Trascendental designación en la Cancillería
Haber trabajado por casi dos décadas en el Servicio Exterior, como embajador en los Países Bajos y ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), me permite dar cuenta del extraordinario grupo de personas que lo conforman, pero la discusión de hoy debe centrarse en cómo fortalecer la defensa de nuestro país y la de nuestros valores ante los retos actuales. Por ello, la designación del canciller significa, particularmente en la encrucijada moderna, un ejercicio de meditación y buen juicio.
Está claro que sería un error una designación encasillada en criterios estrictamente políticos, y aunque es obvio que el presidente, Carlos Alvarado, debe elegir a alguien que pueda integrarse bien a su equipo de trabajo, también debe velar por contratar a un funcionario con experiencia y conocimiento amplio y bien registrado del cargo.
Siguen en juego aspectos fundamentales de la soberanía nacional, de la identidad y de los valores que distinguen a los costarricenses, materializados a través de los ejes de acción de la política exterior nacional, como lo son la protección de nuestra soberanía, la paz, los derechos humanos, la defensa de los principios democráticos, nuestro compromiso con el medioambiente y el desarme, entre otros.
Es vital que el próximo canciller no solo demuestre un apego resoluto a estos principios, sino que también sea capaz de unir y liderar nuestro Servicio Exterior, velar para que el estatuto y el reglamento se cumplan y, porque es necesario, proponer las reformas tan urgentes a esos instrumentos, así como a la Ley Orgánica de la Cancillería.
Un estadista.
El mundo atraviesa intensos desafíos que tienen impacto directo en Costa Rica, y quien lidere nuestras relaciones internacionales, de cara al bicentenario, tiene que tener la estatura internacional, comprobada experiencia y la visión para hacerlo exitosamente. No sobra decir que quien sea canciller debe poseer condiciones de estadista porque debe llevar a Costa Rica a un liderazgo regional urgente.
Al examinar nuestros retos más inmediatos, no es sorpresa que el más apremiante siga siendo Nicaragua, aunque no es el único. Los actos del régimen totalitario de Daniel Ortega ya inciden en nuestro país y cobrarán mayor intensidad en los próximos meses.
La forma de la intensidad es lo que urge examinar para prepararse. Es preciso que, además de nombrar un canciller, el presidente considere el establecimiento de un consejo de asesores sobre política exterior, con al menos tres componentes: político, seguridad y jurídico.
El análisis y la propuesta para la ejecución de políticas de Estado oportunas permitirá paliar los efectos de los actos que el régimen continuará promoviendo. Tales políticas deben conducir a un diálogo franco y vital con socios regionales relevantes, que ayuden a Costa Rica a navegar acompañada en momentos tan convulsos.
Liderazgo.
Hay otros desafíos en el camino, dado los rápidos movimientos de la geopolítica global, el creciente nacionalismo y totalitarismo, y el deterioro del multilateralismo. El crispado estado del mundo requiere hacer una evaluación de nuestra presencia internacional y los objetivos que esa presencia debe cumplir.
Nuestros adversarios están tomando nota de lo que ocurre en la Cancillería porque ello puede afectar nuestra capacidad de respuesta ante provocaciones, o en nuestra acción exterior, la forma de afrontar hechos que riñan con nuestros valores y principios.
Los próximos días serán fundamentales para nuestro Servicio Exterior, para nuestra política exterior y para el país. Los costarricenses apoyan nuestra Cancillería, la desean profesional, líder y eficaz en las altas tareas que se le han confiado. Esas deberán ser también las características del canciller que se designe.
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La discusión debe centrarse en cómo fortalecer la defensa de nuestro país