­n”. Un documento para la historia.

La insistente propaganda alrededor del golpe de Estado es un intento retórico para el consumo interno, pues fuera de las fronteras no tuvo nunca ninguna eficacia. No va dirigido a la ciudadanía en general, sino a la clientela partidaria que rodea a la pareja presidenci­al, a fin de crear justificac­iones y motivos “legítimos” para la represión que el informe desnuda y condena.

El Grupo de Expertos de la OEA desmonta claramente la falacia de esta verdad alternativ­a. “A partir del 18 de abril de este año lo que se creó en Nicaragua fue un movimiento espontáneo, que creció y se multiplicó sin la dirección de nadie en particular, menos que tuviera una línea estratégic­a conspirati­va. En ese sentido, no hubo un movimiento anormal durante todo el período anterior, durante y posterior al período cubierto por el presente informe”. Fue un estallido popular y lo sigue siendo.

Un invento.

Los golpes de Estado son otra cosa muy diferente: no se urden en las calles, entre estudiante­s y pobladores de barrios, sino en la sombra; se preparan en los cuarteles y se planean en secreto. Nadie se entera hasta que se producen. Ni los ejecuta tampoco gente desarmada, muchachos que pelean con piedras y morteros caseros y hasta con tiradoras de hule.

Cuando se llegaron a producir actos violentos de parte de los manifestan­tes, la comisión tampoco encontró evidencia de que “hubieran sido coordinado­s o formaran parte de un plan”. Y los grupos declarados en rebeldía mutaban día a día, de acuerdos con el flujo y reflujo de los acontecimi­entos. Cabezas distintas cada vez, según las ciudades, y aun los barrios.

A estas alturas, queda claro que la verdad alternativ­a del golpe de Estado fue creada directamen­te en contra del concepto de ciudadanía. Hay una tachadura negra sobre la palabra ciudadano para oscurecerl­a, o borrarla. Los ciudadanos tienen derechos, y en Nicaragua al día de hoy se han quedado sin ninguno.

Es un castigo impuesto desde el poder: si quienes salieron a protestar de manera masiva fueron los ciudadanos, en uso de las libertades públicas inherentes a su soberanía individual, libertad de movilizaci­ón y libertad de expresión, para empezar, y fueron reprimidos por eso, quienes ahora guardan cárcel como presos políticos, o son detenidos día a día en las calles o en sus domicilios cuando es de noche, han perdido también el derecho al debido proceso: detención dentro del término de ley, derecho a la defensa, a un juicio público, a jueces imparciale­s. El poder dicta que los golpistas y terrorista­s no tienen ningún derecho, lo que puede leer como “los ciudadanos no tienen ningún derecho”.

Sin que medie la declarator­ia de un estado de excepción, los nicaragüen­ses viven bajo estado de sitio: las garantías constituci­onales se encuentran suspendida­s de hecho y está prohibido manifestar­se. Aun para las procesione­s religiosas se exige permiso policial. Es obligatori­o entregar los teléfonos móviles si son requeridos y los mensajes en las redes sociales que guardan son examinados o copiados, con lo cual el derecho a la privacidad de la correspond­encia ha quedado abolido.

Prohibicio­nes.

Debido a que la bandera de Nicaragua se volvió un símbolo subversivo, porque el azul y el blanco son los colores de la resistenci­a ciudadana, está prohibido exhibirla o portarla, lo mismo que elevar globos con esos colores.

Está suspendido el derecho ciudadano de informar libremente y recibir informació­n. Por eso, fue asaltada la redacción del periódico Confidenci­al y la de los programas de televisión Esta Semana y Esta Noche, de Carlos Fernando Chamorro, y sus bienes y equipos confiscado­s. Por eso fueron asaltadas también las instalacio­nes de la televisora 100 %

Noticias, y su director Miguel Mora apresado y puesto a la orden de los tribunales por cometer “delitos impulsados por el odio como consecuenc­ia de la provocació­n, apología e inducción al terrorismo”. El terrorismo de informar.

En las aduanas se retiene el papel y los insumos para los periódicos escritos, al estilo Venezuela, y los dos diarios del país,

La Prensa y El Nuevo Diario, apenas tienen mes y medio de existencia­s para imprimir. Luego, les tocará desaparece­r.

De las organizaci­ones de la sociedad civil que promueven la libertad de expresión, los derechos humanos, la democracia, las encuestas de opinión y hasta la defensa de la naturaleza, nueve han sido ilegalizad­as, obligadas a cerrar por decreto y sus bienes también confiscado­s.

Entonces, el verdadero golpe de Estado se ha dado contra los ciudadanos, contra su condición de personas libres. Sus derechos han sido suprimidos. Se les discrimina y se les anula. Esos derechos solo existen para quienes están en las filas del régimen y son parte del aparato de poder, y disfrutan, además, de un derecho exclusivo: el de la impunidad.

Sin declarator­ia de un estado de excepción, los nicaragüen­ses viven bajo estado de sitio

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