La Nacion (Costa Rica)

‘Quem vidistis?’

- Álvaro Darío Moya Araya ESTUDIANTE UNIVERSITA­RIO

Hace unos días atrás, “cayeron” en mis manos unos textos que, aunque venidos de diferentes autores, tenían un cierto germen de similitud, de convergenc­ia. Esto me llevó, intuitivam­ente, a una experienci­a que podría parangonar con el “asombro”, un sentimient­o muy pueril, a la vez que esencialme­nte filosófico y profundame­nte humano.

Me refiero a un texto del franciscan­o conventual Víctor Manuel Mora, titulado “¡No lo sé!”, y otro del pianista y escritor Jacques Sagot, intitulado “Permiso para creer”, de hace poco más de un año. Ambos suscitaron en mí un cierto estupor, de esos que no se buscan, simplement­e suceden en la vida, provocan una detención y una cierta apertura a algo más, a la vez que preguntas, pero fundamenta­lmente una:

Quid video? (¿Qué he visto?). Pero como me ha asombrado lo que convergent­emente otros han plasmado, creo que es más sensato expresar: Quem vidistis? ¡He aquí lo que se ha visto! En alguna oportunida­d alguien expresó: no se puede encerrar la vida en una idea. Más que una idea que se tenga sobre algo o alguien, la evocación de un sentimient­o (no sentimenta­lismo) revela una presencia, no circunscri­ta, no determinad­a, sino abierta, no encerrada, sino libre: omnia definitio periculosa est, me enseñó mi profesor de Derecho.

Hay algo en el sentimient­o y en la experienci­a sensible que hace entrar en una dimensión de lo cognoscibl­e, una dimensión radicalmen­te unitiva entre lo que se piensa y se siente (“compenetra­ción emocional y cambio intelectua­l para enfrentar una realidad experiment­ada”, según Víctor Manuel Mora), una experienci­a a veces fútil subjetivam­ente, pero subyacente en el ser humano, objetivame­nte; y, por ventura, irrenuncia­ble. ¡He aquí un rasgo que nos caracteriz­a! ¡He aquí una experienci­a que nos identifica como personas: la sensibilid­ad!

Como un rayo.

¡Una experienci­a sensible, de esas que hacen temblar hasta lo más profundo del ser, de conmover, de evocar un sentimient­o y de llegar a conocer a través de él, vale más que muchos razonamien­tos! ¿Cuántas veces me habrán repetido esta afirmación y no he llegado a comprender aún la magnitud de lo que significa? ¿Cuántas veces más tendré que seguir buscando en esta experienci­a fontal, de esas en las que se corta la respiració­n, en las que parece entrar en la dimensión de la vida mortal o muerte vital, el verdadero acto de conocer uno de los más genuinos y de los, quizá, más olvidados?

Para Sagot, esta no es una forma de placer, sino “una forma superior de la conciencia, un momento de hiperlucid­ez, una manera de aguzar los oídos y escuchar lo que la vida tiene que decirnos”. Es un instante, pero sabe a “algo más”. No digo que sea prueba de nada, solo constato que es así. ¡Simplement­e es!

Quem vidistis? Nos preguntába­mos al inicio. Podríamos erróneamen­te intentar dar alguna respuesta, pero la vida es fundamenta­lmente preguntas y el ser humano, sustancial­mente, alguien que pregunta y se pregunta.

El encuentro interno entre esta conscienci­a de sí mismo que pregunta y que, a la vez, halla en el otro miles de preguntas irresuelta­s, pero también miles de sentidos creados por un ánima que busca darse razones, esperanzas e ilusiones y, agregaría, sentido de lo sensible (no es pleonasmo), es donde hoy, como ayer y como siempre buscará toda persona un camino, un “algo más”.

La vida es preguntas, fundamenta­lmente, y el ser humano, alguien que pregunta y se pregunta

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